Cuando Javier Milei plantea, tal como lo acaba de hacer en “The Economist”, que abrazar las ideas de la libertad mejora la vida de todos y “trae prosperidad”, mientras automáticamente desacredita tan noble pensamiento con dichos agraviantes y actitudes que van en contra de la tolerancia indispensable que esa libertad necesita para funcionar a pleno, le está poniendo una lastimosa lápida a esas mismas ideas porque de esa forma las abarata, las degrada o las bastardea de modo casi permanente.
El Presidente acaba de señalar en un discurso en el Grupo de los 20 que “si se trata de restringir la libertad de opinión, no cuenten con nosotros” y ese textual que, por principista, expresa el liberalismo más acérrimo, termina resultando lapidario para con él mismo, ya que es lo que Milei hace puertas adentro cuando los demás dicen cosas que van en contra de sus modos. Lo notable es que se queja porque dice que el mundo es el que le quiere imponer cosas, pero a la vez en la Argentina es él quien fulmina a los demás para obligarlos a que se haga su voluntad. Parece ser que su zigzagueante personalidad se lo lleva puesto.
Si el sistema consiste en ladrar para atemorizar, en eso Milei no es original, ya que la literatura aborda el tema de la sumisión por susto desde el siglo XIV: “tráeme agua a las manos” le ordena el personaje de uno de los relatos de “El Conde Lucanor” a su perro y a su gato antes de descuartizarlos por no obecederle. La idea era que su esposa tomara el ejemplo y le lleve agua cuando él se la solicitaba. En “La fierecilla domada”, Shakespeare describe un método similar del personaje central para someter a Catalina a través de la humillación, la manipulación y los condicionamientos, sobre todo. Paraísos del machismo y la violencia.
Según Maquiavelo, un político debe lograr la obediencia de sus súbditos a través de la combinación de la fuerza y de la astucia e inspirar tanto el amor como el miedo, aunque “es más importante ser temido que ser amado”, probablemente porque el miedo es un sentimiento más duradero y estable que el amor y puede ser utilizado para mantener el orden y la subordinación. Sin embargo, el florentino advierte que el sometimiento no debe ser obtenido a través de la crueldad o de la opresión, ya que eso podría generar resentimiento y rebelión. En su lugar, el Príncipe debería buscar un mix “entre la firmeza y la clemencia”, aconseja.
Sin ese equilibrio indispensable, hoy cada vez que el Presidente ruge (y lo hace cada vez más fuerte) “se le vé la pata a la sota”, hubiese dicho Juan Perón, ya que el libreto que utiliza va perdiendo fuerza, aunque él no cesa de ir de modo recurrente por el mismo camino sin detenerse a reflexionar que quienes lo impulsan a eso, aprovechando que su personalidad se convierte en autoritaria para satisfacer su ansiedad, en realidad lo mal aconsejan. Debería mirar con un poco más de detalle lo bien que quedó él mismo hace unos días ante sus pares del G-20 cuando no bajó sus banderas, pero tampoco sacó los pies del plato. Habitualmente, ladrar no es tener razón.
La reunión de Río de Janeiro dejó otra perla más, como marco a la frase del comienzo sobre la libertad de opinión. En uno de sus muchos tropiezos dialécticos, Milei también planteó allí, con tono de victimización, el mal momento que vive a nivel global porque se lo acusa de “promover discursos de odio, de ser anti-democrático o un peligro para los derechos humanos, meramente por tener una opinión disidente”, describió él mismo. E inmediatamente después marcó territorio: “esto quiere decir que los mecanismos de gobernanza global no ofrecen un canal de conversación entre semejantes. Ofrecen solo dos caminos: sumisión o rebeldía. Bueno, antes que ser esclavos, nosotros preferimos la rebeldía”, aseguró. Está claro que porque le afecta, Milei ha defendido allí su derecho a ser disidente, a opinar distinto y a rechazar imposiciones, algo que él se niega a concederle a los demás, a la prensa crítica menos que a nadie.
Justamente, también saben todo eso de no ser sumisos ante los poderosos aquellos periodistas que no se allanan, que también tienen opiniones diferentes (tanto como él frente al mundo) y que reciben las andanadas presidenciales, algunas tan agresivas al punto de la calumnia y del insulto (“son torturadores”) y otras tan fuera de contexto, como comparar la tarea de la prensa con la cloaca que son las redes sociales, muy “democráticas” quizás, pero nada confiables.
En materia de discurso político, Milei sigue teniendo a mano siempre la palabra “casta” como sinónimo de degradación para crucificar a todos quienes se le desmarcan algo del poco liberal sistema que parece querer imponer al estilo de los ejemplos literarios, el de la dominación. El mismo anatema lo han padecido, en general, quienes no piensan como el Gobierno y ahora, le ha caído como un rayo a la vicepresidenta Victoria Villarruel, a quien el Presidente acusó de estar “más cerca del Círculo Rojo, lo que ella llama alta política y nosotros llamamos la casta”.
