Los turistas que entran a La Biela, en Buenos Aires, suelen detenerse unos segundos a contemplar la escultura a escala humana de Borges conversando con su amigo Bioy Casares, en una mesa que está a dos metros de una de las puertas de entrada del café. Lo que ignoran los visitantes es que en otra de las mesas era posible ver, una vez a la semana y hasta hace pocos días, al mayor intelectual argentino vivo, conversando con discípulos y amigos.
Juan José Sebreli fue un renacentista, dueño de una lucidez y una amplitud de intereses extraordinarias. Inhibía particularmente a académicos, periodistas y políticos. Los primeros, inclinados a estudiar parcelas muy delimitadas de la realidad o zonas más amplias pero con enfoques restringidos. Los otros, habituados a cubrir un océano de conocimientos pero con pocos centímetros de profundidad. Sebreli constantemente abría el campo de su mirada, elegía un tema de su interés, se sumergía en él y lo abordaba desde los más diversos ángulos, y luego conectaba lo aprendido con el conjunto de exploraciones que ya había hecho.
Hace 60 años, cuando tenía 33, publicó el libro que lo llevó al lugar protagónico en el debate público que nunca abandonaría. También fue el inicio de un rechazo de la academia que también lo perseguiría a lo largo de su vida. Buenos Aires, vida cotidiana y alienación fue un boom editorial que se abrió camino entre las críticas de los sociólogos profesionales. Luego vendría una serie de ensayos que marcarían a varias generaciones y cuyos títulos hablan por sí solos: Eva Perón, aventurera o militante; Mar de Plata, el ocio represivo; Los deseos imaginarios del peronismo; El asedio a la modernidad; El vacilar de las cosas; La era del fútbol; Las aventuras de la vanguardia; Crítica de las ideas políticas argentinas; El olvido de la razón; El malestar de la política; Dios en el laberinto. Historia, filosofía, política, sociología, arte, religión.
Prácticamente no dejó campo por explorar, con una inteligencia desbordante. Y no paró nunca. Junto con Marcelo Gioffré, uno de sus más cercanos amigos, escribió Desobediencia civil y libertad responsable, en medio de la pandemia, denunciando los excesos de la cuarentena. Con Blas Matamoro, en 2022, publicó Entre Buenos Aires y Madrid, una recopilación de sus diálogos virtuales durante el encierro. Hace tres meses aceptó actuar en una película sobre Alberdi, dirigida por Fabián Soberón.
Era un férreo crítico del relativismo cultural que impregna a parte del pensamiento progresista. “Soy partidario del pluralismo, no del multiculturalismo. De esa gran heterogeneidad de clases, de etnias, de culturas, de la cual surgió la legendaria clase media argentina", dijo Sebreli durante su participación en el ciclo de charlas de LA GACETA, en 2005. En medio de la crisis de 2001, le pedimos un aporte que fue parte del libro Reinventar la Argentina. “Los acontecimientos históricos, las vicisitudes de la política y la economía constituyen el destino en el desarrollo de una sociedad tanto como en la existencia de un individuo. Así, durante todo el transcurso de mi vida las crisis me acompañaron como hadas maléficas”, reflexionaba.
Sebreli, para todos en algún punto, fue incómodo, irreverente, urticante. No dejó vaca sagrada, de una u otra tribu, por cuestionar. Maradona, Evita, Guevara, Gardel. Expuso las inconsistencias y los riesgos de nuestras aficiones y pasiones. La inclinación a la demagogia, la violencia del fútbol, los falsos valores. Iconoclasta, cáustico, frontal, reveló los trucos del confortable pensamiento mágico. Fue nuestro aguafiestas. El pensador que nos ayudó a los argentinos a pensar. Sobre todo, a pensarnos crudamente a nosotros mismos.