El amor y el fútbol han ido de la mano desde que se conocieron Maira Suárez y Gonzalo "Turbo" Rodríguez. Ambos son de Aguilares, y aunque crecieron en el mismo barrio, no fue hasta la adultez que cruzaron sus caminos gracias a amigos en común. En ese momento, Rodríguez ya estaba inmerso en el mundo del fútbol profesional, y la decisión de regresar a San Martín de Tucumán marcó el inicio de una carrera que compartieron de forma inseparable.

Gonzalo recibió el apodo de “Turbo” por su velocidad en la cancha, este apodo se convirtió en parte esencial de su identidad futbolística. "Hasta me pasó que en un club no lo conocían como Gonzalo, sino solo por 'Turbo'," cuenta Maira, recordando una anécdota.

Maira describe los desafíos de compartir su vida con un deportista profesional: "Sabía que venía a escribir una historia con alguien que necesitaba mi apoyo al 100%, siempre predispuesta a escuchar, apoyar y dar ánimo cuando las cosas no salían bien". Aunque reconoce que no es un “trabajo fácil”, asegura que es gratificante vivir esas experiencias y sentimientos intensos que el fútbol trae consigo.

La pareja ha recorrido distintas provincias, cada traslado involucrando el esfuerzo de adaptarse a nuevos lugares, personas y situaciones. Francesca, la hija de ambos, enfrentó también estos cambios, y Maira recuerda la ansiedad al inscribirla en un nuevo colegio: “Nosotros teníamos nervios, imaginando cómo se adaptaría. Pero ella lo hizo increíble; parece que conocía a sus compañeros desde siempre”.

La conexión de la familia con San Martín va mucho más allá de lo profesional. “Gonzalo recibe mucho cariño de la hinchada, y nosotras también”, señala Maira. Ahora, Francesca, con más edad, participa activamente en la vida futbolística de su padre, e incluso logró cumplir el sueño de salir con él al campo. “Ese momento fue tan emotivo que, de los nervios, no pudo contener las lágrimas, un recuerdo que la familia atesora y que refleja el poder de la hinchada y la tradición familiar”.

Al hablar sobre el ambiente en casa previo a las finales, Maira detalla cómo la ansiedad se apodera de ellos. Con tardes compartidas entre mates y charlas sobre el partido, “nos acostamos y levantamos pensando en la final”, cuenta. Francesca, ahora fanática, se ha unido al entusiasmo, animando a su padre con las canciones que aprende en la cancha, un toque familiar que aumenta la emoción y el nerviosismo.

La carrera de Gonzalo ha tenido también momentos complejos. La grave lesión que sufrió cuando jugaba en Ferro fue uno de ellos. Maira recuerda ese episodio con especial dolor: “Fue horrible verlo por una pantalla, luego llegó a casa y lloramos juntos. Es algo que nunca olvidaremos”. Este suceso consolidó el apoyo mutuo y el compromiso que ambos han cultivado a lo largo de los años.

Para Maira, el fútbol no es solo la profesión de su esposo; es el eje en torno al cual se construyen sus recuerdos, se viven sacrificios y se proyectan sueños.