La vida de Ángel Amaya es una montaña rusa, llena de picos, descensos vertiginosos y oportunidades inesperadas. Nada fue planificado, pero cuando el talento llama, nada lo detiene. Desde niño, el fútbol fue su compañero inseparable: la pelota y las camisetas eran parte esencial de su infancia. Sin embargo, el destino lo llevó a cambiar los botines por las botas de malambo, en una primera decisión que marcaría su camino.
Con solo nueve años, participó en el programa televisivo “Talento Argentino 2008”, donde obtuvo el segundo puesto. Ese logro transformó su vida. “Se me abrieron muchas puertas”, dice. Pero, cuando la efervescencia de aquel éxito disminuyó, el joven dejó el folclore y regresó a las canchas. En la última edición de la Copa Tucumán, alcanzó otro sueño pendiente: marcó el gol decisivo que llevó a Sportivo Guzmán, el club de sus amores, a consagrarse campeón.
“Jugué al fútbol toda la vida, pero empecé a practicarlo a los seis años cuando entrenaba en Sportivo. Siempre fue el deporte que más me gustó. Aunque dejé unos años porque hacía folclore y volví mucho más grande”, reveló Amaya, de 25 años. Hoy su vida cambió por completo: además del fútbol, se dedica a hacer delivery de Pedidos Ya y también fue padre de Juliana Victoria Amaya. “Ella nació hace tres meses. Ahora mi misión es buscar un trabajo fijo para mantener a mi familia. Logré terminar el secundario, pero no seguí ninguna carrera”, cuenta el volante.
El folclore llegó a su vida a los siete años. Al principio, Amaya confiesa que no se veía dentro del mundo artístico. De hecho, ni siquiera pensaba en vestirse con bombachas de gaucho ni usar el sombrero tan característico. Sin embargo, un evento lo cautivó. “Al principio, iba toda mi familia a ver y no me gustaba para nada, jajaja. Pero todo cambió un día cuando vi que hacían malambo. Eso sí me llamó la atención, y comencé a practicarlo de manera constante. Después participé en Talento Argentino y terminé en segundo lugar. También fui campeón tucumano de malambo”, cuenta.
Su participación en el programa hizo que Amaya se volviera una figura reconocida en el ámbito tucumano. “Disfrutaba un montón de viajar a Buenos Aires. Prácticamente, mientras duró el programa, vivía allí. Sólo pasaba dos días de la semana en Tucumán, y mi mamá me acompañaba en toda esa experiencia”, indica. “Para mí, fue único, porque conocí a muchas personas amables y famosas. También me abrió un montón de puertas: iba a festivales, programas de televisión, fiestas… me había cambiado la vida por completo. La gente me reconocía en la calle, me pedía fotos y autógrafos. El cariño del público era increíble. Hoy ya no lo práctico, pero ni recuerdo por qué dejé de hacerlo. Me gustaba mucho”, añade.
“Creo que en ese momento no me daba cuenta de lo que pasaba o de la repercusión que había tenido porque el programa era el boom del momento. Nunca me di el tiempo para pensar y hoy lo recuerdo con mucha alegría”, expresa.
Una vez que se bajó de los escenarios, Amaya no tenía una ocupación fija y, por casualidad, volvió a disfrutar del deporte. “Cuando dejé el folclore, no entrenaba en nada, hasta que un día mi hermano me invitó a acompañarlo a jugar. Recuerdo que fuimos en bicicleta hasta el club, y afuera estaba Julio Caldez. Él le preguntó a mi hermano si jugaba, y mi hermano le dijo que sí. Entonces me pidió que trajera los botines y me puso a entrenar con una categoría más grande que la mía. Ese día hice un gol, y desde entonces me insistió para que fuera a entrenar. Así fue como volví al fútbol. Perdí dos finales en Inferiores y una en Reserva”, cuenta.
“Mi papá siempre me apoyó para que siguiera jugando al fútbol, porque es tan fanático como yo y también jugaba. Me decía que le diera para adelante, pero mi mamá siempre me pidió que priorizara los estudios. Varias veces no me dejó ir a entrenar cuando me iba mal en el colegio, jajaja. Sin embargo, también fue ella quien muchas veces me llevó a entrenar o a jugar”, agrega.
Luego de varios tropiezos, el volante reconoce que el gol de la final frente a Atlético Concepción fue súper especial en su carrera. “Fue épico porque tenía todos los condimentos. Primero que fue a los 40 segundos del segundo tiempo, ellos estaban cantando a todo pulmón y tiraron humo, y de la nada hice ese gol. Fue hermoso cuando vi la ‘colgadita’ que hizo la pelota y entró en el arco. Fue el sueño cumplido por el rival y porque fue en el último partido del torneo. Mi sueño siempre fue jugar en otra categoría para poder vivir de esto. Todavía mantengo esperanzas de cumplirlo”, expresa.
También contó que hubo algunos contactos con otros clubes, aunque nunca se llegó a concretar. “Hable con muchos equipos tucumanos y algunos de afuera de la provincia que se interesaron, pero nunca se concretó nada”, indica.
Así, Amaya mantiene la esperanza de crecer y seguir haciendo historia dentro del fútbol tucumano.