Aunque la imagen más común es la de los dos maderos trabados que envuelven la cabeza del reo arrodillado en la plaza pública, se llama cepo a cualquier instrumento que inmoviliza. Y como en el fondo el cepo es un instrumento de tortura que avasalla y quita la posibilidad de movimientos es también el nombre que se ha encontrado para definir el perverso mecanismo que cierra la posibilidad de operar en el mercado de divisas en la Argentina. Desde ya que tener el cepo colocado es la antítesis de cualquier idea de libertad y le pone un freno explícito a la inversión. ¡Quién se animaría a poner dólares en un lugar dónde no se puede salir!

El cepo cambiario fue una imposición del kirchnerismo, primero en el año 2012 y luego en setiembre de 2020, por entonces  muy necesitado de divisas no sólo por la post-pandemia, sino por sus propios desaguisados económicos, los mismos que horadaron la confianza de propios y extraños.

También se buscó evitar que la fuga de capitales de la Argentina siguiera viento en popa, tal como venía ocurriendo desde el último año del gobierno de Mauricio Macri y para que las Reservas del BCRA no cayeran a instancias mínimas o aún negativas, tal como sucedió –con Sergio Massa como ministro- hacia el final del gobierno de Alberto Fernández.

Para un sistema tan diferente como es la pretensión de Javier Milei de apuntar a un mercado libre de cambios, algo que el gobierno de Macri exploró a fines de 2015, a siete días apenas de asumido y con cierta decisión en el inicio, aunque quizás con demasiada timidez en la instrumentación, tener el cepo en vigencia es la negación filosófica de las ideas de un gobierno que se ufana de haber llegado para instaurar la libertad.

El contrasentido se da por más que el Presidente o el ministro de Economía, Luis Caputo hayan explicado en los últimos días que hay que hacer algunas otras cosas previas, para que levantar las trabas sea algo medianamente ordenado. Algunos, como Domingo Cavallo, piensan que antes de hacerlo habría que desdoblar el mercado (dólar comercial y financiero). En el fondo, la pulseada actual por la salida del cepo cambiario es la misma que tuvo Macri en su momento: gradualismo o shock.

Justamente, es ese mismo dilema el que vuelve a prevalecer alrededor del ex presidente y es lo que enfoca su pelea con Patricia Bullrich, enrolada en la idea de acompañar con todo al actual gobierno. De allí, que la actual ministra de Seguridad haya disparado con munición gruesa cuando dijo que “no podemos, una vez más, quedarnos a mitad de camino”. El mismo Macri ha sugerido que se equivocó en seguir aquella tibieza gradualista que empujaba su Jefe de Gabinete, Marcos Peña, aunque intuye que entregar ahora el PRO a Milei sería un suicidio político y prefiere acompañar sin fusión alguna, para conservar seguramente la capacidad de crítica, tal como hizo su partido en el Congreso con las leyes que pidió el Ejecutivo.

Las diferencias son muy fuertes, aunque hoy las dos partes se están peleando de la boca para afuera, ya que nadie rompe de momento y eso alimenta las suspicacias de una bronca más filosófica que efectiva y, por lo tanto, funcional al oficialismo. Por otra parte, parece que ahora, la Nación accede a pagarle a la CABA los fondos que ordenó restituir la Corte y que reclamó Macri con vehemencia hace tres días. Pero, además, como desde afuera se observa la bolsa de gatos peronista, se sabe de los fuertes diferendos entre las dos alas del radicalismo y ahora aparece este culebrón, es probable que buena parte de la gente –aún con la fatiga que impone el bolsillo-  suponga que Milei está hoy en mejor posición que cualquier opositor.

En los últimos siete meses, hubo una larga demora en conseguir una Ley de Bases bastante recortada, se observó demasiada inexperiencia legislativa y también de gestión y hasta hubo ruidos que hizo el propio Presidente con diversas declaraciones impulsivas, algunas más que agresivas, dentro y fuera del país. Lo notable es que este estilo rupturista y poco previsible parece ser el que sostiene a la opinión pública aferrada a la ilusión del cambio.

