Por Emily Bestani

Alberta, Canadá

Durante la convención del partido republicano, Donald Trump dio su primer discurso después del atentado al que sobrevivió el sábado de la semana pasada.

Trump es como las malas hierbas, nada lo mata, todo lo fortalece. Tratan de asesinarlo, y termina explotando la imagen de víctima que sobrevive y adquiere cualidades de mártir y héroe. Lo sentencian por delitos cometidos, sus seguidores lo defienden y aportan fondos de campaña que lo convierten -todavía  más- en un político millonario. Participa en un debate contra Joe Biden, y tiene la suerte de que su contrincante da una triste imagen, siendo cuestionado por su edad, salud mental y aptitud para gobernar durante los 4 próximos años. Comete un escandaloso adulterio con una actriz porno, sus seguidores lo exoneran, su mujer sigue a su lado.

Después del atentado, su popularidad entre los estadounidenses continúa consolidándose. Trump aumenta su ventaja sobre Biden de 5 a 7 puntos en las encuestas. ¿Es Trump un hombre increíblemente afortunado, o habrá hecho un pacto fáustico?

Por otro lado, una nota reciente (“Biden’s Slips”) de Hanif Kureishi sobre la campaña electoral aborda una cuestión que poco o nada se ha comentado: ¿por qué no hay análisis de la naturaleza de los lapsus lingüísticos del presidente Joe Biden? Sus deslices se tomaron como síntomas de deterioro cognitivo.

Durante la conferencia de la OTAN, ante un sorprendido público, llamó a Zelensky “Putin”, y a la vicepresidenta Kamala Harris “Trump”. Después nombró a su ministro de defensa “el hombre negro”.

Partiendo de la concepción freudiana de que estos lapsus linguales son un pasaje hacia la verdad del inconsciente, Kureishi invita a tomar los de Biden como fuente de significado, y nos recuerda la famosa frase de Tony Blair “armas de distracción masiva”, durante el conflicto con Irak. La sustitución de “destrucción” por “distracción” se analizó y explicó bastante. Eso no ocurrió con los dichos de Biden. Se zanjó la cuestión atribuyéndolos al deterioro cerebral. No hubo interés en ir más allá.

Sin desconocer la avanzada edad del candidato, llamar a Zelensky “Putin” y a Harris “Trump”, sigue una lógica: el nombre de un aliado y amigo es reemplazado por el nombre de un enemigo y rival. Por lo tanto, las sustituciones son perfectamente coherentes, y podríamos especular que estos mismos deslices públicos revelan una verdad: la de la situación de Biden dentro de su propio partido. Los demócratas son sus amigos, pero él sabe muy bien que están dispuestos a reemplazarlo…  Sus amigos son, de hecho, en algún nivel, sus enemigos más mortales, y esto es exactamente lo que implicaron los deslices, ya que los aliados se convirtieron en adversarios”, observa Kureishi.

El poder de dar sentido a los hechos, interpretando, resaltando u omitiendo, marca el rumbo y destino de la contienda electoral. Sin embargo, el azar puede ayudar a ungir a un candidato o a acelerar su caída. Es muy difícil remontar los efectos de dos imágenes contrastivas que nos dejan, por un lado, a un prolijo hombre gris, titubeante, y por otra, a un puño en alto, y un rostro ensangrentado, vociferando “fight”.