Dice Diego Golombek que se sentiría muy raro haciendo ciencia sin contarla, o contándola sin hacerla. Entonces unió ambas pasiones y reparte su trabajo entre la investigación -es Doctor en Ciencias Biológicas- y la divulgación, rubro en el que desde hace décadas goza de una indiscutida popularidad. Llegó a la provincia para disertar en el marco de las XLI Jornadas de la Asociación de Biología de Tucumán y durante una extensa entrevista con LA GACETA expuso su preocupación por el futuro del sistema científico nacional. Golombek habló de desconcierto y de incertidumbre, y no sólo por la cuestión presupuestaria. Así lo explicó:

- ¿Cómo analiza este momento, al cabo de 10 meses de gestión del Gobierno?

- La inversión en ciencia y tecnología es de las más bajas de los últimos años, al igual que la inversión en las universidades nacionales y en el sistema público de educación superior. Hay un riesgo muy claro de que se quiebre y eso es muy difícil de recuperar. Que los presupuestos fluctúen no es nuevo, ya lo hemos vivido, hemos tenido épocas espantosas incluso en democracia. Sin embargo, estoy convencido de que eso no es lo más grave.

- ¿Por qué?

- Lo nuevo es que el Gobierno tiene frente a la ciencia una posición de desprecio beligerante, de insultos, hasta de remordimiento en algún aspecto. Esto nunca lo vivimos en democracia y me parece aún más grave que lo presupuestario, que ya es suficientemente grave de por sí. Recuperarnos puede llevar décadas.

- ¿Cuáles son las consecuencias?

- Por un lado está la famosa fuga de cerebros, que lamentablemente es una realidad. Los jóvenes están repensando dónde van a seguir su carrera y no se están yendo solamente al primer mundo; ahora se van a Uruguay, a Chile, a Brasil, porque pueden vivir y trabajar mejor. Quien se dedica a la ciencia no lo hace pensando en que se va a enriquecer; sí que va a tener una vida digna, pero sobre todo va a poder trabajar en eso que lo apasiona. Acá está muy difícil por los dos motivos, el presupuestario y el ideológico. El presupuestario se resuelve insistiendo con nuestros representantes para que entiendan la magnitud del problema. Pero el ideológico no es una cuestión de leyes; es una cuestión de discurso, de entender la tremenda incertidumbre que estamos viviendo en cuanto hacia dónde estamos yendo, en todo sentido.

- Entonces, ¿cuáles son las vías de acción?

- Los científicos podemos hacer varias cosas: podemos esconder la cabeza debajo de la tierra o podemos seguir un plan de lucha con medidas muy extremas. Lo que no podemos hacer es rehuir al problema; no podemos decir “y bueno, ya va a pasar”, porque está siendo muy largo y no tenemos a la opinión pública mayoritariamente de nuestro lado. Eso también es nuevo, eso de que “la ciencia es una pérdida de plata para el país”; “estudian cualquier verdura”; “son cosas que no le sirven a nadie”... Algo de eso ha impregnado la comunidad y un poquitito de responsabilidad la tenemos nosotros, entonces no podemos rehuir ese problema.

- Muchos científicos se desentienden de la divulgación de su trabajo. ¿Por qué sucede esto?

- Hay muchos motivos. Por un lado, pensamos que no estamos preparados para hablar por fuera de la comunidad científica. También porque no nos evalúan por hacerlo; por ejemplo, en un informe final no vale demasiado que hayas dado una entrevista, que hayas ido a una escuela o lo que fuera. Pero los científicos tenemos que participar de la comunidad, tenemos que ir a la escuela, tenemos que ir al club de barrio, tenemos que dar entrevistas porque es parte de nuestro trabajo. Por supuesto que no le vas a dedicar tanto tiempo a la comunicación pública como a la actividad científica en sí, pero es parte de nuestras responsabilidades.

- ¿Eso es algo que el investigador tiene incorporado?

- De hecho, la ciencia no es ciencia hasta que se comunica. Nosotras la contamos en los artículos científicos, en los congresos, en las clases; pero también tenemos que contarla a la comunidad, y mucho más si estamos en alguna institución del Estado, como el Conicet o una universidad pública. Se trata de una devolución obligatoria esto de contar y rendir cuentas, no podemos escaparnos. No es una buena excusa “no tengo tiempo” o “no sé hacerlo” o “no me interesa”. Hay que cambiar esa mentalidad, porque una parte pequeña -pero una parte al fin- de lo que está pasando ahora con la ciencia tiene que ver con no contar. Cuando no tenés esa respuesta del científico pregnan con más facilidad otros discursos. Una idea no tan compartida es que contar la ciencia también es ciencia aplicada; llegar a la comunidad también es una aplicación de lo que hacemos, porque despertás vocaciones y hacés que la gente decida sobre la base de evidencia. Pensar científicamente hace que tengas menos prejuicios, que juzgues de otra manera, que exijas experimentación, y eso para mí resulta en una mejor persona.

