El 14 de marzo de 1877, en Southampton, Gran Bretaña, a los 83 años, una pulmonía terminó con la vida del antes todopoderoso Juan Manuel de Rosas, hasta 1852 jefe de la Confederación Argentina. El Gobierno de Buenos Aires dictó un decreto prohibiendo el funeral encargado por su familia. Pero el tucumano Juan Bautista Alberdi (1810-1884), no se alineó en esos rencores, a pesar que su exilio se había iniciado -en 1838- precisamente en repudio al régimen rosista.

Escribió desde Saint André de Fontenay una carta a Manuelita Rosas de Terrero, hija del dictador. Eran, explicó a un amigo, "dos palabras de dolorosa simpatía por la situación que ese evento le hacía, en país extraño y en ausencia de su marido".

Hizo más. A poco de llegar a Inglaterra, el 20 de mayo, fue a visitarla.

Alberdi narró el encuentro en carta a Ignacia Gómez. "Un mundo de impresiones variadas pasó por la pobre dama ese día. La ví llorar la muerte de su padre de un modo que haría honor al corazón más elevado", escribía. Y evocaba: "yo he combatido a Rosas desde niño. Se lo recordé a él mismo en Londres, por si lo ignoraba. Por oposición de su gobierno dejé el país hasta ahora".

Entonces, afirmaba, "creo tener más derecho que nadie a juzgarlo. Su conducta en Europa no ha sido inferior a la de San Martín. Yo no tendría derecho a hablar de otro modo. Me visitó muchas veces con respeto en Londres y se puso en todo a mi disposición. No por mi persona, sino por mi calidad de representante del gobierno que lo había derrocado. Ese respeto al vencedor sin coacción ni motivo de temor, es tenido en todo país civilizado como respeto liberal tributado a la ley".