En relación a los mercados, resulta evidente que ese estilo de impredecibilidad no genera certezas, sino que confunde y provoca ansiedad entre los eventuales inversores y hace que los interesados se corran preventivamente para ver cómo termina la película. Los operadores creen que el estilo Milei es el de hacer algo potente por un rato y que la calentura se prolonga hasta que su cabeza genere otra idea, a veces divorciada de la primera. Los sicólogos llaman a este proceso de cambiar de caballo a mitad del río, a veces también interesante en política para no mostrar las cartas, de “labilidad emocional”.

Alrededor del mercado de cambios, hay también críticas técnicas en relación al ajuste del tipo de cambio de 2% al mes, mientras que se pide el fin del dólar-blend para los exportadores agropecuarios, los operadores y los bancos, junto a buena parte de la cátedra económica y hasta el propio Fondo Monetario han estigmatizado al bendito cepo. Todos ellos le vienen pasando mensajes diarios al Gobierno a través de los precios de los activos, con suba de los dólares financieros, baja de acciones y bonos que genera el consecuente aumento del Riesgo-País.

En tanto, Economía cortó camino mandando al Congreso un adelanto del Presupuesto 2025 que, más allá de los números, todos discutibles a esta altura del año, quiso notificar a los operadores que no hay lugar para improvisar y que sus dudas son infundadas, ya que hay en vigencia un Programa y sobre todo una Hoja de Ruta con tiempos prefijados, en el que la remoción del cepo podría estirarse hasta 2025.

Dentro de la Ley de Bases, hay un capítulo fundamental que es la instalación de un Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), algo que fue bastante cercenado en su articulado por diputados y senadores, temerosos algunos de flexibilizar bastante el régimen laboral de algunas actividades y otros de que sea un “instrumento de la entrega”. 

Justamente, al atractivo del RIGI para inversores se refirió el Jefe de Gabinete, Guillermo Francos cuando especuló que quizás, si entrasen dólares por ese mecanismo antes de fin de año, el cepo “podría terminarse antes”. Si bien se trata del típico dilema sobre si es primero el huevo o la gallina, la lógica es –como se dijo antes- que no entren dólares si hay cepo, con lo cual todo sonó a excusa cargada de demasiado voluntarismo.

Volviendo a Macri, si el expresidente viaja finalmente a Tucumán el lunes por la noche para estar presente en la lectura del Acta de Mayo, que habría dejado de ser un Pacto para transformarse en una ratificación de buenos deseos, allí debería verse en los gestos la mayor o menor cercanía del ex presidente con el actual. En cuanto al texto, no puede dejar de mencionarse el importante cambio que se hizo en el punto 4, que ahora habla de impulsar “una educación inicial, primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar”.

El crítico tema educativo (James Carville podría haber dicho “es la educación, estúpido”) estuvo durante la semana en el centro de la escena, con una visita del Presidente a San Juan, a partir de la decisión política de prestarle atención prioritaria a esta asignatura que el kirchnerismo dejó también con un cepo colocado y a merced de los gremios y de la necesidad de catequizar a los alumnos en la ideología populista. Y también privarlos de modo egoísta de la libertad de elegir que supone la pluralidad de conocimientos que se generan desde lo básico: saber escribir, calcular, leer y sobre todo, interpretar.

“Antes de que sea demasiado tarde”, el Presidente libertario señaló que se atenderá desde el Estado el deber ineludible de educar y de formar docentes para que los mejores enseñen en las escuelas más necesitadas. Y que se evaluará a maestros y a alumnos “no para estigmatizar” sino para saber dónde se está parado, “antes de que sea demasiado tarde”. Habrá que esperar que esta calentura crucial no se le vaya al Presidente.