Eterna caja de sorpresas, siempre impredecible, de allí su fascinación, el fútbol es amor y es traición. La vuelta de Marcelo Gallardo a River fue un show de felicidad, promesas de futuro mejor, plantel reforzado con campeones mundiales y la Libertadores que terminaría celebrándose en el Monumental, nuestro único estadio Siglo 21, orgullo de los “Millonarios”. Nadie imaginó siquiera que todo estaría saliendo tan mal.

Por un lado los números: 20 partidos en 4 meses, 8 victorias, 9 empates y 3 derrotas. Todo octubre con apenas un solo gol (el colombiano Miguel Borja) y la eliminación dolorosa en semifinales de Libertadores contra Mineiro por tres goles, sin reacción.

Que los mundialistas Germán Pezzella y el “Toro” Acuña darían el plus que faltaba, que la jerarquía del resto, que las promesas del “Diablito” Echeverri y Franco Mastantuono y que solo faltaba alguien como el “Muñeco” para reencauzar algo que Martín Demichelis amagó fortalecer para terminar chocando. ¿Es necesario repasar todos los noticieros deportivos, los titulares de prensa, la ilusión lógica de los hinchas? Sería masoquismo puro. No hace falta.

También al propio Gallardo lo agarró de sorpresa una vuelta tan rápida. No solo porque se agotó antes de lo previsto el ciclo Demichelis y porque él mismo precisaba volver a Buenos Aires por cuestiones familiares, sino también porque su experiencia en Arabia Saudí terminó siendo demasiado corta. Preocupantemente breve. Es un fútbol lejano y que nos importa poco. No era entonces el “Muñeco”. Eran ellos, los saudíes y su fútbol de billetera.

Como si se tratara de una prolongación de su última etapa, como si acaso nunca se hubiese ido, el River de Gallardo capítulo dos jamás logró hacernos recordar al River del Gallardo capítulo uno. Siquiera acercársele.

El crédito, sin embargo, siguió siempre abierto. Se rompió primero el sueño de la Libertadores y se rompió ahora la breve y repentina ilusión de alcanzar a Vélez en la punta del torneo.

Pero la derrota del jueves en Mendoza contra Independiente Rivadavia fue algo más doloroso que eso. Derrota e imagen de jugadores desbordados, buscando revancha contra un gesto del ex Boca Sebastián Villa.

Corriéndolo hasta la escalera a los vestuarios. Con un guardia de seguridad que no funcionó como tal. Y un plantel que, ahora, ya no sirve más y que hay que renovar porque sino terminará devorándose al “Muñeco” 2. Cuentan que fue un vestuario difícil posderrota en Mendoza. Que algunos jugadores ya se quieren ir. Suele suceder a la hora de la derrota. A falta de fútbol, crecen los rumores. Y a pocos le importa si es verdad o mentira.