Toshiyuki Mimaki, Shigemitsu Tanaka y Terumi Tanaka son verdaderos héroes. No votaron en favor de ningún veto. Tampoco integran la delantera gloriosa de algún equipo campeón del mundo. Son, en esta era de robots, tres seres humanos que sobrevivieron a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Y, esta semana, emocionaron hasta las lágrimas a los japoneses cuando se enteraron de que habían ganado el premio Nobel de la Paz de este año.
“Sus esfuerzos nos ayudan a describir lo indescriptible, a pensar lo impensable y a comprender de alguna manera el dolor y el sufrimiento incomprensibles que causan las armas nucleares”, dijo el presidente del comité noruego del Nobel, Joren Wayne Frydnes.
Casi al mismo tiempo Israel aprieta los dientes y no cede. Los terroristas de Hamas, Irán y Hezbollah juegan a todo o nada. Putín y el presidente iraní, Masud Pezeshkian toman alguna bebida fuerte para crear un nuevo orden mundial para enfrentar a Occidente. Estados Unidos enfrascado en su 5 de noviembre limita su apoyo a la guerra. Volodimir Zelenski anda como mendigo pidiendo “una ayudita por favor” en cuanta capital europea puede para sostener la guerra en Ucrania.
Visto en perspectiva, la Argentina parece navegar en otro mundo. No tiene guerra, ni armas nucleares, pero está muy lejos de acceder a un premio Nobel de la Paz. Los principales actores de la vida política no tienen la menor idea de cómo aceptar la existencia del otro. Mucho más difícil aún es construir en forma conjunta. Esta semana que pasó se vivió el análisis legislativo de un veto como una guerra. El gobierno nacional celebró como un triunfo al haber evitado la sanción de un nuevo financiamiento universitario. Faltaron argumentos para negociar. Sobraron fundamentos para profundizar una grieta insostenible. Es que en el fondo, en cada café, como en cada oficina lo que se discute es cómo hacer para que el peronismo vuelva al poder o cómo actuar para que nunca más llegue a gobernar.
Perdidos en esa confusión y en esa argumentación final Javier Gerardo Milei y sus asociados pierden oportunidades y ganan descontentos. Los dos últimos vetos (jubilados y presupuestos universitarios) han sido batallas ganadas, pero la imagen y popularidad aparecen en baja. Por eso reaparece Cristina. De otra manera ni asomaría. Ella sigue reteniendo un tercio de la población -especialmente de los sectores bajos- que no resigna su adhesión. Milei, en tanto, nunca deja de recurrir a la memoria de los argentinos y se apoya en la corrupción desmedida del kirchnerismo. Ése y el freno a la inflación son el ancho de espada y el ancho de basto del gobierno. Pero cada vez que reparte de nuevo las barajas corre el riesgo de que no le alcancen para ganar. Cuando Karina sale de gira para consolidar el partido de La Libertad Avanza sus arengas y discursos llegan hasta allí: mucha agresividad hacia el otro y subraya las diferencias. Los proyectos y los planes terminan en tener más gente en el Congreso para ganar más batallas. Ese discurso efervoriza pero no es, precisamente, constructivo. Cristina los ayuda -y espanta- con sus apariciones. “El Jefe” como Milei intitula a su hermana, ya tiene en agenda a Tucumán. El 25 del corriente aterrizaría en estas tierras junto al presidente de la Cámara Baja, Martín Menem. También tiene un poder inconmensurable que le ha delegado su hermano.
La casa no está en orden
El drenaje del que se hacen eco muchas encuestas nacionales preocupa al oficialismo y obliga a actuar a la oposición. ¿Por qué Cristina vuelve a aparecer? No faltan aquellos que ven que el temor a la cárcel acelera su pulso político. Es posible, pero lo más seguro es que el poder la siga seduciendo. El poder es un monstruo gelatinoso del que no muchos pueden despegarse.
