La pandemia de la covid-19 aceleró el proceso de incorporación de la tecnología tanto en la actividad privada como en el sector público. La Inteligencia Artificial se convirtió en una aliada en la dinámica organizacional. Sin embargo, al Estado aún le cuesta desprenderse de algunos nichos de la burocracia que atentan contra el tiempo de los ciudadanos. Licenciado en Ciencia Política y Magister en Administración y Políticas Públicas por la Universidad de San Andrés, Maximiliano Campos Ríos sostiene que la digitalización no sólo mejora la conectividad, sino que además contribuye a dar más eficiencia y productividad a la tarea estatal. El docente, investigador y consultor internacional vino a Tucumán a presentar su última obra, “Cadenas de Valor Público y Ecosistema Digital” y a dictar clases en la Especialización en Administración y Políticas Públicas de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNT. En la oportunidad le concedió la siguiente entrevista a LA GACETA.
-¿El Estado y la Inteligencia Artificial pueden complementarse o, en la práctica son dos cuestiones antagónicas?
-Para que haya Inteligencia Artificial el Estado tiene que saber primero qué tiene, qué sabe de la gente, qué base de datos tiene. ¿Por qué? Porque pasamos de los datos a políticas basadas en evidencias. Y sobre estas, aplicando logaritmos de Inteligencia Artificial, podemos hacer algo mucho más importante, es decir, políticas públicas anticipatorias. Así como Netflix saben qué tipo de series o de películas te gustan, sería interesante que el Estado sepa, por ejemplo, cuántas vacunas tiene que asignar, cuántos turnos puede trabajar por día o por hora, cómo regular la onda verde de los semáforos en una ciudad como San Miguel de Tucumán o infinitas aplicaciones que puede desarrollar en seguridad, en educación o en transporte y hasta en el cuidado del medio ambiente. Para eso necesitamos tener datos, explotarlos, contar con un marco regulatorio, infraestructura y una cultura organizacional en la burocracia que te acompaña, con el fin de desarrollar aquella transformación.
-¿Cuánto tiempo demanda alcanzar esa cultura organizacional?
-Eso es lo que más tiempo lleva. Siempre digo que es más importante desarrollar las tres “i”: la inteligencia artificial, la inteligencia organizacional y la inteligencia humana. Esta última asoma como un contrafáctico o un contrasentido, pero es la más importante. Fijate que las peleas del Siglo XXI en las grandes empresas es la guerra por el talento. Las empresas suben o bajan por el talento, ya que tienen buenos CEOs, equipos ejecutivos y buenos cerebros. Hoy hay una pelea descarnada en Silicon Valley para ver quién se queda con los mejores ingenieros en software o los mejores desarrolladores de Inteligencia Artificial. Todo eso genera valor. Si yo hubiese comprado en 2016 U$S 10.000 de Nvidia, hoy tendría U$S 1 millón. Y eso tiene que ver con el conocimiento y con el valor que crean estas compañías. De las 10 más importantes del mundo ocho tienen base tecnológica. En la Argentina pasó algo increíble y que nosotros, a lo mejor no nos dimos cuenta en la pandemia: Mercado Libre superó en Market Cap a YPF, una empresa que tiene campos de petróleo, de gas y dos destilerías que valen U$S 5 millones cada una. Estamos hablando de la economía de las plataformas. Ahora si las empresas crean valor y generan riquezas con la explotación de los datos podríamos decir que el mundo es un planeta digital. Y entonces me pregunto: ¿por qué el Estado es un animal analógico?
-¿Qué implica subirse a la autopista digital?
-Hay que hacerlo de manera urgente. Subirse a ella. Esto implica una transformación desde los planes de capacitación de los Estados, sin importar si es una provincia o una municipalidad. Hay que educar y entrenar a los empleados y a las empleadas públicas en competencias digitales. No te digo que todos se conviertan en programadores, pero por lo menos que entiendan cuando uno le habla de blockchain, de base datos, de automatización, de procesos direccionados en base a un algoritmo y generar apps. Tenemos que tener en cuenta que en la economía del Siglo XXI el factor más importante es el tiempo. Si el Estado no está haciendo bien las cosas, le traslada el costo al administrado, a los ciudadanos y a las ciudadanas. Y el mayor costo dentro de la industria de la economía del conocimiento es que te hagan perder tiempo. Cuando el Estado le hace perder el tiempo a los privados, a las personas, a la sociedad civil, te hacen perder también competitividad. Y, en el marco de una economía absolutamente integral y transnacional, los países, las regiones y las ciudades que pierden competitividad son las que se quedan fuera del mundo.
