Es un acto de justicia a nuestra patria poder rendir un homenaje decidido y profundo a la memoria de Mercedes del Carmen Pacheco, una tucumana defensora de la niñez desamparada , quien sostuvo una lucha incansable por los derechos de los más frágiles y excluidos de la sociedad. Había nacido un 10 de octubre de 1867 y muere un 30 de junio de 1943. Portadora de un bien que se acrecentaría, como un tesoro para las comunidades y las personas, cambiándoles el rostro y dignificándolas con su preciosa calidez. Sus fundaciones a lo largo de la Argentina, Uruguay y Paraguay, fueron espacios de contención, educación, religiosidad, asistencia y amparo. Ajena a los individualismos mezquinos, a la acumulación consumista de un mundo cerrado y lleno de muros internos y externos, su figura resplandece y sus acciones interrogan a la sociedad actual que sigue olvidando a aquellos por los que Mercedes batalló toda su vida, hasta el final. Leemos en sus memorias: “ Entonces hubo que recurrir a los trabajos más humildes , con el fin de llenar todas las necesidades de la casa. Se hicieron tamales, chorizos, empanadas, masas y dulces y se daba comida a domicilio”. Estos escritos pueden leerse como maravillosas crónicas epocales salidas del corazón vivo del Tucumán de esa época. Estos datos que arroja la Madre nos dan cuenta de la gran orfandad reinante, de la falta de puestos de trabajo y de las comidas que ya estaban incorporadas a la cultura tucumana (todas las enumeradas, hoy persisten). El sueño fundacional abrigó y alimentó a su alma desde siempre. Fundaciones que implicasen contención social y dignidad estratificada desde los resortes de la educación y el trabajo. Su tarea fue por amor a ese Dios que calmó las aguas en el Mar de Galilea, multiplicó panes y sanó heridas. Esa fue la huella que siguió esta tucumana, la madrecita Mercedes, cuya memoria debe ser reivindicada para las generaciones venideras.

Graciela Jatib                                       

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