El 9 de Julio, fecha que conmemora la independencia de nuestro país, inaugura en esta segunda década del siglo XXI una inquietante ironía. Mientras celebramos las libertades individuales y colectivas obtenidas, un velo invisible se apodera de nuestras vidas: la inteligencia artificial. El control algorítmico se extiende sobre nuestras decisiones diarias, desde el contenido político que consumimos hasta las oportunidades laborales que se nos presentan, y plantea una pregunta crucial: ¿somos verdaderamente libres?

Los algoritmos ya no son simples herramientas tecnológicas; se han convertido en árbitros de nuestra realidad. Las plataformas digitales, basadas en algoritmos, construyen burbujas de información que alimentan nuestras creencias, a veces con información sesgada o incluso manipulada, o con datos hipotéticos.

Las empresas Bigtech utilizan la IA para predecir nuestro comportamiento, creando perfiles personalizados que nos hacen vulnerables a la publicidad. Se apoderan y explotan nuestros datos y nos transforman en rehenes, paradójicamente, de los indicadores de nuestra identidad.

La toma de decisiones, automatizada por IA, penetra transversalmente en áreas sensibles como la justicia, la educación, empleo y demás actividades. Los algoritmos determinan recomendaciones para algunas decisiones judiciales en otros países, calificaciones e información de los estudiantes y hasta las posibilidades de acceder a un puesto de trabajo o una universidad. Este horizonte de indelebles y a veces invisibles cautiverios genera un futuro de riesgos imprevisibles y amenazas inquietantes.

Estos sistemas, a menudo basados en datos con poco o ningún tipo de control, pueden perpetuar y amplificar las desigualdades existentes. Podemos hoy ya imaginarnos, la verosímil posibilidad de que uno de nuestros hijos se vea rechazado por una universidad únicamente por el uso de esta modalidad de datos en la toma de decisión. Su futuro y potencial se verían truncados por un algoritmo. Y ese sería sólo un ejemplo de la grave injusticia que se podría perpetuar si no se toman las medidas necesarias para regular la IA.

El problema no es la tecnología en sí, sino la falta de control sobre ella. Es necesario un nuevo marco ético y legal que reconozca la creciente influencia de la IA en nuestras vidas. Es hora de avanzar sobre un nuevo derecho constitucional tecnológico, que redefina -entre otros aspectos- la protección de datos personales, su tratamiento y procesamiento. Al presente constituye un desafío urgente e insoslayable la redefinición del concepto de dato personal y del denominado dato sensible. De igual forma resulta fundamental establecer las bases del derecho de autodeterminación informativa y encarar problemática de fuga de información que podría tener consecuencias altamente perjudiciales para la sociedad en la era de la IA.

Los derechos deben garantizar la transparencia en el funcionamiento de los algoritmos sobre la base del conocimiento para la gestión de datos.

Debemos comprender cómo funcionan estos sistemas y cuáles son sus consecuencias.

El derecho al control de nuestros datos involucra el poder de decidir cómo se utilizan y quién tiene acceso a ellos. Hablamos de derechos de protección contra la discriminación algorítmica, la profundización de desigualdades y la necesaria reparación.

El siglo XXI nos presenta un nuevo desafío: la lucha por la libertad en los campos político y tecnológico. Debemos defender nuestro derecho a la autonomía en un mundo cada vez más controlado por la IA y sus propietarios. Este 9 de julio no debe ser solo un día de celebración, sino un llamado urgente a la acción para garantizar que la tecnología sirva a la humanidad y no la domine.