- Es un trabajo fino, que lleva su tiempo...

- En este momento hay medidas de fuerza y de lucha por la coyuntura. Lamentablemente son necesarias, pero también es necesario estar contando permanentemente de qué se trata, porque la gente compró un poco el discurso de la división tajante entre ciencia básica y ciencia aplicada, que no existe. De hecho acabo de preguntar por una colega tucumana, María Eugenia Farías; la conocí estudiando unas bacterias fósiles en la Puna, en una laguna de altura. Me dicen que armó una start up porque encontró algo en esos estromatolitos, aparentemente es un buen fertilizante. Bueno, si no estudiamos esas lagunas de altura, si no estudiamos nuestras realidades y no le hacemos preguntas a la naturaleza, nunca van a aparecer aplicaciones.

- Dentro de este panorama, muchas de esas críticas caen sobre las ciencias sociales. ¿Por qué?

- Los argumentos que han venido desde el Gobierno han funcionado. Mucha gente te plantea para qué sirven las ciencias sociales o te sacan de contexto títulos de artículos sin entender lo que hay detrás, como el caso del Rey León o lo del ano de Batman. Si nos tomáramos el trabajo de ver la investigación y no un título que por ahí no ha sido el más feliz, comprobaríamos que las ciencias sociales sirven para entender la realidad. La realidad es absolutamente crítica, hay problemas enormes de pobreza, de alimentación, de salud, de contaminación, de energía. Las ciencias en general son las que nos ayudan a resolver esos problema y las ciencias sociales son las que nos ayudan a entenderlos. Sin entender los problemas no hay nada que podamos hacer para resolverlos, pero el discurso predominante de “mirá las pavadas que estudian con mis impuestos” ha avanzado mucho.

- Dentro de todas estas objeciones figura el rechazo a la creación de nuevas universidades. ¿Cómo explicar cuál es su valor?

- No existe ningún país que se desarrolle sin educación superior, que incluya a las universidades y también a los terciarios, que en Argentina están muy vapuleados y son fundamentales. Hay una discusión absolutamente falaz que instaló el Gobierno, acerca de si efectivamente la universidad es un vehículo de movilidad social, cuando los datos son irrefutables. Yo soy producto de la universidad pública y di clases durante casi 30 años en una universidad pública del conurbano bonaerense (la de Quilmes). Ahí la proporción de primeros graduados universitarios pertenecientes a distintas clases sociales es altísima, desde los que hacen un esfuerzo extraordinario por laburar y cursar a la noche hasta pibes de clase media cuyos padres no habían sido universitarios. Un buen Gobierno es el que pretende el bienestar de su pueblo y para eso debe apoyar a las universidades, porque es la forma en la cual el pueblo va a estar mucho mejor.

- Hablamos todo el tiempo de lo público. ¿A qué se debe que el sector privado argentino no invierta más en ciencia, al contrario de lo que sucede en el resto del mundo?

- Creo que hay varios motivos. Uno tiene que ver con los vaivenes económicos, que hacen muy difícil una inversión a mediano y largo plazo. La inversión en ciencia es muy redituable pero a largo plazo, pongamos a 10 años, pero un empresario no sabe qué va a pasar de acá a un año o a dos semanas. Otro motivo es que las empresas grandes, como las multinacionales, hacen investigación y desarrollo en sus países de origen, no en las filiales. Pero hagamos un mea culpa también, veamos qué pasa del lado del sistema científico. Cuando estudié hace muchos años todavía estaba esa sensación de que irse al sector privado era dar el mal paso. Hoy está cambiando eso, lo veo en mis estudiantes más jóvenes, están pensando en cómo hacer una start up. El sistema científico no se actualizó lo suficiente, fue creado por Bernardo Houssay en los años 50 del siglo XX como una garantía para que los investigadores tuvieran un trabajo fijo y se dedicaran full time a la investigación, que no fuera sólo para ricos que tenían la posibilidad de bancarse esto. En aquel momento se hizo mucho hincapié en la dedicación exclusiva, eso hace que a nuestro sistema le falten herramientas para interactuar más con el sector productivo. Hay como un recelo de ambos lados.

