Don Carlos Sosa no puede cambiar su rutina. Y ahí está: es una mañana más con la escoba en la mano y la gorra en la cabeza. Sus 78 años y sus problemas de huesos no parecen impedir el meticuloso barrido de la vereda. Cuando termina con la acera de su casa, sigue con la del vecino. Si se siente bien y sale el sol, puede ser que limpie toda la cuadra. No le importa si es un espacio que le pertenece a él o a otra familia. El siente que todo es de todos. El barrio Don Bosco fue el escenario en el que transcurrió toda su vida. Aunque ahora está solo y sus hijos quieren llevarlo a otra parte, el abuelo se resiste. "Mi alma, mi corazón... todo está acá. Si me sacan me voy a morir antes de tiempo", confiesa.

En la plaza Don Bosco, desde temprano, los niños juegan, corren y gritan. Después los esperan en el comedor escolar: allí pasan las horas entre meriendas, deberes y talleres. Las mujeres que van al almacén hacen un paréntesis en alguna parte del recorrido para enterarse todo lo que pasa en el barrio. Pasa el escobero con su canto de siempre. Se detiene a charlar con el placero. A pocos metros, otro vecino pinta el canasto de la basura. "Vine a buscar el jugo; ya sabés ese que me gusta a mí", le dice una joven mamá a Fátima Delani. La almacenera encuentra entre las cajas el sobre; se lo había separado antes de quedarse sin mercadería.

En el noreste de la capital, los barrios Don Bosco y El Bosque se integran sin distinciones geográficas. Aparecen entre las primeras barriadas que tuvo la ciudad. Es como una pequeña gran ciudad (hay alrededor de 15.000 habitantes), donde todos se conocen. Se saludan, saben lo que necesitan y tratan de ayudarse. Las casas son parecidas entre sí, aunque cada una tiene un toque distintivo. No es un sitio silencioso. Sus calles cuentan historias: los vecinos siempre recuerdan de la gran laguna que antes existía donde hoy es la plaza, hablan del estadio de los cuervos de Central Norte, del club de bochas, de la parroquia, de la escuela y de "la María", la viejita que prepara las mejores empanadas del mundo, según describen.

Desconocimiento

A cientos de cuadras, al otro lado de la cuidad, un grupito de casas luce brilloso. Acaban de estrenarse. Es el barrio más nuevo de la capital, en Jujuy al 4.000, frente al Lapacho Sur. Sus vecinos ni siquiera saben el nombre, y tampoco se conocen entre ellos pese a que son sólo unas 20 viviendas idénticas, pegadas unas al lado de otra, sin tapias de por medio. "Es muy tranquilo, aunque al mismo tiempo frío. Si te ves con algún vecino, cruzás un ’hola que tal’ y nada más. Cada uno hace lo suyo", cuenta Natalia González, de 31 años. Ella se crió en el barrio Oeste II y extraña la unión que existía entre los habitantes de esa zona. "Además, acá falta de todo: no tenemos ni espacios o juegos para los chicos", confiesa.

El barrio de Natalia lleva el número 260 en la lista de barriadas de la capital. Y según los datos de Planificación Urbana de la Municipalidad es uno de los últimos. La edificación de barrios en la ciudad se terminó. Ya no quedan espacios en el territorio para hacer nuevas comunidades con todas las características espaciales o mobiliarias que se necesitan. De ahora en más en San Miguel de Tucumán se desarrollarán fenómenos de densificación o desarrollo en altura.

"Los grandes barrios con espacios verdes, escuelas y clubes ya no son posibles en la ciudad. Sólo se pueden construir complejos habitacionales en sitios chicos. El territorio de la capital ya está en más de un 90% ocupado", precisa el subsecretario de Planificación Urbana, Luis Lobo Chaklián.

En promedio, la capital se conforma con un barrio cada 2.300 habitantes. Sin embargo, el crecimiento desordenado de la ciudad ha dado lugar a que hoy haya barriadas muy consolidadas, con 20.000 habitantes cada una, y otras cientas con muy pocos vecinos. De hecho, la mayoría de la población reside en 20 de los 260 barrios. Las primeras comunidades que tuvo San Miguel de Tucumán aparecen entre las que más identidad y sentido de pertenencia despertaron entre los vecinos: el centro, barrio Norte y Sur, Villa 9 de Julio, Ciudadela, Villa Luján, Villa Alem, Don Bosco, barrio El Bosque, San Cayetano y Villa Urquiza, describe Lobo Chaklián. "Estas barriadas se formaban con características muy especiales, relacionadas a la religión y a clubes deportivos", explica.

La concepción de barrio cambió totalmente desde fines de los 60, cuando se generaron políticas habitacionales. Desde los 90 y hasta la actualidad se fueron formando otras barriadas más chicas, que en la mayoría de los casos se trata de conjuntos de viviendas y no de barrios con el sentido social que estos tienen, describe. "Notamos que en las nuevas construcciones se han perdido la solidaridad y conexión entre los vecinos. Son esquemas que hoy no contienen a su gente", recalca. El funcionario habla de esos barrios en los que no hay lugar para las leyendas urbanas; lugares en los que los vecinos prefieren vivir todo el tiempo puertas adentro.