Por Santiago Kovadloff

El pensamiento es ante todo hijo del desconcierto. Pensar no significa decir algo que de algún modo ya sabemos, pensar es atreverse a incursionar en asuntos sobre los cuales no tenemos una respuesta acabada ni preestablecida. Es una actividad infrecuente pero usamos el verbo pensar con una desmedida familiaridad.

En la introducción a la Metafísica, Aristóteles dice que el pensamiento es hijo del asombro, que la filosofía nace como una experiencia primera y primariamente de asombro. Es interesante empezar la exploración del pensamiento recordando qué significa asombrarse. Creo que vale la pena decir que el asombro es una de las experiencias prácticamente exclusivas de nuestra especie. Con otras especies compartimos otras necesidades: la de alimentarnos, la de vivir en grupo, la necesidad reproductiva, el miedo, el hábito de situarnos allí donde algún modo lo previsible prepondera sobre lo imprevisible. Pero el asombro al igual que la contemplación son posicionamientos humanos exclusivos de nuestra especie. Los animales no se asombran; pasan de la previsibilidad al miedo o de la previsibilidad a la necesidad de buscar su alimento pero no conocen el asombro. No lo conocen porque son fundamentalmente biología, están predeterminados por su estructura biológica para constituirse como sistemas de respuestas. Disponen de todo lo que es necesario para poder sobrevivir. El hombre es un ser inconcluso, está hecho a medias, está ‘en falta’. Porque está en falta, la biología en él no es todo. Él es también lo que quiere ser. Podemos decir que es un ser inconcluso, tiene un proyecto de identidad mucho más que una identidad constituida. Oscar Wilde decía, con su humor inconfundible, que es conveniente ser un poco improbables. Y tenía razón, pero la improbabilidad no puede ser producida por uno. La improbabilidad irrumpe en nuestras vidas al dejarnos atónitos, es decir fuera de tono. La palabra asombro en griego significa quiebre rotura. La palabra trauma en griego quiere decir eso que está roto. El hombre es un antropos traumático. Está roto porque no está completado, porque es capaz de advertir algo que no había visto y vivir la perplejidad del descubrimiento cuando estamos frente a una realidad inédita, cuando podemos admitir su presencia como algo que nos conmueve es porque estamos asombrados.

Santiago Kovadloff: “Hagamos nuestra vida interesante, no solo larga”

Con el asombro perdemos la familiaridad con el mundo, el hábito que nos inscribe en un mundo inteligible del cual podemos hablar con cercanía, y al mismo tiempo ganamos la posibilidad de interrogar, de preguntar qué es eso que está allí, de advertir que somos capaces de hacerle lugar en nuestro discernimiento a cosas que no habíamos visto. Todo esto remite a lo que significa preguntar, que está indisolublemente ligado al hecho de pensar.

Pensar es atreverse a incursionar en zonas difusas donde no tenemos claridad y donde sentimos la imperiosa necesidad de ganarla. Normalmente empleamos el verbo para decir, por ejemplo, ‘yo tengo una idea’ cuando uno no la tiene, utilizamos las ideas que circulan. Ideas tenían Aristóteles o Einstein. Las ideas son hechos absolutamente inéditos mediante los cuales el discernimiento de la realidad gana un semblante nuevo. En ese sentido, yo diría que el pensar y el preguntar asociados al asombro tienen muchísimo que ver con la poesía porque la poesía es, más que un género literario, una mirada sobre la realidad en la que nuestra subjetividad descubre una emoción inédita por el contacto con el mundo y lo llevará o no a las palabras si puede pero cabalmente lo poético es el acto de sentirnos transportados por una revelación.

Los griegos supieron perfectamente que la poesía implicaba tanto el descubrimiento de una realidad insospechada como la transfiguración personal en virtud de ese descubrimiento. Voy a darles un ejemplo cotidiano de esto porque la poesía se juega al nivel de la vida cotidiana. Caminaba yo una vez por una calle en Buenos Aires y delante de mí iba un muchacho. Venía hacia nosotros una chica ensimismada. Era muy bonita pero estaba totalmente ausente, no tenía un discernimiento primordial de lo que tenía delante, venía envuelta en su inquietud en su preocupación. Cuando estuvo más o menos a un metro del muchacho que me precedía, él le dijo el piropo más hermoso que yo escuché en mi vida. Le dijo ‘me salvaste el día’. Detengámonos, más allá del encanto del piropo, en dónde estaba cada uno. Cuando él le dice esto a ella, la sustrae de lo que ella significa para sí misma. Ella venía envuelta en lo suyo, no estaba pensando que era una salvadora, ni un encanto, ni muy linda. Estaba abrumada por su preocupación pero, mirada desde donde él la veía, ella era una revelación. En consecuencia, cuando la realidad asume para nosotros un significado que tal vez nosotros mismos no tenemos para nosotros podemos decir que estamos ante un hecho poético, que ahí se ha generado algo que da que pensar, que invita a preguntarse qué quiere decir la identidad. Ella tenía una identidad, sabía perfectamente quién era, ahora lo que ella significaba para quien la estaba mirando era otra cosa que la arrancaba por completo al monopolio de la identidad que ella creía tener.

*Fragmento de la charla con Jorge Brahim, organizada por LA GACETA la semana pasada.

Perfil 

Santiago Kovadloff nació en Buenos Aires, en 1942. Es ensayista, poeta y traductor. Se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Es profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, doctor honoris causa por la UCES y miembro del Comité Académico de la Universidad Ben-Gurion. También es miembro correspondiente de la Real Academia Española y miembro de número de la Academia Argentina de Letras y la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Acaba de recibir, en Tucumán, el premio Paul Groussac de la Alianza Francesa.

Kovadloff y LA GACETA Literaria

“Soy su colaborador desde hace muchos años y no tengo más que gratitud hacia el desempeño de ese suplemento cultural que es uno de los pocos en los cuales el pensamiento crítico, vinculado a la actividad literaria, está vivo. No limita su quehacer a la reseña bibliográfica ni a la asepsia de opiniones que no comprometen el parecer de quienes escriben sino todo lo contrario”.