En el imaginario suele quedar impresa la figura del arqueólogo como la de un profesional dedicado a escudriñar en un pasado remoto, presto a desenterrar restos de alguna cultura milenaria. Pero la disciplina, como toda ciencia, se ramifica en distintos campos. Uno de ellos -la arqueología histórica- hizo pie en Tucumán con la creación de un grupo especializado, que funciona en el ámbito de la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, y con la edición de un libro, compilado por Florencia Borsella y Alexis Weber. Ellos son arqueólogos y docentes de la UNT, y sus proyectos de investigación también forman parte de esta publicación.

“Esta es la primera antología de estudios de arqueología histórica de Tucumán, generada con el esfuerzo de investigadores que empujan la especialidad con su propia voluntad; recordando los inicios en la década de 1960. Un esfuerzo tratando de romper la inercia, de excavar y a la vez de recuperar Ibatín, Lules, Taco Ralo, los ingenios y tantos lugares más, sean o no patrimonio, pero que están olvidados o apenas intervenidos. Con ese sentido de futuro es que este libro se lanza a la comunidad”, escribe Daniel Schávelzon en el prólogo.

Ahora bien, ¿de qué trata exactamente la arqueología histórica? “Es un trabajo interdisciplinario, porque participan historiadores, arquitectos, geólogos, biólogos, museólogos... La clave es la cultura material. La línea divisoria, aunque no está netamente reglamentado en la academia, se estima que son los últimos 500 años -explica Weber-. Lo que define la arqueología histórica en relación con una arqueología tradicional es la posibilidad de acceder a los documentos escritos, y esa parte de la historia llega con la Conquista. En el caso de Ibatín hablamos de 1565. Por eso no es arqueología histórica la época precolombina; porque no hay documentos escritos”.

“En Europa la escritura es mucho más antigua, entonces ya la arqueología histórica no tiene esa vertiente tan corta -añade-. Hay una arqueología antigua, una romana, una medieval mucho más amplia. No es el tipo de arqueología histórica que nosotros hacemos”.

Si bien Borsella destaca que es un disciplina joven y un subcampo de la arqueología, en realidad ya en el siglo XIX, hacia 1890, hubo pioneros, principalmente los Valles Calchaquíes, que comenzaron a interesarse en el tema. Estudiaban el período precolombino porque era lo que estaba en boga en ese momento, pero a la vez empezaron a encontrar cultura material de los últimos 500 años. Por ejemplo, Juan Bautista Ambrosetti halló tallada en algarrobo, en lo que es el sitio Fuerte Quemado (Catamarca), una escritura en castellano. “Ya deja de ser cerámica, no tenemos una punta de proyectil, sino un algarrobo tallado”, enfatiza.

Weber cierra este recorrido: “recién en la década de 1940, en el sitio Santa Fe La Vieja se llevó a cabo por primera vez un trabajo en el marco de un proyecto de investigación con problemáticas arqueológicas. Todo muy abocado a recuperar y a mantener vestigios monumentales. Pero la problemática arqueológica de ver otras cuestiones como la ocupación, el hábitat, la cotidianidad de los grupos que habitaron esos espacios, no fue tenida en cuenta hasta el año 2000, cuando se organiza el primer congreso de arqueología histórica en Mendoza. Entonces ya tenemos profesionales formados que empiezan a aplicar metodologías arqueológicas en el estudio de sitios históricos”.

En detalle

Las investigaciones incluidas en el libro van trazando un arco temporal. Comienzan con el trabajo de Mario Caria y Julián Gómez Augier sobre “El paleoambiente en época histórica en la provincia de Tucumán”, orientado a estudiar los contextos físicos y biológicos en los que se desarrollaron los grupos humanos en el pasado.

Siguen dos temas focalizados en Ibatín, la primera San Miguel de Tucumán fundada por Diego de Villarroel. Uno es de Santiago Roldán Vázquez (“Ladinos y migrantes: un acercamiento a la población indígena urbana entre 1565 y 1865”) y el otro de Borsella (“La ocupación del espacio en la ciudad colonial de Ibatín: una mirada desde la arqueología histórica”).

Tamara Taddei se ocupó de “Inhumaciones en la capilla de San José de Lules: aportes desde la bioarqueología histórica”; mientras que Ana Igareta, Florencia Chechi y Daniel Moyano trabajaron sobre “Arquitectura doméstica de un establecimiento azucarero del siglo XIX: primer relevamiento del ingenio y finca cañera Oliver”. Se trata, en este caso, de una historia por demás llamativa, centrada en uno de los pequeños ingenios que precedieron al boom azucarero y del que hay escasos registros.

Cierra el libro la investigación de Weber, cuya atención se posó en el extraordinario pasado ferroviario de la provincia, desguazado con el transcurso del tiempo. Se titula “Arqueología en el sitio Estación Taco Ralo. Nuevos aportes al estudio del ferrocarril en Tucumán”.

“Con estos aportes apuntamos a repensar la historia de Tucumán, incorporando nueva información desde la pata arqueológica -sostienen Borsella y Weber-. Siempre hay que indagar un poco más y por eso nos proponemos continuar trabajando, para que ese pasado no quede en el olvido”.