Desde su estreno reciente, “Envidiosa”, una serie de televisión del género comedia dramática (y romántica), lidera “lo más visto” en Netflix. ¿El argumento? Vicky, la protagonista, entra en una crisis luego de que su novio Dani -con quien tuvo una relación de 10 años- la abandona para casarse con una mujer más joven. Con 40 recién cumplidos, siente que ya “no le dan los tiempos” para formar la familia que siempre soñó y busca rearmar a los tropezones su vida amorosa, mientras inicia una terapia y ve cómo todas sus amigas se casan… lo cual le genera sentimientos encontrados.

Al igual que le ocurre a Vicky cuando su psicóloga la confronta, a todos nos cuesta reconocer que sentimos envidia. Y sí: es uno de los sentimientos que más vergüenza genera y que menos estamos dispuestos a admitir, incluso a nosotros mismos.

Pero lo cierto es que no es algo raro de experimentar (aunque por supuesto hay grados, y personas con una tendencia más marcada y estable). Pero tan humana es, que ha motivado varios sucesos históricos -ya desde Caín y Abel-, y configura el tema central de numerosos mitos y expresiones del arte y la literatura. Además de ser uno de los siete pecados capitales (el menos divertido, como agudamente alguien supo señalar).

Este sentimiento surge muy tempranamente, entre los dos y cuatro años, como consecuencia del desarrollo cognitivo y la maduración psicológica de niños y niñas: empezamos a diferenciarnos del mundo exterior. Un límite que nos separa de los demás y que nos lleva a advertir, aunque sea de manera muy primitiva, lo que no tenemos (y otros sí).

Tristeza y deseo

“Tristeza o pesar por el bien ajeno”, “deseo de algo que no se posee”: así define la Real Academia Española a la envidia. Dinero, estado civil, fertilidad e hijos, atractivo físico, peso, éxito profesional, vida sexual: estos son los principales valores que disparan el particular estado mental de quien experimenta envidia. Y desde hace un par de décadas las redes sociales han añadido lo suyo, haciéndonos especialmente vulnerables al “FOMO” (acrónimo para “fear of missing out”, es decir, “miedo a perderse algo”), cuando vemos las publicaciones de otros, con quienes nos comparamos, que parecen estar viviendo todo tipo de experiencias excitantes que nosotros… no.

Ocurre que cuando envidiamos ponemos el foco en lo que nos falta, en lugar de en lo que tenemos (que seguramente es mucho). Y así nos perdemos de disfrutar. Ojo, que si este estilo se convierte en una costumbre ignorante de serlo, corremos el peligro de volvernos personas amargadas y resentidas, incapaces de conectar con lo bueno (propio o ajeno).

¿Y entonces? Reconocer estos sentimientos cuando aparecen es un buen comienzo. Lo mismo que ser compasivos con nosotros mismos (en lugar de castigarnos o culparnos por lo que nos pasa). Desde esta aceptación básica podemos trabajar sobre nuestra autoestima y así atrevernos a desarrollar nuestro propio potencial… ¡Todos lo tenemos!