Por Flavio Mogetta
Para LA GACETA - BUENOS AIRES

“Uno trata de crear esa sorpresa final, pero que sea algo que rime con lo anterior, que no sea solamente el nombre del asesino lo que aparece, sino que haya una especie de historia enterrada, que es una historia que se va develando de a poco y que no está vinculada solamente al asesinato sino que atraviesa la novela y que tiene que ver un poco con el pasado y el presente de esa de esa pequeña sociedad, que forman los habitantes de Bosque Blanco”, comenta a LA GACETA Literaria Pablo De Santis al referirse a su última novela, La cabalgata de las valquirias, editada por Seix Barral.

El punto de partida es simple: un hombre aparece asesinado a los pies de una grandilocuente escultura de un ciervo de bronce de un hotel abandonado. Le reventaron la cabeza de tres martillazos. A ese pequeño pueblo de la Patagonia es enviado el comisario Conrado Nebra desde la capital provincial para que resuelva el caso antes que lo haga el subcomisario Valeri, quien esta a punto de ser expulsado de la fuerza.

-En La cabalgata de las valquirias estamos en un pueblo turístico de la Patagonia, que tiene la particularidad de que desde hace un año padece una ceniza volcánica que altera todo y lo aísla al punto que el turismo deja de llegar.

-Es un pueblo que inventé y que por ahí puede tener algo de Villa la Angostura o de San Martín de los Andes, pero un poco más chico. Quizás un poco más oscuro, un poco más lóbrego, como suelen ser las locaciones literarias en comparación con los lugares turísticos, que son mucho más luminosos y la gente va a disfrutar. Uno deliberadamente oscurece un poco los escenarios, sobre todo en las novelas policiales.

-En esta novela también aparece el viaje, el policía deja su ciudad y se traslada a investigar un crimen. El viaje también es un tópico aparte en los relatos policiales.

-Es alguien que viene de afuera. Eso me resulta muy útil porque es una manera de cómo suele ocurrir en las novelas policiales, que el detective es una especie de compañero de camino del lector. El lector se asoma a un mundo desconocido, a un mundo en el que hay que presentarle a cada uno de los personajes y el detective también a través de distintas escenas va ir conociendo a los personajes, que son tan desconocidos para él como para el lector. Ahora, si bien acá el detective viaja, y muchos detectives de la historia de la literatura viajan -a Poirot de Agatha Christie, por ejemplo, muchas veces lo vemos viajando; la muy sedentaria Miss Marple, también de Christie, hace algún viaje al Caribe- después resuelve en un lugar bastante reducido. Acá es un pueblo. En otras novelas puede ser una casa de campo, o un tren, como en Agatha Christie. Acá el detective tiene un marco bastante reducido.  

-Uno de los consejos de Borges a la hora de escribir relatos policiales es que se debe introducir tempranamente al criminal para que el lector lo olvide con el correr de la trama y que cuando aparezcan en el desenlace no resulten algo ajeno. Esto se da en La cabalgata de las valquirias.

-Es una de las grandes dificultades que tiene el género, poner al final algo que sea sorpresivo, que signifique algún asombro para el lector pero a la vez que sea familiar. Uno se da cuenta que de alguna manera ese final ya estuvo presente a lo largo de la novela, pero un poco escondido.

-En la construcción de las novelas siempre tienen mucho peso los comienzos, y en esta lo tiene con dos frases: “Soy policía, porque mi padre era policía. Por falta de imaginación, me acomodé al destino prefijado”.

-La novela tenía otro comienzo y Paula Pérez Alonso, escritora y además editora, me decía que el otro comienzo que tenía era confuso. Entonces trabajé mucho y encontré este comienzo que presenta así, de una, al personaje. Me parece una invitación más fuerte a leer que el comienzo anterior. Los comienzos y los finales son las obsesiones de los escritores. Me parece que siempre ocupan a veces más lugares en nuestra mente que lo que está en el medio entre una cosa y otra.

-¿Siempre pensaste la novela en primera persona?

-No, la escribí en tercera persona. El policía era un personaje más, pero no me resultaba. Me gustaba el argumento, pero no me gustaba como estaba escrita. Yo utilizo el verbo redactar para pedirme a mí mismo cuando hago algo que no tiene vida, que solamente es una información tras otra y escribir cuando hay algo más. No quiero decir que esas palabras tengan ese sentido fuera de mi cabeza, pero yo sentía que estaba redactada, que no estaba escrita.

-¿Sos de obsesionarte con las correcciones?

-Sí, corrijo mucho y presto mucha atención a las correcciones que me señalan de la editorial. En general acepto casi todas las correcciones que me marcan. Las correcciones para mí son muy importantes. A veces donde me parece que no conviene prestar tanta atención a la corrección es en los diálogos, porque suele ser más fresco un diálogo donde haya alguna pequeña falla gramatical, que es como hablamos. Muchas veces nos tragamos algún “de” en lugar de “de que” en el habla argentina por temor al dequeísmo. Si bien soy licenciado en letras, los que saben corregir suelen tener una mirada más minuciosa.

-Guillermo Martínez en sus Once tesis (y antítesis) sobre la escritura de ficción plantea que en la literatura de ficción se da un pacto con el lector, que acepta lo que le propone el escritor y que en la literatura policial se suma el hecho de que el lector acepta de antemano que va a ser engañado por el autor.

-Es lindísimo el libro de Guillermo Martínez y conversamos con él muchas veces sobre el policial y sus dificultades. Chesterton decía que todos los géneros quieren mantener la atención del lector y el único género que quiere distraerlo es el género policial, porque quiere que su atención no sea completa para poder traficar alguna información que después va a ser importante para el final, pero que a lo mejor es un poco engañosa.

-Una suerte de ilusionista…

-Sí, hay algo del truco de magia. Yo tengo un par de viejos libros de magia y en uno explican que ese receptáculo que usan los magos, que puede ser una bolsa, una caja o algo adosado a la mesa se llama servante, y es ahí donde ponen las cosas: el conejo, las palomas. Es el escondite. En la literatura, ese escondite, ese servante, está a la vista, porque todo está a la vista en la literatura. Entonces hay que esconderlo, hay que usar de servante las palabras mismas para que haya una información importante, pero que esté mezclada, entre otras. Y que quizás parecen más importantes en ese momento y eso ayuda a la sorpresa final.

-¿Qué encontrás en el género policial?

-Como lector es el género que me acompañó siempre porque mis padres eran lectores de policiales. Había muchas novelas viejas, de la juventud de ellos, en mi casa. Muchísimas de Agatha Christie, de Simenon, de Erle Stanley Gardner. Así que empecé por ahí porque eran los libros que estaban en casa. Y como escritor porque a mí siempre me gustaron los géneros, me parece que son el lado más imaginativo de la literatura y, en cierto modo, más infantil, en el sentido de que nos conecta con nuestra con nuestra infancia, con ese momento en que nos contaban una historia y era algo extraordinario, no algo realista. La literatura realista está un poco alejada de esa mirada que de niños tenemos sobre la literatura como un terreno para la fantasía y para lo extraordinario.

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