Por María Lobo

En el final del prólogo a este libro hermoso que es “Dos Novelas”, Soledad Martínez Zuccardi y Guadalupe Valdez resaltan que, desde hace unos años, la literatura de Elvira Orphée experimenta un resurgimiento. Dicen: “es como si su obra estuviera volviendo, resuelta a interpelar el presente”. Creo que esto es así por muchas razones, entre las que podríamos citar la elección de Elvira de situarse en una literatura que esté distanciada de discursos de las coyunturas y mucho más cerca, en cambio, de otros entramados más esenciales de la condición humana. O podríamos citar también su decisión de transitar por una escritura que cree en la prosa como el espacio de lo inesperado y no como el lugar de las correspondencias.

Elvira no escribe sobre coyunturas. Y, sobre todo, no acuerda sobre lo acordado. Y eso es algo que ella despliega no sólo en el universo de sus temas sino desde la propia escritura: su prosa se caracteriza por respetar el desorden de nuestro pensamiento. Sus páginas son eso: un entramado de frases que son honestas con el desorden de nuestra forma de pensar; algunos describen ese gesto de Elvira como una forma poética. Para mí, es honestidad. Un profundo respeto por nuestra forma de pensar. Y eso es lo que hace distintos y necesarios a los libros de Elvira.

Pero creo que Elvira viene a interpelarnos, también, desde otro lugar. Pienso que hay en sus libros un rasgo que va más allá de las formas de la escritura disidente. Son libros que interpelan porque hablan de la relación de las personas con el lugar. En especial “Aire tan dulce”. Esta novela se sitúa en la relación que tienen las personas nacidas en una provincia con ese espacio. Y este es un tema que el campo cultural discute poco o, incluso, no parece interesado en querer discutir.

En uno de los valiosos artículos sobre la narrativa de Elvira, Soledad Martínez Zuccardi se detiene en esta relación entre Elvira y la provincia. La define como problemática, compleja; un vínculo plagado de tensiones y contradicciones. Elvira, por un lado, expresa un rechazo e incluso desprecia a la provincia como lugar. Y así lo declara en distintas entrevistas, en las que dice cosas como “el día que me fui de Tucumán fue el más feliz de mi vida”. Pero, así como expresa ese rechazo, la Elvira escritora toma la decisión de “aprovecharse” de ese lugar despreciable. Habría aquí, entonces, una primera relación con el lugar.

Me interesa hablar acerca de aquello que les ocurre a los personajes de provincia con la provincia, alguna idea que me parece que emerge en “Aire tan dulce”. Pienso que esta novela está atravesada por una relación de los personajes con el lugar. Son personas que creen en un relato de orden que la Historia ha establecido sobre la provincia. Piensan a la provincia tal como la Historia la ha construido. Como un lugar de atraso, de chatura. El lugar donde no hay ocasión de, como ha escrito recientemente Mercedes Álvarez. Como un espacio al que le faltan cosas que, se supone, sí existen en la gran capital.

Pienso en los personajes de “Aire tan dulce” de ese modo. Personas con los ojos vendados. Rebeldes y furiosas contra lo que les han dicho que existe. Contra esa ciudad a media altura que, para ellas y ellos, no es una ciudad sino un pueblo del infierno. Rebeldes contra lo que se supone que es lo provinciano. Pero no contra el relato. No contra esa idea de provincia construida histórica e interesadamente desde la ciudad capital.

Me asalta una categoría. “Literatura de las secuelas”. Hay una palabra en inglés que es preciosa. Aftermath. Es hermosa porque refiere a algo que sobreviene después del desastre. Es linda, la palabra, porque ese algo pareciera no terminar. Entonces pensaba en una expresión que me parece bastante exacta. “Literatura del aftermath”. Porque eso es lo que hacen algunas obras. Narran lo que sobrevino y sobreviene después del desastre. Y pensaba que, al parecer, frente a esa relación compleja, las escritoras y los escritores suelen tomar caminos distintos. Esos caminos se separan en un punto. Por un lado, hay obras que recuperan el discurso de la Historia y entonces las provincias son pueblos y atraso respecto de la gran ciudad. Y, entonces, sus personajes se mueven en ese escenario construido y lo sufren. Estos son libros que conmueven porque están habitados por esa clase de personajes. Hombres y mujeres que están atrapados. Y entonces nosotros queremos entrar a las páginas. Y abrazarlos.

Pienso en la literatura de Elvira desde ese lugar. Creo que sus libros son objetos situados en ese espacio. En ese día después del desastre. Y en ese día después del desastre -y tomando alguna imagen de Benjamin-, podríamos decir que los personajes de Elvira habitan en un pantano. Digo esto y pienso que no se me ocurre un rasgo más bello para un universo literario. Estar habitado por personas que no alcanzan a ver todo aquello que no están viendo. Personas que se mueven inútilmente. En los márgenes de ese escenario construido. Sin poder escapar de las secuelas del plan de la Historia. Personas que parecen presas, eternamente, de los tentáculos. Presas, tal vez para siempre, de ese momento que nunca termina. El instante eterno del aftermath.