Decía Jorge Luis Borges: “no me enorgullezco de los libros que he escrito, sino de los que he leído”. A partir del año 2012 el Congreso de la Nación Argentina dictaminó que el 24 de agosto fuera el Día del Lector en homenaje al natalicio del mas grande escritor nuestro, Jorge Luis Borges, que ocurrió el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires. Poeta exquisito, aunque consagrado por sus relatos fantásticos, cuentos y prosas únicas, traductor, conferencista, docente y también fue bibliotecario en 1938 (Biblioteca Miguel Cane) y en 1955 (Biblioteca Nacional). Ese año comenzó con su ceguera: “Dios, que con magnifica ironía, me dio a la vez los libros y la noche”, escribió en el Poema de los Dones. El 24 de agosto se cumplen 125 años de su nacimiento: que ese día sea para reconocer la obra y trayectoria del autor del Aleph y para que celebremos la práctica de la lectura como tal, tan necesaria en estos tiempos de pantallas. Agosto es Borges, pero también es Cortázar que nació el 26 de agosto de 1914 y también es Juan bautista Alberdi nacido el 23 de agosto de 1810 y es llamativo que tres de los más importantes referentes de nuestras letras e intelectualidad cumplan años con pocos días de diferencia. Hace un tiempo Raúl Vera Ocampo plasmó en pocas palabras en un artículo titulado: “Everness: a propósito de Borges” en La Gaceta del 21 de diciembre de 1986, y con gran capacidad de síntesis, el significado que tuvo para él el afamado escritor. Este poeta, ensayista y crítico de arte decía: “solo quiero destacar el proceso que Borges abrió en muchos de mi generación: una nueva forma de concebir el mundo, la realidad y por consiguiente la literatura y eso se lo debemos a Borges y no solamente los argentinos sino todos los que saben leer”. Se cumplieron el año pasado 100 años de la publicación de su primer libro: “Fervor de Buenos Aires”. Después vinieron “Ficciones”, “El Aleph”, “El Libro de Arena” y tantos otros y todos fueron extraordinariamente geniales. Borges fue profesor titular de Literatura Inglesa y Norteamericana en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, fue traducido a más de treinta idiomas en todo el mundo y su imagen fue y es la de un embajador argentino respetado por la intelectualidad universal. Finalmente, muy enfermo, padecía enfisema y un cáncer de hígado, falleció en Ginebra (Suiza) el 14 de junio de 1986 y sus restos fueron enterrados en el cementerio de esa ciudad. En su lápida de piedra fueron tallados siete guerreros nortumbrios y que custodian sus restos y con ellos un epitafio que dice así, escrito en inglés antiguo: “y que no temieran”.

Juan L. Marcotullio                              marcotulliojuan@gmail.com