A Carlos Saúl Menem le atribuyen una frase que no es suya. “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie” es la máxima que el folclore asigna al dos veces ex presidente. La pronunció, en realidad, Guillermo Vilas, a modo de ejemplo de la política menemista, en una entrevista con Bernardo Neustadt. De Javier Milei, quien homenajeó este año al riojano llamándolo “el mejor Presidente de la historia”, bien podría predicarse que si hubiera dicho cuáles eran sus convicciones reales, según las confirman sus últimas actuaciones, otra debiera haber sido su línea discursiva.

Contra todas sus manifestaciones públicas (expresadas dentro de la Argentina o en el extranjero), el jefe de Estado dijo por estos días que hubo un intento por desestabilizar el país para terminar con su gobierno. Para pasmo de multitudes, responsabilizó a una empresa. Y para infarto de los liberales, dijo que era un banco. “Dada la fuerte posición que tenemos en el Banco Central pudimos derrotar a ese banco con intenciones golpistas”, definió Milei no ante el politburó del Partido Comunista de la República Argentina, sino en su discurso ante la Bolsa de Comercio. Así es: el titular del Poder Ejecutivo Nacional, que en campaña prometió hasta en libros reducir a cenizas el Banco Central, ahora por poco y da gracias a las fuerzas del cielo por tener un BCRA sólido y vigoroso.

En la mitología griega, Ariadna le dio un ovillo de hilo a Teseo para que lograse salir del laberinto de Creta. La madeja de contradicciones del mandatario logra que cualquiera se pierda en un zaguán.

El ministro de Economía, Luis Caputo, le puso nombre a la entidad bancaria. El funcionario reconoció que se trataba del Banco Macro, aunque lo hizo para atenuar la denuncia de su jefe. En concreto, lo que hizo el banco (agente financiero oficial de Tucumán, entre otras provincias) fue vender de su cartera un tercio de los bonos públicos con cláusula de recompra del Banco Central.

La reacción del Gobierno se debe a que temió un “efecto contagio”. En el extremo de que las demás entidades de crédito hubiesen hecho lo propio, el Estado habría tenido que emitir $ 18 billones (son millones de millones) para hacerse cargo de la ejecución de esos seguros de recompra. Hubiera sido desastroso, pero no ilegal. Los “puts” fueron ideados por Sergio Massa como ministro de Economía, en el último año del cuarto gobierno “K”, y luego continuados por la actual administración.

El reproche de Caputo es que el Macro tomase esta decisión el último viernes de junio para ejecutarla el primer lunes de julio, sin antes comunicarlo al Banco Central. Esas fechas no son menores. Los argumentos de los banqueros argentinos, que rechazaron la denuncia del mandatario, consisten en que todo se origina en la conferencia de prensa que dio Caputo, precisamente, el viernes 28 de junio, luego de que el Congreso por fin aprobase la “Ley Bases”. Anunció que el país no saldrá del cepo todavía, lanzó el traslado de pasivos del Banco Central a Letras Fiscales de Liquidez que emitirá el Tesoro, y ratificó que la inflación seguirá en baja. Los bonos vendidos se ajustan por inflación, por lo que el banco argumenta que buscó proteger a sus ahorristas.

Con independencia de los alegatos de uno y otro lado (el banco y el Gobierno tienen aparatos propios para que los defiendan), lo cierto es que las declaraciones de Milei son reveladoras. En el sentido de lo que el “Principio de Revelación” -tantas veces citado por el Presidente- significa.

El jefe de Estado, más que denunciar la maniobra “destituyente”, está avisando que muchas de sus reivindicaciones ideológicas, en realidad, no eran muy en serio. Y esto no refiere a los discursos proselitistas, sino a los que brindó, en la Argentina y en el extranjero, ya investido como Presidente.

En abril pasado, dijo ante los empresarios del Foro Llao Llao que quien fuga dólares no es “un delincuente”, sino “un héroe: logró escapar de las garras del Estado”. Agregó: “Si me pongo el traje de economista, le recomendaría a mi cliente que compre dólares. Eso después figura como fuga. Y si los compran en negro, mejor; así no tienen que pagar impuestos estúpidos para financiar inútiles”.

Queda claro que el Presidente no es claro. Si el individualismo a ultranza justifica evadir impuestos para lograr esquivar al Estado, ¿por qué es golpista que un banco, dentro del Estado y de la ley, ejecute seguros de recompra otorgados por el Banco Central?

Dicho sea de paso, ¿ahora el Estado es bueno? Porque en enero, cuando viajó a otro foro pero de carácter global, el de Davos, reclamó: “no cedan ante el avance del Estado. El Estado no es la solución, el Estado es el problema mismo”.

“El Estado castiga al capitalista por tener éxito”, denunció esa vez. Coherentemente, bregó por un mercado libre de toda injerencia estatal. “La conclusión es obvia: lejos de ser la causa de nuestros problemas, el capitalismo de libre empresa, como sistema económico, es la única herramienta que tenemos para terminar con el hambre, la pobreza y la indigencia a lo largo y a lo ancho de todo el planeta. La evidencia empírica es incuestionable”. Nada encarna tan acabadamente los conceptos de “capitalismo” y “libre empresa” como un banco. ¿Cómo es que, medio año después, hay bancos que son el “enemigo”? Debe ser que el Presidente no hablaba en serio. De lo contrario, si el libre mercado y la oferta y la demanda irrestrictas son la panacea de los males sociales, que los bancos no quieran lo mismo que aquello que él quiere no habla socialmente bien de su proyecto político.

“El mundo de hoy es más libre, más rico, más pacífico y más próspero que en cualquier otro momento de nuestra historia. Esto es cierto para todos, pero es particularmente cierto para aquellos países que son más libres, donde respetan la libertad económica y los derechos de propiedad de los individuos”, planteó Milei en Davos. Pero ahora resulta que los bancos, con sus propias inversiones, y con el dinero de sus ahorristas, le hacen mal al Gobierno cuando obran con libertad económica.

La denuncia de Milei, por cierto, por poco y decreta la caducidad del “Pacto de Mayo”, grandilocuentemente firmado en Tucumán la semana pasada para “refundar el país”. El punto 1 prescribe: “La inviolabilidad de la propiedad privada”. Los compromisos del Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, suscrito en 1852, perduran hasta hoy en la Constitución, fundante del Estado argentino moderno. Debe ser que los pactos libertarios son de una duración más restringida…

Milei, antes que reescribir la teoría económica y los óptimos de Pareto, hoy rehace con sus acciones cada una de sus alocuciones. Tanto es así que parece encontrar inspiración en autores escasamente neoliberales. Ahora luce inspirado por un satírico interrogante de la comedia musical “Happy End”, de Bertolt Brecht, Kurt Weill y Elisabeth Hauptmann. “¿Qué es peor: robar un banco o fundar uno?”.

“Final feliz” es la traducción del nombre de la obra; y también una síntesis de la acertada maniobra del BCRA para frenar al golpismo de libre empresa. Por fortuna, el Estado interviene en el mercado para evitar que la especulación de unos pocos capitalistas afecte al conjunto de los argentinos. Si Milei avisaba que en realidad era un socialdemócrata, hay varias medallas que no le iban a otorgar...