Por Juan Ángel Cabaleiro
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Los estudios científicos sobre el aburrimiento, desarrollados sobre todo en el ámbito anglosajón (boredom studies), mencionan como causa general una «falta o ausencia persistente de algo». Ese algo, aunque variable, ronda siempre la idea de un significado ausente, de la falta de sentido que atribuimos a la acción que estamos realizando, al entorno en general o, peor aún, a la vida misma. El aburrimiento se devela, así, crónico y gravísimo, síntoma de una vida infecunda y sin sustancia, una lepra que invade y corroe el alma desde lo más profundo.
Esta alarmante pero bien fundada interpretación apunta a un vacío existencial que hay que atender y tomar debidamente en serio, porque suele derivar, en forma soterrada, y probablemente inconsciente, en variantes de la angustia, la depresión y la apatía, esa progresiva deserción de la vida que recluye al sujeto en un pozo de sombras. O en llenar falsamente ese vacío con los vicios actuales del consumismo y la tecnología.
Literatura y aburrimiento
De ahí que resulte tan fructífero el entrecruzamiento entre los boredom studies y los «estudios literarios» de cuyos resultados se han nutrido tantos autores, en especial novelistas, que encontraron en esta convergencia de saberes las claves para componer obras literarias capaces de inocular en cada página el tan ansiado antídoto contra el aburrimiento. Autores que producen thrillers y hacen fortuna con productos bálsamo para nuestro mal del siglo.
Se trata, para regodeo de literatos y guionistas de cine, de una alquimia específica y muy práctica a la que tienen acceso los miembros de la International Society of Boredom Studies (y ahora, siquiera en parte, los lectores de LA GACETA Literaria). Recomendaciones tan concretas y curiosas como hacer intervenir en la trama un perro (u otro animal) en los momentos en que ésta amenaza con opacarse o decaer. Que un personaje entre y deje un sobre o paquete encima de una mesa mientras el protagonista habla por teléfono. Utilizar como máximo tres monosílabos seguidos en la misma frase. O mencionar siempre el color rojo en algún elemento. Por el contrario, lo que nunca debe hacerse: hablar de las comidas cotidianas de los personajes, o del dinero que estos ganan, salvo que se trate de algo ilegal… En fin, la lista es larga y no pretendo aburrir con ella a los lectores.
La novela romántica
Que no se trata de golpes de efecto al estilo del suspenso o la intriga clásicas lo constatamos en la novela romántica, que carece de estos artificios y se ciñe a una fórmula estricta de contenidos inmutables. No hay nada más previsible que la trama de una novela de este género, el superventas de la industria literaria y conejillo de Indias favorito de estos experimentos. Nada de sorpresas ni giros raros: pura monotonía temática y argumental, y sin embargo no aburre ni cansa a sus lectoras. ¿Qué ocurre en este caso? ¿Cuál es el secreto?
Los boredom literary studies lo explican. La novela romántica no se consume para combatir frívolamente el aburrimiento con fuegos de artificio, sino para encontrarle un sentido a la vida que nos exima definitivamente de este mal. Convengamos que el amor, la riqueza, el éxito social y las buenas pilchas son, para la mayoría de la gente, el aceptable fundamento de una vida con sentido. Y esta literatura, sin entretenerse en cuestiones de calidad o menudencias de estilo, va directamente a lo que importa: a llenar el vacío existencial poniendo ante los ojos la realización de los sueños y la posibilidad inmediata de una vida plena.
Y bien saben estos expertos sigilosos que los contenidos lingüísticos impactan casi por igual en nuestro cerebro que las experiencias reales, o dejan una huella muy parecida: de ahí el inmenso poder sugestivo de la literatura de ficción. Es por eso que la novela romántica, Cenicienta de la literatura, se convierte repentinamente en princesa cuando nadie la ve, y trasmuta en los corazones más ingenuos la agonía por felicidad, y les ahuyenta los monstruos mientras dura el hechizo.
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Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.