A mediados de 1897 se conformó en Tucumán el Centro de Maestros tras la realización de un encuentro de docentes en la escuela Federico Helguera. Sus objetivos fundacionales fueron la protección mutua, el mejoramiento social, el adelanto intelectual y material que por entonces conformaban el magisterio provincial. A fines del siglo XIX la mayoría de los edificios escolares se encontraban en condiciones lamentables. Maestros y alumnos se hallaban expuestos “a ser sepultados bajo sus techos y ser casas que no reunían condiciones higiénicas y pedagógicas”. En 1895, Tucumán tenía 44.978 niños en edad escolar, “de los cuales tan sólo concurren a nuestras escuelas 16.000”. La docencia era una carrera que carecía de prestigio social y se encontraba orientada hacia la mujer como mano de obra barata de la educación. La educación era restringida como posibilidad social y no garantizada por los poderes del estado. Para los jóvenes del magisterio no era una carrera de reconocimiento económico atractiva. Ser docente implicaba, en algunos casos, residir en las escuelas, tener un sueldo bajo que generalmente se pagaba con varios meses de atraso, no poseer elementos didácticos, edificios ni los recursos necesarios para enseñar y llevar adelante la administración de las tareas diarias, semanales, mensuales y anuales. Para la década de 1890 ningún maestro normal se prestaba a encerrarse en una escuela y resignarse a vegetar en un puesto que no le ofrecía el porvenir al que aspiraba legítimamente a causa de la exigüidad de su remuneración. Ni hablar de los docentes en situación de retiro o jubilados luego de décadas de labor. Era la época de 1880 -1900 donde se sucedieron los gobiernos de Miguel M. Nougués, Benjamín Paz, Santiago Gallo, Juan Posse, Salustiano Zavalia, Lidoro Quinteros y Silvano Bores entre las presidencias nacionales de Nicolás Avellaneda y Carlos Pellegrini. La realidad frente a una ilusión: “alumnos que salgan listos para asociarse a la industria naciente de la provincia...a partir de una instrucción primaria completa, pero restringida en sus límites, para todos sin excepción de clases ni destino”. (Amadeo Jacques 1858). Esa modernidad aludía a la adquisición de destrezas para la práctica de oficios, el dominio de habilidades para el cultivo de la tierra y la cría de animales y de prácticas artesanales o industriales. Ya a partir de 1853 los funcionarios expresaron reiteradamente la necesidad que los niños vayan a la escuela, aspiración que implicaba no solo la moralización a través de la adquisición de buenas costumbres, sino también el manejo de la lectura y habilidad para las operaciones básicas.

Pedro Pablo Verasaluse 

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