Por eso Cristina, al no haber nuevos líderes a la vista, vuelve a la carga para conducir el peronismo. Es que nadie abandona el poder por voluntad propia. Perón, en 1973, cuando los médicos le dijeron que sus pulmones y su corazón no resistirían hizo un intento al dejar a Héctor Cámpora. Pero volvió, gobernó y no duró mucho. Los galenos tenían razón. El peronismo detrás de su disfraz de movimiento no termina de lograr su institucionalización. No termina de ser partido y depende demasiado de los personalismos. El Partido Socialista Obrero Español, el PSOE, es una clara demostración de cómo es importante superar esas instancias. Así pasaron Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y ahora Pedro Sánchez. El recambio en el kirchnerismo pudo haber sido Axel Kicillof, pero la canceló antes de tiempo a la viuda de Kirchner, pecado en el que también incurrió Juan Manzur. Y, por eso ahora apareció el federalismo declamado por el riojano Ricardo Quintela.
Con mucha más prudencia que los otros y sin dar un nombre, Osvaldo Jaldo se pronunció hace varios días sobre la necesidad de que en el PJ afronte una autocrítica. Lo dijo cuando las cifras alarmantes de pobreza no podían tener un único dueño sino muchos que estuvieron gobernando.
El PJ vive tal vez su peor momento. Intuye que podría aprovechar algunas señales de debilidad en el oficialismo, pero no tiene cómo. La falta de liderazgo les impide tener un proyecto concreto y esa incapacidad lo deja actuando en pequeñas batallas como la que libró en el Congreso, pero sin ninguna claridad.
Momento de decisión
Las pequeñas batallas y la incapacidad para poner orden no son propiedad del peronismo, la Justicia de Tucumán afronta un nuevo juicio político. Los legisladores pusieron el ojo en la jueza Carolina Ballesteros. Apenas se conoció la decisión de avanzar en la comisión de Juicio Político, los Tribunales fueron un hervidero. Alguien se acercó a la magistrada recomendándole que renuncie. Seguramente, no debe haber sido muy amigo quien le recomendó tirar la toalla. Ballesteros viene de haber sido muy dura con un miembro de la Corte como Antonio Estofán y con el ministro fiscal Edmundo Jiménez. De ambos dejó entender que deberían dar un paso al costado y retirarse. Otros magistrados le temen al temperamento vehemente de la jueza que no tiene empacho en tirarles la biblioteca encima a aquellos que ayudan a dudar de los exámenes que se toman para llegar a ocupar un despacho en el Palacio. “Que ahora se defienda, ya que es tan capaz; aquí no se la banca”, dijeron algunos colegas. No se olvidan que llegó a decir que el vocal de Cámara Dante Ibáñez asistió en estado de ebriedad a una audiencia.
Ballesteros ha salido más de una vez de los protocolos, pero al mismo tiempo -así lo sostienen en Tribunales quienes la defienden- es respetada por sus conocimientos y por cómo se desenvuelve con sorprendente autonomía. Capacidad que no suele ser una virtud en la Justicia tucumana. Con la fortaleza de saber derecho, pero con la debilidad de no tener frenos inhibitorios, Ballesteros llega a las arenas legislativas. No faltan los que temen cómo será su defensa si decide dar pelea y sacar a luz algunas presiones y otros manejos en la casa de la “Señora de los ojos vendados”.
Según explicó el legislador Mario Leito en el expediente de juicio político presentado por el letrado Mario Leiva Haro, una de las acusaciones contra la magistrada es que intentó influenciar en determinadas causas. Precisamente, eso es algo que podría dejar mal parados a los legisladores porque en Tribunales el que esté libre de ese pecado, que tire la primera piedra. Sin ir más lejos uno de los escándalos más vergonzantes de la provincia -aún en la Corte Suprema de Justicia de la Nación- es porque un miembro de la Corte habría querido influir en una causa. En aquella oportunidad, la Legislatura no vio en esa actitud una causa para destituir a alguien. Como si esos excesos de poder fueran una normalidad.
Está claro que tal como el propio nombre lo dice, se trata de un juicio político. Y, en la política de Tucumán muchas veces a las decisiones se las toman antes y después se busca que las instituciones las fundamenten y justifiquen. En ese caso, es posible que la suerte de Ballesteros ya está echada.
Un ejemplo es lo que ocurrió con el jefe de Policía Joaquín Girveau, quien tuvo exabruptos que en otras circunstancias le podrían haber costado el cargo. Sin embargo, jamás pidió disculpas ni se arrepintió. Al contrario, fue avalado por sus superiores. Tampoco en la Legislatura se desgarran las vestiduras. A veces las encuestas y los números de rendimiento son capaces de borrar inconductas. Y la sociedad mira para otro lado.