Unir a Atenas y Esparta, desde la Acrópolis, pasando por los campos de vides y olivares, por el ascenso a un monte a 1.000 metros sobre el nivel del mar, con sol y calor, para finalmente llegar a besar los pies del monumento al rey Leónidas no parece ser nada sencillo. Sin embargo, los tucumanos Ignacio Neme Scheij y Javier Fernández Figueroa, este año tendrán el honor de realizar esa travesía.

La carrera es conocida como Spartathlon. Se trata de un desafío reservado para pocos; una prueba para guerreros modernos que deben enfrentarse a la adversidad en su viaje hacia Esparta. 

En el año 490 AC, Filípides, un soldado ateniense, fue enviado como mensajero desde Atenas hasta Esparta para pedir ayuda en la guerra contra los persas. Ese fue el origen del recorrido histórico que hoy recrea la Spartathlon, una carrera que traza la misma ruta que el héroe griego siguió hace 2.500 años.

Sin embargo, en aquel entonces y a pesar de su heroico esfuerzo la ayuda espartana no llegó a tiempo. Eso sí, la historia de su periplo fue inmortalizada y desde 1983, gracias a John Fodden, un aficionado del ultrafondo y la cultura clásica, la leyenda fue resucitada en forma de una competencia extrema. Ignacio y Javier están a punto de vivir esa experiencia, con sus propias historias de esfuerzo y superación.

Para Ignacio, el Spartathlon es mucho más que una carrera. "Es un regalo hermoso de Dios, de la ciencia y de la vida", dice con emoción. Él sabe que tener la salud para poder enfrentarse a este reto es un privilegio, algo que muchos no pueden lograr. Ignacio lo vive como una oportunidad única, algo por lo que se siente profundamente agradecido. "Es una enorme bendición tener la salud suficiente para entrenarse y para saltar a una carrera así", expresa. Sin embargo, también es consciente de que detrás de ese regalo hay mucho trabajo, dedicación y un equipo que lo acompaña en cada paso de su preparación. "Desde mi entrenador, mis médicos, y hasta mi psicóloga, todos forman parte de este esfuerzo", afirma.

La carrera no sólo exige una preparación física extrema, sino también una gran resistencia mental. Ignacio no oculta que la presión de compatibilizar su vida laboral, familiar y el exigente entrenamiento a veces genera momentos de angustia. "No es para nada sencillo compatibilizar todo eso con el volumen de las horas de entrenamiento", confiesa. La carrera, con sus 246 kilómetros y un límite de 36 horas, es un reto que va más allá de lo físico. "Hay iguales dosis de angustia, miedo y preocupación", añade, consciente de que enfrentarse a los propios límites es parte del desafío.

Javier, quien ya ha completado el Spartathlon el año pasado, se enfrenta a esta edición con la misma emoción, pero con una nueva dificultad: este año decidió correr sin asistencia. En su primera participación había contado con el apoyo de su novia, quien lo asistió durante toda la carrera desde un auto. Ella le brindaba alimentos, agua y lo que necesitaba en cada momento.

Esta vez, Javier optó por sumarle un grado más de complejidad al reto, enfrentándose solo al camino. "Voy a enfrentarla de manera diferente, pero con el mismo espíritu que me caracteriza, que es terminarla, lograrla", afirma con determinación.

La preparación de ambos corredores fue más que intensa. Javier, además de correr, se entrena en bicicleta, nada y hace gimnasio. "De lunes a viernes tengo doble entrenamiento y los fines de semana hago fondos", cuenta. A pocos días de la carrera, sus entrenamientos comenzaron a reducirse en volumen, pero no en intensidad. "Las últimas semanas hicimos 120 o 130 kilómetros", explica. Para él, llegar a Esparta y besar los pies del rey Leónidas, como lo hacen todos los que logran completar la carrera, es el símbolo máximo de su esfuerzo. "Es costumbre de todos los ultramaratonistas que logramos finalizar la carrera llegar a los pies de Leónidas y besárselos", cuenta. Ese momento es uno de los más emocionantes del Spartathlon, no sólo por lo que significa para los corredores, sino también por el recibimiento que entrega la gente de Esparta. "Te aplaude, te grita 'This is Sparta', te alientan en cada paso", describe, recordando la energía del público que los acompaña en los últimos kilómetros.

La carrera comienza en Atenas, en la Acrópolis, en el Partenón. Desde allí, los corredores parten hacia una aventura que los llevará por caminos rurales, autovías nacionales, viñedos y montañas. Uno de los tramos más duros es el ascenso al monte Partenio, en el que deben enfrentarse a una subida de 13 kilómetros con un desnivel de más de 900 metros. El monte es uno de los más inaccesibles de Europa, con fuertes vientos que han impedido la construcción de una ruta concreta en más de 2.000 años de historia. Este tramo, que llega después de haber cubierto ya dos terceras partes del recorrido, pone a prueba la fortaleza física y mental de los corredores.

El desafío que enfrentan Ignacio y Javier no es sólo deportivo, sino también emocional. Ignacio reconoce que hay momentos en los que los miedos y las dudas lo invaden. "Preocupan los riesgos propios de tantas horas coqueteando con los límites", admite. Sin embargo, al igual que Filípides, quien recorrió esos mismos caminos en tiempos de guerra, Ignacio y Javier están decididos a dar lo mejor de sí. Para Javier, completar el Spartathlon por segunda vez es una oportunidad para dejar su huella en la historia de la ultramaratón. "Es como ser futbolista y jugar la final de un Mundial", compara. Él sabe que no todos tienen la oportunidad de correr esta carrera y mucho menos de terminarla. "Solamente hay 35 argentinos que lo lograron desde 1983", explica, orgulloso de formar parte de ese selecto grupo.

Pero más allá de los récords y de los logros personales, ambos corredores encuentran motivaciones más profundas. Ignacio menciona que muchos de sus kilómetros están dedicados a los niños y a los adolescentes que luchan en los servicios de oncología infantil, quienes le enseñaron a enfrentar desafíos de gran magnitud. "Ellos son quienes con su ejemplo me enseñaron a manejar desafíos de este tamaño", dice con humildad. Para Javier, su mayor motivación es traer otra medalla a Tucumán y demostrar que, con esfuerzo y determinación, todo es posible. "Voy a tratar de mejorar el tiempo que hice el año pasado", promete, aunque sabe que en carreras de ultra distancia nada está asegurado.

LA GACETA / FRANCO VERA

El Spartathlon no es una competencia para cualquiera. Los requisitos para participar ya son un filtro importante. Los corredores deben acreditar una marca inferior a 10 horas en una carrera homologada de 100 kilómetros, además de presentar un certificado médico. Durante la prueba, deben alcanzar diversos puntos de control en tiempos establecidos, lo que añade aún más presión. Sin embargo, el verdadero premio no es cruzar la meta, sino llegar al centro de Esparta y tocar los pies de la estatua del rey, un momento que queda grabado para siempre en la memoria de los corredores. Después, los participantes son coronados con una ramita de olivo y beben de una piedra con agua del río Evrotas, un río sagrado.

Ese es el final de una travesía épica, en la que cada paso es una lección de perseverancia, y cada kilómetro, una victoria sobre los límites del cuerpo y la mente.

Ignacio y Javier están listos para enfrentar el desafío. Saben que el camino será duro, pero también saben que, al igual que Filípides, están escribiendo su propia historia, una que quedará para siempre en los anales del deporte y en sus propios corazones.