El 13 de junio, día en que nació Leopoldo Lugones, se celebra en la Argentina el día del escritor. El viernes pasado, por otra parte, se cumplieron cinco años de la muerte de Juan José Saer, una de las más grandes plumas de nuestra literatura. Aquí publicamos una entrevista con el escritor santafesino en la que ofrece algunas claves de su obra y del oficio de escritor.
El siglo XXI acaba de aparecer en el horizonte y yo he cruzado el Canal de la Mancha por el famoso túnel, un poco preocupado por ese paseo por las entrañas de la Tierra. Pero vale la pena. Al otro lado me espera la ciudad luz, la torre Eiffel, el arco del triunfo, les Champs Elisées. También, imprevistamente, me encuentro con una retrospectiva del cine clásico de Hollywood de los años ´40. No puedo resistir la tentación de ir a ver de nuevo (aunque de alguna forma, como siempre, por primera vez) Casablanca, y disfrutar mucho más de la escena de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman paseando, precisamente, por París.
El café "Le select" queda en uno de los lugares más interesantes de ciudad: El Boulevard Montparnasse, muy cerca de la estación Vaivin. Afuera, después de la nieve nocturna, cuyos rastros todavía perduran en la vereda y los techos de los autos, el frío es impiadoso. Adentro, en cambio, el fuerte olor al café y la luz de esta radiante mañana de domingo, parecen invitar al visitante a probar los deliciosos croissants recién horneados.
"La historia," leo en mi ejemplar de Lugar, "aunque a decir verdad los hechos escasos y simples que la constituyen, desde el punto de vista de las leyes del melodrama que imperan hoy en día en lo que podríamos llamar el mercado persa del relato, no alcanzarían a formar una historia, es más o menos la siguiente."
Juan José Saer, como es su costumbre, llega a la cita con puntualidad y sonrisa envidiables. Saluda al mozo con la mano antes de sentarse y rápidamente se indigna al leer el título de una nota periodística que proclama el triunfo del cine de autor. "Esto es increíble," comenta, exagerando su asombro. "En los '60 teníamos tres consignas: La revolución sexual, la revolución social y el cine de autor. Estas tres cosas hoy han desaparecido. El otro día estaba leyendo una revista con el programa de la televisión para ver si había algo interesante y le ponían la máxima calificación a Desayuno en Tiffanys y la peor a Inquietud de Manoel de Oliveira. Y ahora me hablan de cine de autor".
Saer, santafesino por nacimiento, argentino por idiosincracia y universal por definición, ya era uno de los pocos escritores nacionales que había logrado construir una verdadera obra literaria que podía (y aún puede) prescindir no sólo de las contingencias del mercado, sino también de las sociales, y que seguramente perdurará más allá de todas ellas.
"El cine de autor ya no existe porque no hay directores," sigue diciendo. "Cuando estuve en Santa Fe, hace unos meses, me llevaron a ver la última película de Stanley Kubrick: Eyes wide shut (Ojos bien cerrados), a uno de esos complejos de cines modernos en las afueras de la ciudad y que en este caso además estaba en medio de un pantano. Y la verdad es que no entendí de qué se trataba la película. Toda la obra de Kubrick, desde El resplandor en adelante, la verdad es que no me gustó, incluso esta película me pareció deshonesta."
Sus libros, en cambio, están construidos con una honestidad envidiable, persistente, siempre basados en algunos personajes, temas y preocupaciones que se repiten en toda su obra. Carlos Tomatis, por ejemplo, es el más cercano a lo que podríamos llamar el 'alter ego' del autor (aunque sólo haya sido el protagonista principal de la novela Lo imborrable y del cuento "La mayor", ya que nunca defrauda en sus múltiples apariciones como personaje secundario). Después, entre otros, están los hermanos Pichón y el Gato Garay (el misterioso protagonista impávido de esa obra maestra llamada Nadie nada nunca). Estos personajes y otros que Saer ha ido incorporando a lo largo de su saga, suelen aparecer para parodiar o apuntalar alguna idea filosófica o simplemente como fantasmas de su propia existencia como es el caso del Gato en uno de los cuentos de su último libro: Lugar.
