En su ánimo de desbaratar la voluntad de los vecinos proclamada el 22, el Cabildo de Buenos Aires dio otro paso audaz. Como estaba autorizado para formar una Junta que gobernase en reemplazo del virrey Cisneros, urdió el 23 que sería nada menos que Cisneros el presidente de esa nueva corporación.

El depuesto virrey -que de ese modo seguía al mando- quiso consultar previamente con los comandantes militares. Ellos estuvieron de acuerdo, ya que -dijeron- lo que el pueblo quería era que el virrey dejara de ser tal. Entretanto, de nuevo había agitación en la Plaza Mayor. El Cabildo quiso dosificar las noticias. Hacia las 6 de la tarde, se limitó a anunciar por bando que, de acuerdo a lo resuelto el 22, Cisneros había cesado en su función, y que el Cabildo estaba a cargo del gobierno. La gente se calmó y todos se fueron a sus casas.

Y el jueves 24, a las 9 de la mañana, los cabildantes dieron forma definitiva a su engendro. Resolvieron que esa Junta, presidida por Cisneros, incluiría solamente a un español, el comerciante José Inchaurregui, y a tres criollos, el sacerdote Juan Nepomuceno Solá, Castelli y Saavedra. Todos prestaron juramento a las tres de la tarde. Pero ni bien esto se supo, se reinició la agitación de descontentos en la calle y -lo que era más grave- en los cuarteles, cuyos soldados eran nativos en su mayoría.

Al caer la tarde, los nerviosos patriotas se reunieron en casa de Nicolás Rodríguez Peña. Acordaron que era necesario deshacer todo lo hecho. Castelli y Saavedra debían renunciar. Así lo hicieron, como también Solá e Inchaurregui. A las 9 y media de la noche, el documento firmado de dimisión se presentaba ante el Cabildo. Además, una comisión de criollos solicitó al síndico Leiva que se convocara de nuevo a un "cabildo abierto". Esto mientras se ensayaban varias listas sobre una Junta posible.

Entre tales cavilaciones, llegó el amanecer del día decisivo, que sería el viernes 25 de mayo de 1810.