-Pero también observamos que la burocracia sigue ganando batallas…
-Sí. Yo creo que allí hay una visión errada y aparecen transformadores, personas que hacen las cosas bien, tanto en gobiernos locales, en países que desarrollan cosas. Y, muchas veces, la visión no es la ideal porque generan lo que llamo las “islas de excelencia”, es decir, agarran un organismo, lo transforman y lo modernizan. Por ejemplo un área de recaudación. En el Gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín funcionaba muy mal el área fiscal, porque tenía la DGI y Aduanas. ¿Qué hizo Carlos Menem? Creó la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), que tiene un convenio colectivo con salarios mucho más altos que el resto de los organismos públicos; tiene infraestructura, tiene fierro, software y tiene inteligencia. Ahora bien, ¿funciona todo el Estado como lo hace la AFIP? No, ya que es una isla de excelencia. Entonces tienes que tener una mirada más holística, porque si no lo que termina pasando es que tenés un Estado más fragmentado. El problema del Estado en el Siglo XXI no es si es grande o si es chico; esa es una discusión de la década de 1990, el problema es que es un Estado fragmentado, como un gigante invertebrado. Tiene partida la base de datos, tiene partida la forma en que se toman decisiones, toman decisiones que, a lo mejor, arreglan en un lado, pero dejan pendiente en otro lado. Esa es la visión que tiene la mayoría de los políticos que, además termina pasando por la ausencia de una burocracia profesional estable en la Argentina. El 90% de los cargos de alta dirección pública en la República Argentina, a nivel federal, son nombrados por la vía de la excepción y por 180 días. Cambian los gobiernos, cambian los ministros y cambian las personas. Los países serios no funcionan así. No comparemos con países europeos o con los Estados Unidos; lo hagamos con los países del barrio, por ejemplo, Perú. Perú tiene tantos o más problemas de estabilidad política que la Argentina. Cambian presidentes y también ministros, pero ves que la economía funciona. En la Argentina cambia el ministro de Economía y se modifica todo. Acá es casi una revolución. Eso es porque en Perú se encaró, hace algunos años, una reforma en su servicio civil. Creó el Servir y generó una burocracia de alta dirección pública, una franja intermedia profesional que lleva adelante la gestión pública cotidiana. En la Argentina eso, lamentablemente no existe.
¿La inteligencia artificial es una funcionalidad o un producto?-¿Este modelo de transformación o reforma digital demanda mucha inversión?
-No. Creo que se trata más de una decisión política de llevar adelante este proceso de transformación digital. Sí se trata de invertir, pero también hay que pensar en cuánto se puede ahorrar. Por ejemplo, cuando se llevó adelante la despapelización con lo del expediente electrónico a nivel nacional, fue costoso, clara y obviamente. Sin embargo, hay áreas que terminan siendo reorganizadas. Las mesas de entradas de todos los organismos públicos de repente no eran tan necesarias como otras. Ahora la tecnología, como el capitalismo, destruye empleo y crea empleo, de mejor calidad. Es aquello que se denomina destrucción creativa, como lo definía el economista austríaco Joseph Schumpeter. En esa destrucción del empleo hay que hacer una reconversión para agregar nuevas competencias y nuevos conocimientos porque se va generando una suerte de tercerización o de transformaciones que van desplazando mano de obra y no incorporan las nuevas necesidades. Por allí me preguntan si esto querés hacer vos, con eso de los robots, de la Inteligencia Artificial, metaverso o sistemas automatizados en un país como Argentina, en provincias pobres donde hay mucho empleo público; directamente condenamos a la gente al desempleo total. Y yo contesto: si fuera cierto que la incorporación de tecnología genera desempleo, Corea del Sur tendría que tener una tasa de desocupación del 50% y, sin embargo, el índice llega al 3,4%. Es friccional eso, es casi cero. Entonces, soy de los que creen que hay que agregar valor a través de la tecnología para fortalecer al Estado, porque cuando eso sucede se convierte en socio del desarrollo. Así como lo plantea Mariana Mazzucato en su libro “El Estado emprendedor”. El Estado nunca es neutral en el proceso de desarrollo. O es socio y genera valor o es un costo de transacción, como sostiene el economista Joseph Stiglitz. El principal costo de transacción que te puede someter el Estado es el tiempo, es perder ese tiempo. Cuando perdés tiempo, perdés competitividad. Si yo quiero abrir una empresa en Tucumán y tardo tres semanas más que hacerlo en Santiago del Estero, ¿dónde lo voy a hacer si opero de manera remota? Si tengo que abrir una empresa de software o de servicios fintech en la Argentina, vis a vis, abrirla en Chile o en Uruguay, ¿dónde lo voy a hacer? Donde tenga mejores condiciones y pierda menos tiempo y donde sea más competitivo hacerlo. La Argentina tiene un montón de ventajas competitivas porque tiene un stock de capital humano en base a educación de calidad que supimos tener en algún momento y la ampliación hacia la educación universitaria que estamos perdiendo. Debemos mejorar la infraestructura estatal, la conectividad, la forma en la que sabés hacer los trámites, dar esa batalla cultural para que la Argentina se convierta en un polo de atracción para la economía del conocimiento.