Daniel Dessein
Miembro del consejo supervisor de Wan-Ifra (Asociación Mundial de Editores de Noticias)
La primera imagen es una foto del sudafricano Kevin Carter. La tomó en 1993, en Sudán, mientras un niño desnutrido quedaba rezagado de una fila de desplazados que caminaba hacia un centro de alimentos de la ONU, después de un ataque del gobierno contra integrantes de dos tribus locales. La foto del niño y el buitre que lo acecha salió publicada en “The New York Times” y le valió a su autor un Pulitzer, el premio más destacado del periodismo norteamericano. Cientos de lectores del diario neoyorquino preguntaron qué había pasado con el chico. Carter contó que, después de tomar la foto, ahuyentó al buitre, el niño se recompuso y se sumó a la fila de caminantes. Pero no supo más de él; ni su nombre, ni si llegó al centro de alimentos. Carter recibió una ola de reproches por lo que muchos interpretaron como falta de empatía. Alguien lo llamó “el segundo buitre”. Dos meses después de recibir el Pulitzer, Carter se suicidó. “Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor, del morir del hambre o los niños heridos”, escribió en una carta final. 17 años después se supo que el niño sobrevivió. “Para poder hacer ese trabajo es necesario blindarse, armarse de una coraza emocional”, dijo, tiempo después, el periodista John Carlin.
La segunda imagen es de 2017. Congela el momento en que el fotógrafo sirio Abd Alkader Habak carga a un chico hacia una ambulancia, después del estallido de un coche bomba en las cercanías de Alepo. El contraste entre una historia y otra, abusando de la simplificación, funciona como una metáfora de un periodismo que pasa de un registro aséptico a involucrarse en los hechos que cubre. Ese contraste entre Carter y Habak me lo mostró Chani Guyot, hace seis años, días antes de lanzar un nuevo sitio periodístico, “Red/acción”, medio que acaba de cerrar sus puertas.
Tomás Eloy Martínez, quien se inició en el periodismo en este diario siete décadas atrás, reflexionaba así sobre la transformación del oficio: “el periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector sino, ante todo, una voz a través de la cual se puede pensar la realidad, reconocer las emociones y las tensiones secretas de la realidad, entender el porqué y el para qué y el cómo de las cosas con el deslumbramiento de quien las está viendo por primera vez”.
El Día Mundial de las Noticias, que se celebra hoy a través de una campaña en la que participa LA GACETA junto a 600 medios de un centenar de países, es una jornada en la que proponemos a los lectores que nos acompañen en una reflexión sobre el papel que desempeña el periodismo en nuestras comunidades. El lema de la campaña es “Elegí la Verdad”.
No es fácil relacionarse con la verdad o con su concepto. Nuestras sociedades muestran tres actitudes distintas y características de nuestro tiempo: Por un lado, un reflejo activo frente a la posibilidad del engaño; un estado de desconfianza y alerta. Por otro lado, una inclinación a tomar por cierto lo que coincide con nuestras ideas: la hoy célebre posverdad, nutrida por los sesgos de confirmación. Y, finalmente, un creciente escepticismo acerca de la existencia de la verdad.
El periodismo de nuestro futuroEsta tensión entre la demanda de transparencia, el debilitamiento de los criterios de validación de todo enunciado y las dudas sobre la posibilidad de constatar su veracidad ponen en riesgo la viabilidad de todo orden político y social. Una democracia se construye con un diálogo entre los ciudadanos, en torno a un conjunto de hechos que tomamos como ciertos, para resolver diferencias y arribar a consensos.
La voluntad de convivir libre y pacíficamente nos plantea una opción política y filosófica fundamental. Nos obliga a decidir si queremos enfrentarnos o no con la verdad.
Si optamos por la verdad, el periodismo es una herramienta para acercarnos a ella. Ofrece un abordaje a las facetas verificables de la realidad. Intenta iluminar los hechos, particularmente los que tienen relevancia para el proyecto de una comunidad. Sobre todo aquellos que pretenden ser tapados por quienes administran intereses públicos.
Si optamos por un sistema demagógico o autoritario, la verdad y las herramientas para enfocarla constituyen obstáculos que deben ser removidos.
El demagogo, o el autócrata, intentará manipular los índices que permiten mensurar distintos aspectos de lo real, buscará relativizar los criterios de verdad, postulará que todo error configura un intento deliberado de distorsión. “No hay hechos -dirá-, solo hay interpretaciones”. La retórica entonces desplaza a la lógica. El lenguaje se transforma, así, no en un instrumento para el debate sino para imponer una visión de las cosas.
El periodismo importa: la alegría de la verdad compartida, el vínculo sagrado y los valores autoevLa prensa no es una panacea. No está conformada por un grupo de santos, héroes y sabios que nos revelan la solución a todos nuestros problemas o dilemas. Como todo oficio, tiene miembros con virtudes y vicios distribuidos en distintas dosis. Los medios también sufren extravíos y, en estos tiempos, muchos cayeron en la demagogia algorítmica de tocar solo la melodía que el público, o el poder, quería escuchar.
Pero el periodismo sí es un antídoto posible para la contaminación comunicacional. Nos ofrece un camino, con ciertos protocolos, con ciertos métodos y estándares, para acercarnos a la verdad y, antes que eso, a la certeza de que ese camino puede ser transitado. O más aún, nos permite arribar a la convicción de que avanzar por ese sendero vale la pena.
La importancia del periodismo basado en hechos