Pero ahora, en esta mañana soleada, los ojos de Saer se mueven vivaces de un lado a otro hasta que se topan con una figura femenina: "Yo conozco a esa mujer," dice saludándola en voz alta: "Bonjour, bonjour," y agrega en un susurro confidente: "Pero no tengo ni la menor idea de quién es". Saer, además, siempre está de buen humor, pero ahora se nota que también está contento. Uno tiene ganas de preguntarle el motivo de su alegría, aunque sospecha que él, como todo buen narrador, no lo revelará hasta el final de la entrevista.
Entonces aparece el mozo con el cortado de rigor y Saer bromea con él durante unos instantes. Aprovecho la interrupción para cambiar de tema y comentarle mi sorpresa al encontrarme con el Gato en "Nochero", ya que este personaje se había convertido en otro desaparecido más de la última dictadura militar, en una de las páginas más memorables de su novela Glosa.
Saer se retrotrae a esta novela y explica la razón por la que había decidido introducir la muerte en su obra: "Me parecía que si no había muertes en mis novelas era un rasgo neurótico. Ahora yo puedo retomar al Gato en cualquier momento de su biografía -y de hecho es lo que hice en ese texto-. Además, nunca cuento las cosas terribles o significativas en primer plano, siempre las relato en segundo, si no es demasiado obvio.
Se sabe que lo sugerido es mucho más terrible que lo evidente," murmura quizá aludiendo al pasado argentino, todavía atado a esa masacre clandestina que el menemismo trató de hacer olvidar sin éxito. "Aparte, capaz, esto debe tener que ver con mi propia experiencia, ya que no estuve ahí cuando murió mi amigo Juan Pablo Renzi, ni tampoco cuando murieron mi madre y mi hermana".
Pero es bien sabido que Saer, como Faulkner, como Onetti, como Salinger, es un autor muy preocupado por sus criaturas; no puede resignarse a dejarlas en el pasado. También, como Pavese, como Robbe-Grillet, como Borges, intenta acercarse a la narración desde una perspectiva poética. Así, su prosa sensual, por momentos evocativa, por momentos crítica, es quizá su rasgo más significativo.
"En cuanto a 'Nochero', el cuento que usted mencionaba, todo lo que puedo decir es que es uno de los cuentos más viejos del libro." Admite que cuando lo volvió a leer para corregirlo y darle un giro fantástico, le encontró un aire a Robbe-Grillet: "Pero igual lo dejé así," comenta divertido, "ya que ahora estamos en buenos términos," y nos pasa a relatar uno de sus últimos encuentros con el célebre autor y cineasta francés, donde discutieron amigablemente sus preferencias por Nabokov y su desdén por Balzac. "Exactamente lo opuesto a mí," remata Saer con una sonrisa, mientras toma otro sorbo de su cortado.
"Lolita, por ejemplo, es una novela cursi," se apura a señalar. "Nabokov no está a la altura de verdaderos grandes escritores como Proust y Kafka. Estos autores son serios y divertidos a la vez. Me acuerdo que cuando leí por primera vez La Metamorfosis sentí mucha angustia, y noté que había algunos paralelos entre la vida de Kafka y la mía. Cuatro o cinco años después, cuando les di el cuento a mis alumnos para que lo leyeran, a manera de introducción, les advertí que era un cuento terrible. Entonces empecé a leerles la primera página y no pude contener la risa. Ahí me di cuenta de que Kafka también era un autor muy gracioso, como Joyce, como Balzac, como Faulkner. El Quijote también es un libro serio y gracioso a la vez. A mí me gusta esta clase de literatura seria, pero no porque no pueda haber humor o sea solemne, sino porque está seriamente hecha y es graciosa a la vez. Me acuerdo que Max Brod recordaba sorprendido que Kafka se moría de risa cuando leía El Proceso en voz alta. Incluso yo tengo una teoría con respecto a la Carta al padre. Pienso que su estructura es la de las Confesiones de San Agustín. Mientras San Agustín le habla a Dios, Kafka se dirige al padre. Pero Kafka, coherente con su mito personal, en realidad no quiere que esa carta le llegue al padre. He ahí un punto interesante para leer toda su obra".
