En el fútbol, no sólo basta tener “chapa” para ganar. Muchas veces se necesita actitud y juego. Poner el pie en el momento preciso, y la pelota al ras para preocupar al rival. No hay más secretos. Lo realizado por San Martín de Tucumán es inentendible, desesperante y desilusionante. ¿Por qué fluctúa tanto de nivel? ¿Quiénes son los responsables de la paupérrima imagen? ¿Los jugadores? ¿Diego Flores? Dudas a las que no se les encuentran una respuesta exacta.

Por momentos, Mendoza se convirtió en Rosario, y los traumas de aquella final se materializaron en la cancha. ¿Por qué? El “Santo” no hizo ningún mérito para llevarse un 0-0 del Víctor Legrotaglie. El resultado fue generoso para un equipo apático, descompensado y sin ideas. El palo izquierdo (en el cabezazo de Luis Silba) y las cuatro atajadas de Darío Sand fueron las causas de la igualdad, de la “vida extra” del equipo de Flores. El “Lobo” fue más, pero no tuvo la contundencia necesaria… Aunque el análisis debe ser desglosado por parte.

Esta vez el error no fue un cambio táctico ni una improvisación de último momento. La única modificación fue la salida de Pablo Hernández que, a priori, no descompensaba al medio campo. Dos volantes de contención y tres de gestación fue la fórmula que usó en todo el torneo, la que lo llevó a la final, la que se extrañó contra Aldosivi y la que utilizó para este partido. Pero las posiciones fijas no ganan partidos, sino los jugadores.

El doble “5” de San Martín no le hizo frente a dos factores: la intensa presión de los delanteros y la lucidez de Ignacio Antonio. Y, si el sostén principal presenta problemas, el resto del equipo se vuelve más endeble. Matías Ignacio García se sintió en soledad para la marca. Llegó tarde a los cruces y no se coordinó con su ladero, Gustavo Abregú. A ese factor se sumó la imprecisión y la lentitud para las pelotas divididas. Pero no fueron los únicos responsables del flojo rendimiento.

La otra falla se encontró en los laterales. Lucas Diarte padeció a Nicolás Romano. El volante hizo lo que quiso por la banda izquierda y fue la piedra en el zapato para el lateral. Axel Bordón vivió una situación similar frente a Nazareno Solis. El combo terminó de explotar con la presencia de Silba. “Tanque” se fajó todo el partido con Agustín Dattola y fue el jugador más peligroso de la cancha. El “Lobo” utilizó al “9” como la principal referencia del ataque, y la apuesta dio resultados. Si no fuese por el palo o las manos de Sand, hubiese obtenido su recompensa.

Es imposible olvidarse de la discreta actuación de Junior Arias, Matías “Caco” García y Juan Cuevas. Los encargados de la generación de juego no aparecieron ni se coordinaron. Esto redujo el ataque a una que otra corrida de Lautaro Fedele o, en el complemento, de Gonzalo Rodríguez. Los únicos que, al menos una vez, probaron al arco de Matías Tagliamonte.

Tampoco puede obviarse la actuación de Gastón Monsón Brizuela. Falló en muchas de sus decisiones y, por momentos, el partido se le fue de las manos. Aunque no fue la causa por la que San Martín jugó mal.

Los últimos minutos se centraron en una sola acción: aguantar el resultado. No había otra misión. Y quizá esa fue la mejor labor de San Martín. ¿Con un poco de suspenso? Sí, pero en ese momento apareció Sand para cerrar la persiana.

El “Santo” consiguió un empate salvador y milagroso. El resultado lo deja con vida y, sobre todo, porque el partido se juega en La Ciudadela. Ahora, el momento deberá servir para reflexionar y modificar la cara en la vuelta. ¿Por qué? Porque, como se mencionó antes, para pasar se necesita jugar al fútbol, y esta instancia no permite errores.