ENSAYO

EL SECUESTRO DE OCCIDENTE

ALEJO SCHAPIRE

(Libros del Zorzal – Buenos Aires)

¿Cómo es posible que la masacre perpetrada hace un año en Israel por parte del grupo terrorista Hamas haya generado incontables manifestaciones de solidaridad en favor de los asesinos, a la vez que masivas expresiones de repudio en contra de las víctimas?

El periodista y escritor argentino Alejo Schapire dedica El secuestro de occidente a proponer una respuesta a esta cuestión. En el ensayo de 200 páginas que publica “Libros del Zorzal”, el autor radicado en Francia desde hace 30 años (hoy trabaja en la radio pública de ese país) da cuenta de las reacciones impensadas que tuvieron lugar en occidente. A la vez, describe lo que considera el proceso político, intelectual, ideológico y universitario que llevó a esta situación.

Orgía violenta

“El pogromo del 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel fue llevado a cabo en un clima de euforia pornográfica, una orgía sangrienta de violencia contra civiles (bebés, mujeres, ancianos supervivientes del Holocausto) transmitida en tiempo real por sus propios autores. Vientres de embarazadas abiertos, fetos extirpados y destruidos, bebés calcinados, violaciones frente a familiares, decapitaciones con palas, jóvenes desgarradas y con la pelvis destruida por los abusos, talones cortados para impedir su huida, cuerpos de jovencitas vejados, desnudos, desarticulados, paseados en camionetas como fueran trofeos de guerra al grito de ‘Alá es grande’. La imaginación y la religión puestas al servicio de un proyecto de destrucción macabra. Un horror que se jacta y se regodea en el espejo”, describe Schapire.

Todo este despliegue de “crueldad voluntaria y meticulosa”, dice el ensayista, merecía una condena unánime y universal. Sin embargo, no hubo hacia Israel la empatía de la que es digno cualquier grupo humano masacrado, de cualquier origen o época.

Por un lado, dice el ex colaborador de Página/12, quedaron en evidencia los sectores de la izquierda que se han entregado a las políticas identitarias y quieren creer que el islamismo es un aliado en la lucha anticapitalista. El semanario inglés El trabajador socialista celebraba el oprobio, el 9 de octubre, con el título “La resistencia palestina humilla al racista Israel”, detalla.

Por otro, 34 organizaciones de alumnos de la Universidad de Harvard, en una carta, declaraban “al régimen israelí enteramente responsable de toda la violencia que se desarrolla”. “Los acontecimientos de hoy no se han producido de la nada”, sostuvieron los estudiantes de hoy. En la Argentina, en los 70, de los estudiantes universitarios que eran secuestrados y desaparecidos una parte de la sociedad decía, cobardemente, “algo habrán hecho”. Pero ese argumento, execrado por la izquierda hace medio siglo, ahora era reivindicado para el mundo.

Durante las semanas siguientes, aulas y bibliotecas de la más elitista de las universidades del mundo eran el teatro de manifestaciones que convocaban a la destrucción de Israel y atacaban a estudiantes que profesaran la fe judía. Por esos días fueron llamados a comparecer ante el Congreso de EEUU autoridades de Harvard, del MIT y de Penn University. La pregunta era específica: “llamar a que se perpetre un genocidio (otro más, cabe agregar) contra el pueblo judío, ¿no es violatorio de las normas universitarias contra la intimidación y el acoso?”. La respuesta de los rectores fue tan reveladora como vergonzante: “depende del contexto”.

Doble vara moral

El racconto de Schapire da vértigo. Las autoridades de las universidades estadounidenses no podían ver la amenaza que encarnaba la violencia contra los estudiantes judíos. Ni los gobiernos parecieron advertir que los carteles de los niños israelíes secuestrados por Hamas eran arrancados en las calles de los países occidentales. En un Estado federado de Alemania resolvieron cambiar el nombre de una guardería llamada desde 1970 “Ana Frank” para “fomentar la autodeterminación y la diversidad de los niños”. Ni el movimiento “Me Too” ni el movimiento “Ni una menos”, tan alertas para detectar y denunciar los micromachismos, nada tuvieron para decir ni condenar de las vejaciones en banda perpetradas contra centenares de mujeres durante el 7 de octubre de 2023: aquello de “yo te creo, hermana” parece que no se aplica si la “hermana” ultrajada profesa la fe judía, incluso cuando los violadores publicaron videos de sus brutales crímenes. ¿Cómo se concilian las políticas de género de los activistas de los derechos de la diversidad, siempre a la casa de cualquier rastro de “heteropatriarcado”, con el hecho de que Hamas mata sus propios miembros por homosexualidad? ¿Cómo congenia el derecho a la libre elección de la orientación sexual con el hecho de que ha habido líderes de Hezbollah sentenciando que las relaciones homosexuales “desafían la lógica, la naturaleza y la mente humana”?

¿Qué hacen vastos sectores de la izquierda, defensores de los derechos humanos, y los defensores de las minorías que son enemigos del racismo, reivindicando a violadores en banda de los derechos humanos de civiles indefensos, incluyendo jóvenes que participaban en una fiesta electrónica, que fueron masacrados sólo por su condición de judíos?

