Después de seis años de sinsabores, de golpes bajos, de dolor y de incertidumbre, el sueño de volver a la principal categoría del fútbol argentino está al alcance de la mano para San Martín. Pero queda un paso, la finalísima contra Aldosivi en la que el equipo que dirige Diego Flores deberá ratificar todo lo bueno que hizo a lo largo de una temporada, en la que fue de menor a mayor.

Este domingo es el día con el que los hinchas de San Martín vienen soñando desde el 17 de marzo de 2019, cuando Boca le dio el último empujón al “Santo” para mandarlo de nuevo a la Primera Nacional. Ese fue el primero de una catarata de mazazos que marcó una era difícil, complicada y dolorosa en La Ciudadela. Fue una especie de peregrinación por el medio de un camino lleno de espinas.

“Hoy cumplimos 115 años de vida y este aniversario nos encuentra lejos de nuestra casa. En un lugar que no esperábamos, pero estamos acá con felicidad porque es por lo que venimos peleando y soñando”, dijo Rubén Moisello durante el pequeño homenaje en la plaza San Martín, ubicada casi en el microcentro rosarino, dejando en claro que en Bolívar y Pellegrini trabajaron a lo largo de todos estos años buscando el ansiado salto de categoría.

No es casual el éxodo “santo” de más de 20.000 almas que llegaron a Rosario a buscar el tesoro. Fueron seis años insostenibles, insoportables, difíciles por la cantidad de pálidas que aparecieron en el camino.

A ese descenso de la Superliga lo sucedió la decisión de la AFA de suspender una temporada en la que San Martín andaba sobre ruedas y parecía encaminarse a jugar la final por el ascenso; también lo siguió el conflicto, el caso que llegó al TAS, la decisión del Tribunal Superior de no hacerle lugar a su pedido y unas cuantas eliminaciones tan dolorosas como algo sospechadas.

Atlanta le cortó el sueño en el mini torneo de 2020/21; Tigre y Ferro le asestaron dos golpes durísimos a finales de 2021 cuando parecía que de una vez por todas estaban dadas las condiciones para cortar la malaria; Defensores de Belgrano lo eliminó en 2022 y Deportivo Riestra, en un partido con un arbitraje escandaloso, lo sacó de carrera en la pasada temporada.

Si hay algo que se le debe valorar a San Martín es que nunca bajó los brazos. Peleó con todas sus fuerzas por lo que consideraba que merecía. Entre el descenso y esta final por el ascenso pasaron demasiadas cosas, hasta un cambio de Gobierno (Roberto Sagra dejó la presidencia y Moisello tomó la posta).

En todos los torneos los planteles pelearon arriba en la Primera Nacional y hasta la institución puso el grito en el cielo cuando consideró que la decisión de la AFA no era justa.

El golpe de Riestra, que parecía de nocaut, no fue de tal. Le sirvió a los dirigentes para acomodar las ideas y entender que para lograr el objetivo era necesario apostar bien fuerte, sobre todo para tratar de evitar cualquier jugada inesperada.

Llegó Flores y armó un plantel que desde el primer momento tuvo en claro lo que quería. El equipo siempre se mantuvo en las primeras posiciones, sin embargo sí hubo algunos momentos de incertidumbre en los que la CD supo capear el temporal.

Con el 70,17% de efectividad, este San Martín hizo la mejor campaña de la historia del club disputando torneos organizados por la AFA, y la séptima mejor (contando todos los torneos) desde que se creó la segunda categoría del fútbol argentino. Fue el que más ganó, el que menos perdió, uno de los que más goles convirtió y el que menos tantos recibió. Lo que Flores y sus muchachos hicieron fue histórico, pero puertas adentro saben que aún no han ganado nada.

“Sólo logramos llegar al primer objetivo que era jugar la final que queríamos disputar cuando arrancó el proceso. Pero tenemos que ganar el partido más importante de la temporada”, fue el mensaje que bajaron los referentes del plantel hace algunas semanas. Claro; el “Santo” todavía tiene que superar una prueba más para coronar lo conseguido hasta acá, sino todo puede llegar a quedar en la nada.

San Martín está frente a un sueño que persiguió con el corazón en la mano, con la piel llena de cicatrices y la fe forjada en años de frustraciones e injusticias. Por eso la marea “rojiblanca” invadió Rosario, con la idea de apuntalar el sueño e impulsar al equipo en el último paso.