Investigación
EL SHERIFF, VIDA Y LEYENDA DEL MALEVO FERREYRA
SIBILA CAMPS
(Planeta - Buenos Aires)
La autora, que trabaja en el diario Clarín, comenzó su obra en 1994, cuando Ferreyra ya estaba preso en el penal de Villa Urquiza, luego de haber protagonizado una de las fugas más espectaculares de la historia del país tras haber sido condenado por el triple crimen de Laguna de Robles.
El libro puede generar sentimientos encontrados para los lectores tucumanos. Es que la historia que en él se cuenta es archiconocida en la provincia. Mario Ferreyra, durante años, fue la cara visible de la Policía y tuvo constantes apariciones públicas, casi siempre emparentadas con la controversia. El hombre que, a pesar de haber muerto el 21 de noviembre de 2008, aún está en el pensamiento de una enorme masa de tucumanos, que veían en él el brazo ejecutor de la ley. Y es en ese sentido dónde la obra de Camps cobra valor. Situar al ex comisario mayor en un contexto social, económico y político en la provincia le da un plus a la obra, con detalles que permiten descubrir un poco más al personaje de sombrero Panamá, látigo, camisa negra, botas y largas patillas.
Es innegable que Camps se ocupó de hacer un detallado trabajo de archivo, tanto en las publicaciones de LA GACETA como en Tribunales, de donde obtuvo copias de los fallos en contra del condenado, así como las actuaciones que acumuló Ferreyra durante sus 25 años de carrera policial. Los números son elocuentes: dos condenas, una de ella a cadena perpetua, 23 causas penales en su contra, 32 sumarios internos, 13 arrestos ordenados por sus superiores por un total de 132 días, cuatro apercibimientos y una suspensión de 15 días sin goce de sueldo.
La autora comienza su trabajo con la familia de Ferreyra, su nacimiento el 29 de enero de 1946 en Los Pereyra, y su infancia conflictiva, con un padre rígido y golpeador, sin dejar de contar la ya mítica historia de la caza del puma en medio del monte, cuando todavía era un chiquilín. También releva sus estudios en un convento de Córdoba y el ingreso a la escuela de Policía de Tucumán en 1963.
Virtudes y excesos
Camps muestra una cualidad destacable. Desmenuza cada una de los relatos sobresalientes de la vida del Malevo y los entremezcla con el contexto que se vivía en la provincia. Así no pasa por alto que quien llegó a ser el titular de la Dirección de Investigaciones fue "un alumno dilecto de la dictadura", lo que a la postre marcaría su accionar: innumerables denuncias por torturas y acusaciones de "gatillo fácil". Todo condimentado con más de 50 entrevistas, entre las cuales, obviamente, se destaca la que le realizó al mismo Ferreyra, durante varias jornadas, en el "departamento" que el ex policía tenía en la cárcel. Allí, el Malevo habla de sus amigos, de sus amores, de sus enemigos y hasta último momento -como lo hizo siempre- sostiene que la muerte de tres hombres en Laguna de Robles, la que terminó con su carrera, había sido un enfrentamiento. Unicamente luego del suicidio, sus hijos mayores admitieron que él les había confesado que los había ejecutado. Lo que sí se le puede criticar a la escritora es su tendencia a pontificar sobre los actores a los que se refiere en la obra, desde jueces y fiscales, pasando por periodistas, policías y políticos con respecto, en casos puntuales, hasta una presunta complicidad para con las actividades del Malevo y de quienes lo acompañaban. Asegurar eso, a una distancia de 1.300 kilómetros, suena exagerado si no se tienen pruebas fehacientes. Al mismo tiempo, inteligentemente, acusa a personas de haber cometido una serie de delitos, pero siempre basándose en los dichos de algunos de los entrevistados. Y a algunas de sus preguntas ella misma contesta: "es entendible que Ferreyra, a pesar de ser un homicida, despierte tantas simpatías entre los tucumanos si se tiene en cuenta que fueron los mismos tucumanos que votaron a Bussi, un ex general de la dictadura".
A lo largo de 479 páginas, Camps escribe sobre la subversión, "Los Gardelitos", el clan Ale, la mafia policial, la muerte del oficial Juan Salinas, la del empresario Antonio Macaione, de "Sopa i' chancho", del comando Atila, de la llegada de la democracia, de la trata de personas y, por supuesto, de lo sucedido con el triple crimen. La periodista, como los jueces, no duda. Ferreyra es un asesino y, a pesar de ser policía, pasó casi toda su vida al margen de la ley. Tanto que su último acto, con una cámara de televisión adelante -como le gustó siempre-, consistió en utilizar un arma de fuego, no ya para disparar contra personas a las que juzgó sin intervención de la Justicia, sino para evitar que esa misma Justicia intentara esclarecer otra de las causas en las que él estaba mencionado. Aunque, paradójicamente, se lo buscaba para detenerlo "al simple efecto de prestar declaración indagatoria" (por la desaparición de una persona durante la dictadura), pero para él era lo mismo. Se había jurado que no volvería a la cárcel. Otra vez había decidido hacer justicia por mano propia.
