“Corremos sin cuidado hacia el precipicio después de haber puesto algo delante de nosotros para impedirnos verlo”

Blaise Pascal, Pensamientos

William James Sidis fue un niño prodigio estadounidense que nació en 1898 y fue conocido y asediado por la prensa (norteamericana en este caso) con más saña que a Joseph Merrick, mejor conocido, peor conocido como “el hombre elefante”. Sidis era el hombre elefante de la inteligencia, su coeficiente intelectual duplicó el de cualquier genio conocido hasta el momento. Hablaba decenas de idiomas, tenía una memoria excepcional y una capacidad de resolver problemas que lo llevaron a Harvard poco después de los diez años. No era esto una casualidad: sus padres se lo habían propuesto. Su padre Boris Sidis fue un reconocido psiquiatra y filósofo. De hecho le nombró así a su hijo por su amigo el filósofo William James.

Inspiró la película “Good Will Hunting”, con Matt Damon (aquí “En busca del destino”), donde se ensaya un William Sidis con otro final. Los progenitores de William crearon un genio, un genio infeliz. Fue un experimento filosófico, psicológico, y político. Sus padres eran judíos de origen ucraniano, expulsados por el antisemitismo zarista. Mientras los Sidis se dedicaban a la educación de William, en la isla Ellis, el traductor del test de Binet al inglés, Henry Goddard, medía la inteligencia de los inmigrantes, tratando de enviar a los peores lugares de la tierra de libertad a los judíos, rusos y húngaros porque eran categorizados como mentalmente débiles y sus hijos serían igual o más estúpidos de acuerdo al proyecto eugenésico. Se llegaron a promulgar leyes bajo este supuesto. Se debe registrar entonces el trasfondo político de la discusión “innato o adquirido”.

La “cocina” del genio de Sidis

Su madre cuenta que de bebé le presentaban la papilla y al lado la cuchara. Así, le dejaban que analice la situación. Evidentemente no hubiera funcionado para lactantes de pecho, pero parece que -imagino que urgido por el estómago-, resolvió el enigma cuchara-comida. De la papilla siguieron estimulándolo y él aprendiendo y maravillando al mundo: se graduó de la Universidad de Harvard a la edad de 16 años y luego continuó sus estudios. Obtuvo siete títulos. En lo personal, nunca tuvo pareja ni trabajo estable. Es oportuno decir que esto no habla en contra de su condición de genio. Era misántropo y misógino. Carecía de hábitos de aseo y de modales. Tuvo problemas con la ley por disturbios en manifestaciones socialistas, ideas que abrazó un tiempo. Inventó una lengua. Escribió una “utopía”, que deja al mundo que narra Margaret Atwood en “El cuento de la criada” hecho un pelotero de niños: separación total de géneros, examen de matemáticas para poder votar, abolición de la familia. Una isla Ellis de Goddard invertida, quizás se pueda pensar.

Sabía más de 30 idiomas, pero no le gustaba hablar. Besó a una chica recién a los 40 años. la activista irlandesa Martha Foley que pronto le indicó que no tenía ninguna intención de ir más allá en su vínculo. Fue un momento de inflexión de su vida. Cuando murió a los 44 años en ruina y en total soledad, este genio que jamás aprendió a atarse los zapatos tenía su foto en el bolsillo.

Dos descuidos fatales

Jean van Heijenoort fue un genio diferente pero complementario. Revolucionó la historia de la lógica, entendió a Kurt Gödel como nadie luego de ser durante más de siete años el traductor, secretario y guardaespaldas de León Trotsky. Era un militante brillante, políglota, y tenía condiciones físicas extraordinarias, una comunión preciosa de talentos para acompañar a Trotsky en su exilio. Oficio riesgoso, además de enteramente vocacional. Lo hizo con éxito, durante su servicio evitó varios atentados, el más conocido quizás sea el del pintor Siqueiros. “Después de haberse aguantado, en medio de la noche, los disparos de los asesinos conducidos por Siqueiros y mientras esperaba la llegada de la policía mexicana, Trotsky se sentó a la mesa y se puso a escribir” relata Van Heijenoort en sus bellísimas memorias de esos años (traducidas por Tununa Mercado en su propio exilio), Con trotsky de Prinkipo a Coyoacán, testimonio de siete años de exilio.