Sin la connotación que tiene en la cultura hindú, donde el término casta se refiere a un sistema de estratificación social y religiosa de grupos jerárquicos basado en la pureza ritual y en la ascendencia, la palabreja le sirve al Presidente tanto para un barrido como para un fregado, aunque hay que advertir que, de a poco, el término ha perdido su significado desde el costado peyorativo ya que, tal como pasa con las burguesías que se van sucediendo (y enriqueciendo) en la historia, con las castas políticas sucede casi lo mismo.
¿Qué tiene esta nueva casta de diferente en relación a las anteriores? En el inicio algo porque parece distinta, pero sólo hay que darle tiempo para que madure. Primero, porque muchos de sus miembros dicen de la boca para afuera compartir los nuevos ideales (mientras hasta ayer tenían otra camiseta), eso que Milei llama con razón la “batalla cultural” que debe ganar para lograr revertir la cabeza de millones de personas que se acostumbraron al modelo anterior de dispendio y pobreza y segundo que, como las castas de hoy son hijas de las anteriores por eso, en este juego de hipocresías, nadie está exento de tener puntos en común con el pasado.
Sobre la crítica puntual del Presidente a su vice por la propensión de Villarruel a frecuentar al “establishment”, sería de mal gusto hacer un listado que lo va a dejar al mismo Milei mal parado sobre visitas, charlas o discursos frente a lo más granado de los lobbies. Un rápido repaso de los archivos lo muestra solamente este mes con más de media docena de acercamientos hacia el mundo empresario, alocuciones incluidas, hablando con los ejecutivos más tradicionales y haciéndose eco también de la penetración que tienen las nuevas tecnologías. Por todo eso, al Presidente no se le han caído los anillos por cierto.
Es todo tan así, que ya hay legiones de mileístas de la primera hora en las organizaciones empresariales, muchas de ellas de excelente diálogo con el kirchnerismo, chupadores de medias profesionales que han saltado el cerco. Por supuesto, que cuando se observa que hay negocios que siguen siendo intocables hay que sacarse el sombrero ante la capacidad camaleónica de esos empresarios. Otro tanto, ocurre con los sindicatos, que se mimetizan y se amoldan a las nuevas castas, por lo que Pablo Moyano acaba de romper con la CGT por la tregua que pactó con el Gobierno. Y en la Justicia, el emblema es Ariel Lijo, ya que allí más casta no se consigue.
Desde lo político-partidario, la manifestación más rimbombante y a la vez más bizarra de esa pretensión de ser diferentes para armar una nueva casta, aunque sin conseguirlo del todo, surgió en estos días, casi como una suerte de “Vatayón militante” de los “soldados de Milei”, de parte de un grupo de libertarios que, en el fondo, lo que están buscando probablemente sea un sueldito. Así, acaban de aparecer “Las fuerzas del Cielo”, como “brazo armado” del mileísmo (“de teléfonos móviles” se aclaró), dispuestos a darle batalla a los “zurdos de mierda” a partir de la agenda antiwoke que promueve el Presidente y que hace a los tiempos de esta nueva casta cultural.
Nadie sabe si con otra actitud de Milei los muchos logros económicos objetivamente logrados con mayor o menor convicción, riesgo o fortuna no se galvanizarían aún más y quizás él debería intentar ir por los más valores que por las tirrias políticas. Lamentablemente, la ira presidencial podría ser a la larga inversamente proporcional a la inflación arrinconada, la mejora de los ingresos, la pobreza en suave declive, la actividad en una recuperación lenta pero despareja, al empleo que dejó de caer y al consumo en leve expansión. También al riesgo-país hacia la baja, al cierre de la brecha cambiaria y a la compra de Reservas, todos elementos del termómetro financiero que deberían empezar a complementarse con inversiones de verdad, RIGI y más desregulaciones mediante.
Al mejor estilo argentino, son muchos los que hoy apoyan con razón al Presidente y hay otros que evitan hablar de los devaneos autoritarios de su gobierno quizás para no quebrar el hechizo, aunque no habría que olvidar que no querer ver las consecuencias de la orgía de gasto y manoteo del kirchnerismo, caldo en el que se cocinó la apabullante pobreza que envuelve a los argentinos, fue algo fundamental para llevarse puesto a Mauricio Macri y para su persistencia por dos décadas. Hoy, el Gobierno juega a la ruleta rusa, con Cristina arriba del ring otra vez. Si la sumisión de de muchos significa no querer ver, ojalá que la historia de ponerse la venda no se repita con esta nueva casta.