© LA GACETA
Juan Manuel Montero
EL SHERIFF, VIDA Y LEYENDA DEL MALEVO FERREYRA
SIBILA CAMPS
(Planeta - Buenos Aires)
La autora, que trabaja en el diario Clarín, comenzó su obra en 1994, cuando Ferreyra ya estaba preso en el penal de Villa Urquiza, luego de haber protagonizado una de las fugas más espectaculares de la historia del país tras haber sido condenado por el triple crimen de Laguna de Robles.
El libro puede generar sentimientos encontrados para los lectores tucumanos. Es que la historia que en él se cuenta es archiconocida en la provincia. Mario Ferreyra, durante años, fue la cara visible de la Policía y tuvo constantes apariciones públicas, casi siempre emparentadas con la controversia. El hombre que, a pesar de haber muerto el 21 de noviembre de 2008, aún está en el pensamiento de una enorme masa de tucumanos, que veían en él el brazo ejecutor de la ley. Y es en ese sentido dónde la obra de Camps cobra valor. Situar al ex comisario mayor en un contexto social, económico y político en la provincia le da un plus a la obra, con detalles que permiten descubrir un poco más al personaje de sombrero Panamá, látigo, camisa negra, botas y largas patillas.
Es innegable que Camps se ocupó de hacer un detallado trabajo de archivo, tanto en las publicaciones de LA GACETA como en Tribunales, de donde obtuvo copias de los fallos en contra del condenado, así como las actuaciones que acumuló Ferreyra durante sus 25 años de carrera policial. Los números son elocuentes: dos condenas, una de ella a cadena perpetua, 23 causas penales en su contra, 32 sumarios internos, 13 arrestos ordenados por sus superiores por un total de 132 días, cuatro apercibimientos y una suspensión de 15 días sin goce de sueldo.
La autora comienza su trabajo con la familia de Ferreyra, su nacimiento el 29 de enero de 1946 en Los Pereyra, y su infancia conflictiva, con un padre rígido y golpeador, sin dejar de contar la ya mítica historia de la caza del puma en medio del monte, cuando todavía era un chiquilín. También releva sus estudios en un convento de Córdoba y el ingreso a la escuela de Policía de Tucumán en 1963.
Virtudes y excesos
Camps muestra una cualidad destacable. Desmenuza cada una de los relatos sobresalientes de la vida del Malevo y los entremezcla con el contexto que se vivía en la provincia. Así no pasa por alto que quien llegó a ser el titular de la Dirección de Investigaciones fue "un alumno dilecto de la dictadura", lo que a la postre marcaría su accionar: innumerables denuncias por torturas y acusaciones de "gatillo fácil". Todo condimentado con más de 50 entrevistas, entre las cuales, obviamente, se destaca la que le realizó al mismo Ferreyra, durante varias jornadas, en el "departamento" que el ex policía tenía en la cárcel. Allí, el Malevo habla de sus amigos, de sus amores, de sus enemigos y hasta último momento -como lo hizo siempre- sostiene que la muerte de tres hombres en Laguna de Robles, la que terminó con su carrera, había sido un enfrentamiento. Unicamente luego del suicidio, sus hijos mayores admitieron que él les había confesado que los había ejecutado. Lo que sí se le puede criticar a la escritora es su tendencia a pontificar sobre los actores a los que se refiere en la obra, desde jueces y fiscales, pasando por periodistas, policías y políticos con respecto, en casos puntuales, hasta una presunta complicidad para con las actividades del Malevo y de quienes lo acompañaban. Asegurar eso, a una distancia de 1.300 kilómetros, suena exagerado si no se tienen pruebas fehacientes. Al mismo tiempo, inteligentemente, acusa a personas de haber cometido una serie de delitos, pero siempre basándose en los dichos de algunos de los entrevistados. Y a algunas de sus preguntas ella misma contesta: "es entendible que Ferreyra, a pesar de ser un homicida, despierte tantas simpatías entre los tucumanos si se tiene en cuenta que fueron los mismos tucumanos que votaron a Bussi, un ex general de la dictadura".
A lo largo de 479 páginas, Camps escribe sobre la subversión, "Los Gardelitos", el clan Ale, la mafia policial, la muerte del oficial Juan Salinas, la del empresario Antonio Macaione, de "Sopa i' chancho", del comando Atila, de la llegada de la democracia, de la trata de personas y, por supuesto, de lo sucedido con el triple crimen. La periodista, como los jueces, no duda. Ferreyra es un asesino y, a pesar de ser policía, pasó casi toda su vida al margen de la ley. Tanto que su último acto, con una cámara de televisión adelante -como le gustó siempre-, consistió en utilizar un arma de fuego, no ya para disparar contra personas a las que juzgó sin intervención de la Justicia, sino para evitar que esa misma Justicia intentara esclarecer otra de las causas en las que él estaba mencionado. Aunque, paradójicamente, se lo buscaba para detenerlo "al simple efecto de prestar declaración indagatoria" (por la desaparición de una persona durante la dictadura), pero para él era lo mismo. Se había jurado que no volvería a la cárcel. Otra vez había decidido hacer justicia por mano propia.
© LA GACETA
Juan Manuel Montero