No era fácil cuidar, traducir y contener un espíritu como el de Trotsky. En el diario se muestra cómo llegaban y destrozaban lo que quedaba de la vida de Trotsky las noticias de los familiares y los seguidores cazados en cualquier lugar del mundo. A la vez el libro da cuenta de la militancia y también del carácter pasional tanto de los exiliados como de los anfitriones mexicanos. La inteligencia, el talento, la voluntad y las emociones, todo estaba en sus valijas y más de eso les esperaba en Coyoacán.

Un episodio puede dar una idea de los entrecruzamientos de estos ingredientes tan humanos. La relación de León Trotsky con Frida Kahlo era cada vez más evidente y se encaminaba a desatar la ira de Diego Rivera, que era un celoso terrible. Rivera fue además quien convenció al presidente Lázaro Cárdenas de que asilara al opositor ruso. Se puede uno imaginar que Jean debía advertirle el peligro que corrían. Narra en el diario que luego de que finalmente decidieron que terminen los encuentros con Frida (de mutuo acuerdo según parece), el ruso se encolerizó con Natalia, su propia mujer, por un incidente sin sentido. “El 21 de julio por la mañana, Trotsky llamó desde Pachuca a Natalia para hacerle una escena de celos: ¡Trotsky aullando en ruso en un teléfono mexicano que andaba mal, para reprochar a Natalia una infidelidad ficticia, que se habría producido hacia casi veinte años!”. Acto seguido Van Heiejnoort sospecha que esa llamada ridícula era una estrategia militar del creador del Ejército rojo según la cual la mejor defensa es el ataque, ya que Natalia tenía muy en claro que había una relación entre ambos.

Trotsky fue asesinado por Ramón Mercader en ocasión de un viaje de Van Heijenoort a Estados Unidos. El belga se lamentó porque asevera que con él no hubiera ocurrido, jamás le hubiera dejado a solas con nadie, menos con este personaje sospechoso y seductor.

Van Heijenoort murió también en México y de forma violenta. Su cuarta esposa, Ana María Zamora, era psicológicamente inestable y la relación también lo fue. Ella lo asesinó mientras dormía, tal como se lo había advertido en incontables ocasiones. Luego se quitó la vida. Un hombre que había sido el escudo humano del dirigente más odiado del estalinismo durante siete años y que refundó la historia de la lógica simbólica, no quería abandonar a su mujer en su naufragio mental. Había logrado que la Universidad de Harvard tenga los archivos de los escritos de Trotsky, estaba trabajando en otra edición completa de las obras de Godel, algunos fragmentos escritos por aquel otro genio desquiciado hicieron el último viaje con él. A diferencia de William James Sidis, Jean era hombre de mundo, sociable y apuesto, además de muy enamoradizo: no podía estar sin una pareja o proyecto de relación sentimental.

La biografía estupenda de Anita Burdman Feferman llamada Politics, Logic, and Love: The Life of Jean van Heijenoort dice: “Para van Heijenoort, vivir sin una mujer estaba fuera de discusión. Era ascético, era nómada, le gustaba estar solo, le gustaba estar tranquilo, le gustaba ser libre de hacer las maletas e irse en cualquier momento que tuviera el impulso, pero era un romántico que tenía que estar ‘enamorado’”.

Sintió ese que sería su último día, que una vez más tenía que hacer de guardaespaldas. Esta vez tenía que cuidar a Ana María de su propia locura. No tuvo éxito. Burdman Feferman relata que esa última mañana desayunaron juntos. “Hay algo ilógico pero perfectamente característico en el hecho que Van Heijenoort tome su habitual desayuno saludable con la mujer que estaba a punto de matarlo”.

De ahí la frase de Pascal: hay cosas que ni los genios quieren saber.

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Santiago Garmendia – Escritor, doctor en Filosofía.