Aún tengo mis ojos impregnados por el llanto de Lionel Messi el día del encuentro final de la Copa de América 2024, motivado por una lesión que lo obligó a abandonar el campo de juego. Seguramente, mucha más gente que ama al fútbol y, por lo tanto a Messi, siente lo mismo. Esa imagen, a los futboleros no nos la borra nadie; a ningún argentino pasional que deseaba sí o sí ganar ese partido. Personalmente, Messi representa a tres generaciones, si no es a más: a la mía, de 66 años; a  la de mi hijo, de 30; y a la de mi nieto, de tan sólo 10 añitos. Y a todos los que amamos este deporte y lo practicamos alguna vez, Lionel representa lo que alguna vez soñamos ser y hacer: jugar a lo que más nos gusta, ganar la mayoría de las veces, llegar al estrellato y ser el niño mimado del pueblo por excelencia. El pequeño gran hombre que es este extraordinario jugador, y gran parte de sus fanáticos, aprendió tras esas lágrimas, que su ídolo no es un hombre superpoderoso y que una simple lesión lo puede marginar de una competencia como a cualquier otro deportista. Lo que es irreemplazable es el alma, el corazón y la vida puesta en la cancha y fuera de la misma por este admirable niño-hombre. Y me atrevo a decirle niño por una cuestión de tiempo. Porque por la edad que nos diferencia yo podría ser su padre, lo que no aminora su hombría. Siento un gran orgullo por saber que Messi es argentino, que es como es, como lo muestran los medios: singular, abierto, humilde, simpático, generoso y sobre todo luchador. Somos y fuimos millones los argentinos que nos parecemos a él, pero no tuvimos su mismo éxito en nuestros trabajos. Pero, al menos yo, me conformo con tener en el espejo de millones de niños, adolescentes, jóvenes (¿y por qué no?), adultos del mundo entero, que al mirarse en el vidrio ve la imagen del crack. Lionel, tu legado durará mucho más de lo que imaginas, serás con justicia objeto de estudio y veneración por tu bondad. Dios te siga bendiciendo.

Daniel Chavez 

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