- Mientras, vivimos en una realidad en permanente movimiento, hoy dominada por los debates sobre la inteligencia artificial (IA). ¿Cuál es su análisis?

- No soy experto en IA pero tengo varios colegas que sí lo son. Me interesa el tema, me interpela, así que tengo algunas lecturas. Soy moderadamente optimista, claramente es una herramienta poderosísima y avanza a pasos muy acelerados. Estamos en una revolución cuantitativa, en el sentido de que todo va mucho más rápido. Tendría algunas dudas con respecto a lo cualitativo, si realmente estamos en un cambio tan grande de paradigma; hay gente que dice que sí y otros que no. En todo caso, es parecido a cuando los humanos dominaron el fuego o inventaron la máquina de vapor en la revolución industrial. No es el primer cambio cualitativo fuerte, pero sí es la primera vez que los cambios son tan rápidos. Si la IA es un nuevo paradigma el asunto es que podamos utilizarla como herramienta y no como amenaza.

- ¿Por dónde pasan esas amenazas?

- Una característica de estos tiempos es la enorme producción de datos; somos fábricas de datos con todo lo que hacemos. A esos datos hay que analizarlos, segmentarlos, entenderlos e interpretarlos de una manera que nos sea útil. Para eso no podemos depender de herramientas humanas, necesitamos la IA por una cuestión de tiempos, de poder de cómputo. En cuanto a la automatización o la robotización, está claro que hay trabajos que van a desaparecer, eso pasó siempre.

- ¿Y entonces?

- La única vacuna que tenemos para protegernos de que no seamos tan sensibles a ser reemplazados por máquinas es la educación. Esto lo digo con números, hay estudios de la ONU que muestran que por cada año de educación formal o no formal que tengas, disminuyen las probabilidades de que seas reemplazado por una automatización robótica.

- ¿Cómo actuar desde esa perspectiva?

- La IA es un ente objetivo; lo que produce es porque alguien lo programó así, hay un sesgo humano detrás. No tenemos que asustarnos, sino entenderlo y regularlo. Hay decisiones que pueden tomar las máquinas, pero tienen que estar validadas, reguladas y supervisadas por humanos. Venimos un poco lentos con la regulación, va muchísimo más rápido la tecnología. Los expertos en IA te dicen: “esto me está pasando por arriba, va tan rápido que no puedo verlo”. Ahí hay una señal de alarma.

- Lo que no hace la IA por sí misma es formular preguntas. ¿Qué preguntas se está haciendo la ciencia hoy?

- Hay preguntas grandes, con mayúscula, que siguen estando ahí: ¿qué es el cosmos? ¿Qué es el infinito? ¿Qué es la muerte? ¿Qué es la vida? Lo maravilloso de una buena pregunta científica es que no se cierra con una respuesta. La buena pregunta científica casi por definición te abre nuevas preguntas que no terminan nunca. Posiblemente la IA no funcione de ese modo porque no le gustaría que no se cierre algo en una respuesta, salvo que lo programes. Dentro de lo que yo trabajo, que son las neurociencias, hay preguntas enormes, por ejemplo sobre la conciencia de estar vivo. Pero también hay preguntas cotidianas que estamos lejos de entender: ¿por qué es contagioso el bostezo? Yo no lo sé y eso hace interesante a la ciencia; preguntitas y preguntotas que nos van a llevar a abrir nuevas preguntas. En mi campo, el de las neurociencias, hay preguntas aplicadas que tienen que ver con cómo curar enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer o el Parkinson. Estamos a medio camino, pero va a llegar la respuesta.

- Al cabo de tantos años de trabajo, ¿cómo se siente en esta coyuntura tan particular?

- Me siento muy bien, hice lo que quise al juntar dos mundos. Me sentiría raro haciendo ciencia sin contarla o contándola sin hacerla, así que en lo que hago han confluido varios universos que me ponen muy contento. Obviamente, me duele ver que estamos en una coyuntura difícil. Estoy muy desconcertado, como toda la comunidad científica. Tengo los suficientes años para haber pasado por embates importantes al sistema científico y nos hemos recuperado hasta alcanzar picos nada desdeñables. Vamos a pasar esto también, pero nos va a costar mucho tiempo, más que otras veces. Pero debemos ser conscientes de la importancia de lo que hacemos y de contar la importancia de lo que hacemos. Eso es lo que yo quiero aportar. Estoy muy orgulloso de la comunidad científica argentina, nuestros estudiantes son extraordinarios y eso no ha cambiado, así que hay que apechugar, aguantar y después a crecer de nuevo.