Por Liliana Massara

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Un 16 de julio de 1934 nace en Tucumán Tomás Eloy Martínez, escritor que marcará un rumbo diferente en la Literatura argentina y latinoamericana en cuanto a la búsqueda y realización de una escritura innovadora en relación a lo producido, llegada la década del ’60. Sus ficciones se atreven a procesar otras alternativas que apelan a geografías escriturarias resbaladizas en tanto vincula a la literatura con el periodismo, la historia, la política, la diversidad cultural, mediante estrategias que descolocan al género de la novela histórica, del cuento, incursionando con espacios híbridos en los que mezcla formas del ensayo, la metaficción, el erotismo, lo testimonial, la pluralidad de voces, en un universo complicado donde la política y la sociedad son desenmascaradas para tratar de descifrar eso que fuimos, somos y seremos los argentinos.

Hacia 1962 aparece la revista Primera Plana en la que el autor fue jefe de redacción, situación que modifica la manera de contribuir a la sociedad incursionando en un nuevo periodismo. Es una década que se identifica con el boom y la vanguardia estética donde se destacan Borges, Cortázar, Sabato, entre otros.

Tomás Eloy Martínez: el hombre que con palabras abrió mundos

En los años ’70 la situación varía ante gobiernos dictatoriales; el efecto literario es operar diferente en el imaginario del lector; se apela al pacto de veracidad, donde historia, periodismo y testimonio son material exclusivo para establecer vínculos entre lo estético y lo político/social. Momentos de rupturas estéticas, elaboración de un contradiscurso que se evidencia en La pasión según Trelew (1974) y Lugar común la muerte (1978) donde el género narrativo se mueve a la deriva (como el país), al establecer contratos con otras categorías como la crónica periodística, efectivizando un proceso de transformación.

Sociedad fragmentada

Tomás Eloy Martínez, que en los inicios ocupa un lugar periférico, desde los ’90 ingresa al canon literario. Reflexiona sobre las conflictivas experiencias resultantes de dictadores y democracias populares, en las que las alteraciones del poder político se refractan en personajes de la historia como Juan D. Perón en Memorias del General (1996) o en La novela de Perón (1985); o en los estructuras culturales que constituyen el mito popular a través de la figura enferma de muerte, y en la manipulación del cuerpo sin vida de Eva en Santa Evita (1995); o en el El sueño argentino (1999) donde se interroga sobre la decadencia de un país “destinado” al fracaso; o en la construcción de “identidades en conflicto corporizadas en el rechazo a códigos preestablecidos” en La mano del amo (1991). Sus discursos son su compromiso con la palabra, debatiendo sobre dicotomías vinculadas con nuestra identidad cultural, como la del binomio peronismo-antiperonismo.

La Historia es revisitada a través de figuras como Perón y Eva, así como lo hace Andrés Rivera con Castelli en La revolución es un sueño eterno (1987-1993) entre otros, a fines de la década del ’80 mediante estrategias como el pastiche que en estos textos citados, le permite al autor narrar comportamientos de una sociedad fragmentada, desordenada, desconcertada, razón por la que construye una mirada crítica de ese pasado; a veces, de un presente inmediato.

Una época en que no sólo la sociedad argentina tiene interrogantes, sino que es el arte el que se nutre de todas esas incertezas para reflexionar, enlazando vínculos entre la Historia y la ficción; por lo tanto el resurgimiento de la “novela histórica”, alejada de los paradigmas de la tradición romántica, obedece a los factores contextuales por los que se vio afectado el país, según distintas perspectivas, puesto que, así como el espacio sociopolítico es complejo, la mirada y la voz no son monológicas: “Cada uno de esos ojos (los de la mosca) ve cuatro mil pedazos diferentes de la realidad. A mi abuela Dominga le impresionaban mucho. Juan me decía ¿qué ve una mosca? ¿ve cuatro mil verdades o una verdad partida en cuatro mil pedazos? Y yo no sabía qué contestarle” (La novela de Perón, 1991, pp.213).

Nueva discursividad

Cabe resaltar que los testimonios orales y escritos, diarios, recortes de periódicos los obtiene por sus propios medios, dado que conoce lo que es la investigación periodística aunque en la ficción se proponga modificar el juego de las piezas, según los propósitos que tenga ante el objeto a tratar. En el caso de Santa Evita, interviene un narrador, novelista periodista (alter ego del autor) que apela a fuentes; reproduce indirectamente versiones, aborda lo metatextual para reacomodar datos que le acercan los testimonios, la oralidad, y la memoria en busca de respuestas.

Su modus operandi devenido periodismo literario multifacético es parte de su legado, en tanto significó la construcción de una nueva discursividad que provoca e incita a relecturas; un episteme que aporta versiones desencontradas con la historia oficial, mediante la hibridación de formas, dando como resultado una estética singular por la que obtiene su consagración dentro del sistema literario argentino.

© LA GACETA

Liliana Massara – Doctora en Letras de la UNT.

Perfil

Tomás Eloy Martínez (Tucumán, 1934) publicó su primera nota en LA GACETA Literaria, a los 16 años. Luego trabajo durante tres años en LA GACETA, después en La Nación, Primera Plana, Panorama y La Opinión. Su novela Santa Evita, elogiada por García Márquez y Vargas Llosa, es la más traducida de la literatura argentina. Fue columnista de El País y The New York Times. En 2005, finalista del Man Booker International Prize, la distinción literaria más importante del mundo después del Nobel. Murió en Buenos Aires, el 31 de enero de 2010.