El silencio, pese a estar a tan sólo una hora de la bulliciosa ciudad de Nueva York, es sepulcral en Clinton Road, traducido al español el Camino Clinton. Está a una media hora de donde Argentina y Canadá se enfrentarán mañana. A pocos kilómetros del estadio Metlife, un punto con historia, se extiende una carretera también está llena de relatos, pero a diferencia de los deportivos, estos no son para nada emocionantes. En esa tira asfáltica de 16 kilómetros que se extiende al norte de Nueva Jersey, podemos encontrar las historias mas espeluznantes. 

La ruta está desolada, atraviesa un bosque sombrío y espeso cargado de ruidos que intimidan de día y de noche según cuentan. Clinton Road une a dos poblaciones que no tienen habitantes, entre el asfalto y el paisaje agreste aparece alguna casa. Nadie se atreve a detenerse para saber si hay algún habitante. Tanta narración terrorífica incentiva a recorrer esos kilómetros lo más rápido posible. Aunque también están los otros que la recorren sin tener motivo más que explorarla con el fin de corroborar alguna de las tantas historias. Casi como un juego del miedo, literal y no ficticio como la aclamada saga de películas de terror.

Obviamente, Clinton Road cumple todos los requisitos para hacer un film. O al menos así lo consideraron los directores Steve Stanulis y Richard Grieco quienes en 2019 estrenaron la película cuyo argumento estaba basado en la tragedia que había sufrido un bombero. Su esposa había desaparecido en la carretera bajo circunstancias extrañas. Él se adentra en la ruta y para salir con vida debe descubrir un oscuro secreto. 

Clinton Road en West Milford, forma parte del condado de Passaic, y se la conoce por los avistamientos de fantasmas, de criaturas extrañas y reuniones de brujas, de satanistas y del Ku Klux Klan (el grupo estadounidense que se valió de la violencia para imponer sus ideas), además de ser una de las supuestas carreteras embrujadas más famosas de Estados Unidos. El Camino Clinton no se encuentra en el sistema de autopistas del Estado por lo que está descuidado lo que propicia más el contexto fantasmagórico que tiene con la consecuente falta de mantenimiento. Clinton Road es un camino signado por las leyendas paranormales y el horror. 

En la lista de historias podemos encontrar primero la de los “Guardaparques Fantasmas”. Hay un lugar llamado Terrace Pond, al que solo se accede escalando desde Clinton Road. Un grupo de jóvenes instaló su carpa en la zona y fueron visitados por dos de los custodios forestales. Al día siguiente, cuando contaron el episodio, les dijeron que ellos habían muerto en 1939 mientras trabajaban en el lugar. 

Otra aparición que da cuenta de la reputación tenebrosa de la carretera tiene que ver con “El Niño del Puente”. A la altura de la “Curva del Muerto” está la construcción que cruza el arroyo Clinton. Las versiones indican que si alguien lanza una moneda de 25 centavos y se queda esperando, a medianoche, la moneda le será devuelta por el fantasma de un niño. Hay dos relatos sobre el pequeño: uno es que se ahogó nadando en el arroyo, en el otro cuentan se cayó al agua mientras estaba sentado en el borde del puente. Pero lo más dramático es que aseguran que el niño fue atropellado por un auto y que aparece para recrear esa situación: cuando alguien presencia la escena e intenta salvarlo, el fantasma, ingrato, lo empuja al agua. 

En 1972, Warner Bros. inauguró el parque Jungle Habitat en Milford. La compañía esperaba captar la atención de los visitantes con atracciones como “Nemo: El León”, “Sugar: El Tigre Siberiano” y “Winky: El elefante”. Mientras que el parque atraía a la gente, había situaciones muy extrañas. Más de 6 millones de visitantes frecuentaron el parque durante los cuatro años que estuvo en funcionamiento, el éxito consistió en no compartir los accidentes que ahí ocurrían. En el primer año desde su apertura un león atacó a un visitante. En 1974, hubo un último ataque perpetrado por el elefante. 

La mala fama fue demasiado. En 1976, Jungle Habitat cerró sus puertas para siempre. Ahora el desanimado parque que en algún tiempo reunió 1.500 animales permanece como un recuerdo embrujado de lo que solía ser. Aquellos que atravesaron la carretera Clinton reportaron haber visto fantasmas que eran una extraña mezcla entre los cuidadores de las atracciones y los animales quienes husmeaban a los transeúntes. 

Más allá de esas historias que podrían estar en modo “¿está chequeado?”, hay una que es muy real y con la que sería suficiente como para confirmar que la ruta es terrorífica. En mayo de 1983 un ciclista encontró un buitre devorando los restos de un cadáver. La autopsia reveló que era un hombre y que había sido asesinado, pero también se descubrió algo muy singular: había cristales de hielo en sus venas más cercanas al corazón por lo que sus órganos se habían descompuesto mucho más lentamente que su piel. Los forenses determinaron que el o los asesinos habían congelado el cuerpo para confundir a la policía sobre la hora de la muerte. 

La investigación posterior condujo al arresto de Richard Kuklinski, quien se convirtió para la historia criminal estadounidense en “El hombre de hielo”. Este hombre confesó ese crimen y casi 200 más, en todos los casos reconoció que congelaba los cadáveres. Su "talento" para matar había sido requerido por la familia criminal DeCavalcante de Newark, una de las cinco de la mafia de Nueva York. Como asesino a sueldo “ejerció” entre 1948 y 1986 reconoció el propio Kuklinski en las entrevistas y documentales que hizo una vez preso hasta su muerte en 2006. No dio precisiones sobre el destino que le dio a sus víctimas, pero aquel cuerpo hallado por el ciclista es todo un indicio de que aquel descarte en el Camino a Clinton no fue el primero ni el último del asesino a sueldo. Incluso se dice que otros criminales suelen enterrar los cadáveres en la zona por la espesura de los bosques que la circundan.

Las extrañezas siguen en la ruta que parece tener vida propia y solo desea inquietar a quienes la transitan. En una doble intersección con la Ruta 23, hay un semáforo que corta el andar, lo que no resulta nada raro. Lo curioso empieza cuando pasa el tiempo y la impaciencia empieza a sentirse. Un minuto, dos, tres, cuatro y cinco. En ese lapso de tiempo, el más largo de los Estados Unidos para un semáforo, es que la luz recién se pone en verde. La sensación de quienes van por la gris tira asfáltica, condicionada por las historias sobrenaturales, lógicamente hacen querer salir del camino. Y lo más rápido posible.