Maniqueísmo

La respuesta del autor es que “la nueva izquierda”, con “sus dogmas, su sectarismo y su visión maniquea de un mundo divido entre opresores y oprimidos en función de la sexualidad y el color de piel ha conseguido imponer un prisma para definir y modelar el mundo de hoy”.

Su tesis es que la izquierda vio su fracaso en la praxis durante el siglo XX: todos sus experimentos, en lugar de emancipaciones, generaron regímenes totalitarios, empobrecedores, represores y oprimentes. Cuando cayó el Muro de Berlín, quedó en claro que todos los que vivieron bajo sistemas comunistas corren en otra dirección: hacia Berlín Occidental, en el caso alemán. De Corea del Norte a Corea del Sur. De Cuba a Estados Unidos. De Venezuela a cualquier parte. Es decir, del comunismo hacia las democracias liberales.

Entonces, dice el ex colaborador de La Nación, los ideólogos de algunos sectores de la izquierda migraron del campo y de las fábricas a los claustros, donde reformaron sus doctrinas y abandonaron el abordaje economicista de los conflictos sociales para dar paso al eje étnico-sexual. Ahora, la dominación ya no es ejercida por el burgués que es dueño de los medios de producción. El nuevo opresor designado, identifica, es el hombre blanco heterosexual.

Operó a la par, sostiene Schapire, una radical embestida sobre las nociones más elementales de occidente. Nociones, por supuesto, que cimientan nuestras democracias y sus fundamentos de Estado de Derecho. La “meritocracia” fue demonizada. La exigencia de calidad institucional y de libertad de expresión fue declarada un “planteo de derechas”, precisa. El concepto de mujer fue reemplazado por el de “persona gestante”, puntualiza. Personas con genitales masculinos pueden declararse mujeres y ser enviados a cárceles con reclusas donde perpetran abusos sexuales contra ellas, recuerda. “O pueden anotarse en categorías femeninas deportivas y quedar en lo más alto del podio”, reseña. O pueden jubilarse antes, rememora. O pueden obtener trabajos donde uno de los requisitos era ser mujer, especifica.

“Constructo social”

“Este es el resultado de una ideología que imaginó un universo en el que nada es real y todo es puro ‘constructo social’”, sintetiza. Hasta tal punto que Schapire repara cómo en Estados Unidos y en Canadá hubo planteos académicos para denunciar las matemáticas como instrumento político de dominación, hasta el punto de denunciar que la ecuación “2 + 2 = 4” es una imposición del patriarcado supremacista blanco…

“Esta transformación se produjo con la complicidad y el silencio atemorizado de una mayoría paralizada por la amenaza de una ‘muerte social’ y el miedo a ser acusada de racista, sexista, o de padecer de algún tipo de fobia. El espectro de lo que podía ser calificado de ‘fascista’ aumentaba cada día”, patentiza. Todo planteo crítico contra esta situación -manifiesta- es visto como la denuncia paranoica de los “grupos de poder concentrados”, y de sus voceros, que ven amenazados sus “privilegios” por la “justicia social”.

Era urgente, dice el autor, reescribir fraudulentamente la historia y remodelar el presente para arrebatárselo al “racismo sistémico”. Tuvo lugar, entonces, una operación semántica sustancial. En 2020, la influyente “Anti-Defamation League”, una ONG judía de EEUU, cambió su definición de racismo. Era: “La creencia de que una raza en particular es superior o inferior a otra, y que los rasgos sociales y morales de una persona están predeterminados por sus características biológicas innatas”. Se adoptó, en su lugar, la siguiente: “la marginación y/u opresión de las personas de color basadas en una jerarquía racial socialmente construida que privilegia a los blancos”. Sobre la base de esto, la actriz Whoopi Goldberg llegó a sostener que el Holocausto era una cuestión “de blancos contra blancos” y que, por tanto, no era un asunto de “raza, sino sobre la inhumanidad del hombre”. El nazismo, así, dejaba de ser racismo…

Entonces, los judíos pasaron a ser colocados en el casillero de “los opresores, poderosos y blancos privilegiados por definición y de nacimiento, hicieran lo que hicieran”. Poco importaba, por tanto, lo que les pasara. De igual manera, los palestinos enrolados en Hamas eran, más allá de lo que hicieran, víctimas del racismo sistémico, según las nuevas definiciones.

El resultado de tanta sinrazón es que los perpetradores del pogromo de nada son culpables y merecen toda nuestra piedad. Es la era de la construcción de las víctimas imposibles.

LA GACETA

ÁLVARO JOSÉ AURANE

PERFIL

Alejo Schapire nació en Buenos Aires en 1973 y reside en Francia desde 1995. Es periodista especializado en cultura y política exterior. Escribió el ensayo La traición progresista y ha colaborado en los suplementos culturales de Página/12, La Nación, Revista Seúl, de Argentina, y del diario El Mundo, de España. Desde 2002, trabaja en la radio pública francesa, donde es editor de actualidad internacional.