Todos cumplimos diversos roles en nuestra cotidianeidad, pero las mujeres que ejercemos la docencia somos casi las representantes del gremio, si tenemos en cuenta que el número de maestros es inferior. Desde una manzana sobre su escritorio hasta el chupetín en el bolsillo de la Seño son indicadores de que esta mujer está “frente al aula”, como suele decirse a los docentes que realizan tareas pedagógicas, que no incluyen las administrativas o de gestión. El afecto de los niños es el combustible que hace que una docente quiera volver al día siguiente con sus alumnos; es el motor que llena de energías en un trabajo desgastante y poco gratificante si consideramos el entorno, las exigencias y las demandas de autoridades y familias. La escuela es la institución que continúa funcionando a pesar de las grandes crisis, tanto las del país como la de las familias; es el espacio dispuesto a atender a aquellos que nos maravillan con sus logros y también a los que reman con una realidad difícil hasta para un adulto y de las cuales no son responsables. A fin de reconocerle características de trabajo a la labor docente, se convino en desechar el mote de “segunda mamá” a la docente mujer. No obstante, la relación con el niño y su familia continúa siendo la misma que hace años; vertebrada en el afecto recíproco. Es que si no se ve en ese niño posibilidades de superación y se percibe su capacidad / necesidad afectiva, no sería posible una relación aceptable. Es imposible trabajar a diario con 20 o 30 niños si no se los calma. Entre los hechos de Sarmiento -muchos de ellos cuestionables- es evidente que él confiaba en la capacidad de la mujer para realizar la labor educativa. Las primeras maestras, formadoras de formadores, fueron mujeres. Y lo siguen siendo, en su mayoría. La capacidad de dar / recibir afecto y contener en aquellos momentos difíciles, hace que la maestra se “adueñe” de sus alumnos y, para ello, un año escolar alcanza. Se siente responsable, es decir, responde por ellos, antes sus colegas o autoridades, pero también, a veces, ante algún familiar que no está dando lo esperable. El tomarle la mano y guiarlo en el desarrollo de su motricidad fina, si se hace con afecto, respaldado por la autoridad que lo autoriza, torna mejor y más fácil la tarea, a la vez que asegura buenos resultados. Mucho se habla en los medios sobre la necesidad de que los docentes, en general, accedamos permanentemente a la actualización. Es que entre los requisitos para ejercer la profesión se encuentra el continuar estudiando y la realidad demuestra que ello es imprescindible. Durante estos años de existencia del sistema educativo, fueron cambiando las políticas educativas y las metodologías en la enseñanza fueron renovándose en aras de encontrar el método perfecto, aquel que, al aplicarlo, garantice el aprendizaje de los niños, casi sin contar con las posibilidades con que este niño cuente. Pero sin importar el método implementado, nuestras maestras deben continuar sazonando sus técnicas y procedimientos con amor, caso contrario el método no resulta ni eficaz ni significativo para el niño. La ternura de un abrazo o de una palabra de aliento, logra sin otro aditamento que un niño abandone su postura negativa para avanzar en el proceso, al tiempo que eleva su autoestima. Estos ciclos donde se mezclan una serie de elementos alcanzó para alfabetizar a cientos de generaciones y el método no siempre fue el mismo. La mamá, la esposa, la hermana, la hija se desdibujan cuando una mujer viste su guardapolvo y se dirige al encuentro con sus niños, a compartir risas, ocurrencias teñidas de inocencia y espacios de encuentros, aunque también, situaciones difíciles. Desde las autoridades escolares se espera que la labor de los docentes contenga responsabilidades político-pedagógicas, que imparta cultura y simplifique una realidad por demás de compleja; para las familias, un comentario positivo de su niño o niña para con su maestra, basta y sobra para considerar que su labor está bien ejercida, que está aprobada.
Blanca Inés Medina
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