Esto me recuerda una de las formas en que Saer construye sus novelas, y le preguntamos cómo fue que se le ocurrió usar la estructura de El banquete para escribir Glosa. "Un día, mientras terminaba de escribir Nadie nada nunca, estaba enfermo con gripe, acostado en la cama y leyendo a Platón. Cuando terminé, literalmente salté de la cama y salí a comer afuera. El banquete me había curado". Y se ríe jocoso.
Por algún extraño motivo ahora Saer nos recuerda a Tomatis, cuando por ejemplo sostiene cosas como ésta: "Hoy en día en que el pueblo, la mafia y los gobiernos tienen los mismos ideales, solamente los artistas siguen siendo peligrosos. Lástima que vayamos quedando pocos". Aunque habría que pensar si su boutade no sólo encierra una gran verdad, sino también una clave para leer a este autor, ya que ninguno de sus personajes parece creer que haya algún ideal comparable a "la increíble sensación de estar vivo, ante el interminable desfile de fantasmas".
Le pregunto si es cierto que están a punto de reeditar la novela que escribió cuando tenía 23 años: La vuelta completa. "Sí, sí, dice moviendo la cabeza de un lado a otro: La novela empieza bien hasta que hay una extensa discusión entre dos de sus personajes sobre los temas fundamentales de la humanidad. Algo que nunca hay que hacer en una novela. La discusión dura como 20 páginas, y yo pensé que si alguien pasaba esas primeras páginas, estaba salvado, porque después la novela retoma su ritmo. Es otro caso de prepotencia juvenil," comenta, "como el de Responso. Todo el mundo me criticó por mi aparición como personaje, cuando en realidad yo estaba parodiándome a mí mismo. Son esos juegos que siempre me gustó hacer, como el que hay en el cuento 'A medio borrar' de La Mayor, cuando aparece Washington Noriega traduciendo El derecho a la pereza, una referencia a la traduccion que yo mismo hice de ese libro y que firmé como Washington Noriega".
Alan Pauls, le comento, sostiene que usted escribe con un pie en la tradición, y otro en el sarcasmo. Saer se queda pensativo unos instantes antes de responder: "Sí, yo nunca me propuse hacer una ruptura total con la tradición. En todo caso me interesa modificarla, en el sentido en que toda obra nueva lo hace. Sarmiento y Hernández, para tomar dos ejemplos, modifican el destino de la literatura argentina. También podríamos hablar de Macedonio Fernández (totalmente inclasificable), del mismo Borges, Di Benedetto, Juan L. Ortiz, y entonces veríamos que esa tradición argentina es de marginales, de gente que está en una estética o poética de ruptura. Incluso con los géneros. En cuanto al sarcasmo no sé, la verdad es que yo no me veo muy sarcástico que digamos."
Y se ríe un poco pícaro. Entonces se hace un breve silencio, Saer mira la hora y decide que ya es tiempo de contarnos el motivo de su alegría.
"Acabo de terminar el plan de mi nueva novela después de algunos meses sin escribir, y realmente estoy satisfecho", dice mirando por el gran ventanal del café en dirección a Montpartnase. "Se va a llamar La Grande, por su relación con la Fuga de Beethoven, con La Mayor, y por supuesto, por su tamaño. Uno de los temas de la novela va a ser la vanguardia, van a ser siete capítulos, uno de los cuales quizá tenga por título 'El intrigante'. Van a aparecer todos mis personajes, incluso el Gato; espero que no sea demasiado". Me atrevo a preguntarle si el hecho de que la novela tenga siete capítulos tiene alguna motivación cabalística. "No, no, de ninguna manera," contesta rápido él, y agrega en tono jocoso, citando a Beckett: "Maldito sea el que lea signos en esto".
Me río, recordando sin motivo el diálogo final de Casablanca, sin saber que ésa sería una de las últimas veces que vería a Saer con vida. Mientras tanto, él toma de un sorbo el resto de su cortado y dice a manera de despedida: "Sí, pienso escribir la novela pasando del punto de vista de un personaje a otro en medio de los capítulos, haciendo una suerte de asociación libre constante, algo así como esta conversación".
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Marcelo Damiani - Novelista y crítico. Profesor de la Universidad Maimónides de Buenos Aires. Premio Fondo Nacional de las Artes.