Tucumán encarna una paradoja -entre muchas-: mientras una buena parte de los ríos y arroyos más importantes corren de oeste a este, es decir, desde los cerros hacia la llanura, su vida económica y social se estructura de norte a sur (o viceversa). Por ejemplo, sus principales ciudades se levantan en este último eje. Las rutas nacionales 9, 38, 157, 34 y 40 siguen, con matices, estas direcciones. Con la producción ocurre algo parecido: seguramente algún agrónomo nos dirá, con razón, que no somos precisos, pero nos animamos a afirmar que los limones y los cañavarales se siembran en franjas más o menos claras que también se extienden de norte a sur; la citricultura, más pegada al piedemonte y la caña, hacia el centro de la provincia. Por eso, cuando llega la temporada de tormentas y las aguas bajan con fuerza, esta tendencia a la perpendicularidad genera indefectiblemente un conflicto que no es aislado ni eventual, sino que se repite año tras año.

En Tucumán, lo que sobra es agua. Se puede argumentar que hay períodos de seca en los que el recurso escasea. Pero es posible que el problema no esté en su disponibilidad según las estaciones, sino en el modo en el que se lo gestiona, porque en verano el agua nos atropella y se dispersa sin control arrasando pueblos, campos, barrios y calles para luego escurrirse irremediablemente. Tal vez, si en los momentos de abundancia se la pudiese canalizar y acumular, en los tiempos de escasez del invierno y la primavera las urgencias no serían tales. Y, de paso, nos ahorraríamos las horrorosas inundaciones de cada estío.

Descomunal cotidianidad

Desde el sábado pasado, cuando una tormenta potente puso los canales al límite y convirtió las calles del Gran San Miguel de Tucumán en ríos, una serie de preguntas se repite en diversas conversaciones: ¿por qué todos los veranos (desde hace décadas) ocurre lo mismo? ¿Se puede hacer algo para dejar de sufrir con cada tormenta? ¿Van a seguir pasando los años sin cambios relevantes? ¿Si todo indica que a medida que el innegable cambio climático se agrava las tormentas se vuelven aún más potentes no deberíamos actuar en consecuencia? Y la más inquietante: ¿aún estamos a tiempo?

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Es cierto que la lluvia del otro día fue descomunal. Pero también es real que solemos adaptarnos a las adversidades con cierta facilidad y que situaciones tan irregulares como estas parecen formar parte de la cotidianidad: si el cielo se pone negro es mejor no sacar el auto porque puede terminar flotando en alguna avenida. Y hay miles de tucumanos que conviven con el espanto del agua en entornos de miseria y a nadie parece llamarle demasiado la atención. Es en este contexto que inquietudes como las expresadas más arriba cobran una relevancia dramática.

Ahora bien: ¿qué se debería hacer? ¿Cuáles son las obras que nos ayudarían a soportar con más seguridad la fuerza de la naturaleza? Hay bibliotecas con estudios que dan pautas, pero vamos a concentrarnos en dos trabajos. Uno de ellos pone el foco en el piedemonte de la sierra de San Javier y el otro es más amplio: propone acciones para toda la provincia.

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Entre 2001 y 2003, la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) desarrolló análisis y propuestas sobre los desagües pluviales del faldeo oriental de San Javier y los grandes canales de desagüe, bajo la dirección del ingeniero Antonio Roldán. Ese proyecto marcó los lineamientos generales para el manejo del agua en Yerba Buena, en Villa Carmela y en el Gran San Miguel de Tucumán. Entre otras recomendaciones, se plantearon dos grandes obras:

1- Crear lagunas de laminación en el canal Caínzo-Las Piedras (el que pasa junto a Alto Verde 1 y 2 y por detrás del country del Jockey).

2- Desviar el canal Yerba Buena hacia el arroyo de El Manantial.

Vale aclarar que ninguna de las dos se concretó, a pesar de que ya pasaron más de 20 años. Pero ¿por qué son relevantes? Yerba Buena es atravesada por varios canales: el Yerba Buena (es la continuación del río Muerto y corre por el Camino de Sirga), el Caínzo-Las Piedras y el San Luis (nace en la Solano Vera, se extiende por la calle San Luis y desemboca en el Yerba Buena) son algunos de los más importantes; pero hay otros, como el que va por debajo del Boulevard 9 de Julio. De manera directa o indirecta, la mayoría desagota en el Canal Sur, que, luego de rodear la capital, desemboca en el río Salí, y que -en palabras del ingeniero Claudio Bravo, voz autorizadísima en estos temas- es una estructura débil cuyas losas y muros se rompen constantemente, y que necesita una reformulación urgente. Cosa que hoy es inviable: no se le puede agregar capacidad, porque ha sido asfixiado por la ciudad.

Acá cobra relevancia un concepto que esta semana repitieron el vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNT, Eduardo Martel, y el secretario de Obras Públicas de la Municipalidad capitalina, Luis Lobo Chaklián: es imposible imaginar soluciones definitivas para este y otros problemas (el tránsito, la seguridad y un largo etcétera) si no se trabaja a partir de un concepto metropolitano. En otras palabras, las divisiones de municipios son apenas administrativas y políticas, porque para sus habitantes el Gran San Miguel de Tucumán funciona como una sola ciudad, con todo lo que eso implica.

Prevención de inundaciones: claves y medidas para evitarlas

El otro estudio es más reciente. Fue elaborado por la Comisión Especial de Emergencia Hídrica que impulsó la Legislatura en 2017, luego de las dramáticas inundaciones en La Madrid. Se divide en dos partes:

1- Plan de contingencias hídricas para La Madrid.

2- Lineamientos para la elaboración de planes hídricos estratégicos para Tucumán.

El trabajo, realizado con la asistencia técnica de la UNT, es tan amplio que plantea no sólo obras hídricas, sino planes de forestación, pautas para clasificar las cuencas, instrucciones para trazar cartografía y muchísimos aspectos más. ¿Qué fue de semejante documento? Está colgado en el sitio de la Legislatura.

Hay un detalle en el que se fijan algunos malintencionados: ¿quién era el presidente de la Cámara en aquel entonces?

Hoja de ruta

Sabemos qué hay que hacer para cortar con la insana costumbre de quedar bajo el agua cada verano. De hecho, es difícil encontrar planes más completos que los que enumeramos más arriba. También es cierto que algunas obras se hicieron. Yerba Buena es un buen ejemplo. Y no hay dudas de que la limpieza de canales y desagües de este verano evitó que la tormenta del sábado generara un drama mayor. Pero con eso no alcanza.

El cambio climático es innegable. Se acercan tiempos de fenómenos extremos y contra la fuerza de la naturaleza no hay mucho que hacer salvo tomar recaudos para que el impacto sea lo más leve posible. En el caso de las inundaciones, desde hace años que contamos con la hoja de ruta que nos muestra el camino a seguir ¿por qué no empezamos?