“Lo conozco desde que tengo 10 años”, empieza su relato Agostina Pérez. “Mi tía vivía en la misma cuadra, cerca del cementerio del Norte”, su infancia y la de su marido estuvo marcada por la amistad de ambos. “Tiempo después, empezó a escribirme por Messenger”, recuerda Agostina con una sonrisa la manera en la que empezó la vida junto a Pablo Hernández. En 2009, la relación tomó otro rumbo; desde entonces, han recorrido juntos un camino de viajes, cambios y aprendizajes.
Ser la pareja de un futbolista requiere decisiones complejas. “Dejar la familia para seguir a Pablo no fue fácil, fue una de las decisiones más pensadas que tomé. Gracias a Dios, él es un gran compañero y acompañarlo en cada lugar que le tocó durante estos 15 años fue una experiencia llena de enseñanzas”, cuenta. En cada mudanza hubo momentos que desafiarían a cualquiera. “Una pasa mucho tiempo sola. Muchas veces se enfermaban los chicos y yo tenía que resolverlo sin conocer mucho el lugar. También hubo cumpleaños, comuniones, días importantes que viví sola”, recordó la dama que acompaña al ahora centrocampista de San Martín de Tucumán, con fojas en las ligas chilenas, uruguayas, españolas y estadounidenses.
Buenos resultados
El recorrido, sin embargo, dejó huellas positivas en la vida de sus hijos, Santino, de 12 años, y Amparo, de 8. “El estilo nómade es parte de la vida de un futbolista y ellos aprendieron a adaptarse”, explica. A Santino le tocó cambiar de sistema educativo varias veces, en España, en Buenos Aires, en Chile, y ahora en Tucumán. “Pero siempre salió con buenos promedios, y Amparo también fue premiada el año pasado en Chile por su rendimiento. El cambio, lejos de ser un obstáculo, se volvió parte de nuestro aprendizaje”, reconoció Pérez.
Agostina siempre tuvo un lazo fuerte con San Martín. “Seguíamos los partidos del “Santo” y deseamos que vuelva a Primera. Siempre lo viví como hincha, pero hoy, con Pablo como jugador, reniego cuando no salen las cosas como uno espera y celebro cada gol. Estos momentos se viven con ansiedad; tratamos de que llegue el día del partido de la mejor manera”, agregó.
Para ella, ir a La Ciudadela es parte del ritual. “Voy a cada partido, no voy como ‘la esposa de’; estoy ahí y puteo, grito, canto, filmo, disfruto ver la hinchada y mi hijo lo vive igual. En casa todos somos hinchas de San Martín”, afirma. Ese sentimiento compartido ha dado un sentido especial a su historia familiar en Tucumán.
Pablo siempre soñó con jugar en San Martín y Agostina lo acompaña en este deseo común: que el club logre el ascenso que tanto esperan los hinchas. “Esperamos y deseamos que este año San Martín ascienda. Sabemos cuánto lo ansían los tucumanos”, dice con sinceridad.
Así, en cada ciudad, en cada estadio, Agostina ha sido compañera y testigo de la carrera de Pablo, recordando que el amor se teje en los detalles, en el esfuerzo compartido y en ese impulso que sigue adelante, como un gol en los últimos minutos.