De un tiempo a esta parte se verifica que el ánimo de los tucumanos es cada vez más cambiante, nuestros vecinos pasan de la euforia a la depresión, de la alegría a la melancolía, del llanto a la risa con cada vez más facilidad. Antes se podía decir de alguien “es malhumorado” o “alegre y crédulo”. Ahora no se puede decir que nadie sea algo, sino que está en tal o cual circunstancial lugar de la paleta de las emociones. Sin dudas es un emergente de la contingencia de la vida humana, de la patria y sus vaivenes ideológicos y económicos. Pero la verdadera razón se encuentra en una mala interpretación de la dieta conocida como “ayuno intermitente”. No me refiero a quienes han acudido a un nutricionista y necesitan de esta esquizofrenia alimenticia, sino a la gran mayoría que asume que la que precisa para su bienestar es ni más ni menos que hambre.

La alimentación sigue siendo un culto, aunque menos homogéneo que antes cuando toda la familia comía pastas o tomates rellenos o lo que haya. quizás más que nunca el comer está en la escena social.

Aunque este culto tiene otras formas. Por caso, mucha gente que conocemos ha experimentado cambios espirituales con consecuencias gastronómicas. Amigos que se han vuelto veganos y yogui, los mismos a quienes vimos años atrás pelear con un dogo argentino por un bife y ahora saludan a la lechuga. Pero en el caso del ayuno intermitente salvaje (es decir auto impuesto) no se trata de un cambio de régimen -pocas veces mejor dicho- en tal o cual período de la vida, sino alternar en la semana días enteros sin sólidos con otros de inquietante permisividad. Lo que pasa es que es una dieta que incluye la nada.

Desde luego que esto trae sus cosas buenas: ¡qué mejor espectáculo que una mujer estilizada y fina comiendo dos costeletas con puré y un platazo de locro pulsudo¡ !señoritas, verdaderas damas antiguas con distinguidos lunares, untando dulce de leche y manteca y hacerse un sanguchito con dos tortillas! La alegría de esta gente que devora sin culpa es extraordinaria.

Pero También identificamos situaciones que podríamos considerar problemáticas, además de la ciclotimia arriba descripta. Es que los tucumanos somos esmerados anfitriones. Invitar digamos un asado se ha convertido en un verdadero juego de azar de los más pesados.

Usted invita a 10 personas a un asado. Digamos que la mitad está en la dieta de ayuno intermitente. o sea 5, que a su vez pueden estar en ON o en OFF. Atención aquí: porque cuando comen luego del ayuno no lo hacen por valor de 1, sino de 3. Usted puede estar en parabienes y q estén los 5 en OFF, queda bien gratis. Pero son bajas las chances. Las mismas de que los 5 en ON, caso en el cual usted tiene en realidad 25 comensales desaforados.

El gran Gustavo Jiménez, genio de las matemáticas y gran anfitrion hecha luz en el asunto “En estadística hay un número que se llama “esperanza”. En este caso, la esperanza sería 5+5*(3*0,5)=12,5. La esperanza de cantidad efectiva de comensales es de 12,5.” O sea que usted tiene con toda probabilidad unos tres invitados más. Además que depende de la esperanza de que ninguno haga trampa o peor, se harte de la dieta y haga un grito de Ipiranga y se desate hasta que no le quede a usted ni alimento balanceado por el desequilibrio gástrico y ontológico de esta noble idea.

Lo verdaderamente ominoso ocurre si se cruce con otros tipos de ayunos, como por ejemplo el que bien define el doctor Walter Ghedin: “El ayuno sexual está siendo una práctica que muchas parejas deciden atravesar con la esperanza de que la distancia de los cuerpos y el paso del tiempo provoque un incremento del deseo, esperando la explosión cuando los cuerpos vuelvan a encontrarse.”

En tal caso la esperanza ya no es matemática, sino fe de la buena.