“En ese diálogo sin respiro, la arquitectura aparecerá como aquella forma secreta que las personas usan a cada paso, aun sin darse cuenta, para pensarse a sí mismas y al mundo”. Prólogo a la novela “Ciudad, 1951”, María Lobo.
La ficción de la novela “Ciudad, 1951”, de María Lobo, presentada el jueves en la Alianza Francesa, y el debate sobre el destino de la Ciudad Universitaria en San Javier en estos días en la UNT, se entrelazan en esos llamados “recuerdos del futuro” de un proyecto monumental. Obra arquitectónica sin precedentes que en ese tiempo, 1951, iba a poner a Tucumán en un nivel trascendental, con la ciudad universitaria más grande de América latina. En la actualidad no se percibe esa dimensión que tenía el proyecto, como señaló el arquitecto Lucas Guzmán, uno de los presentadores del libro de Lobo, pero uno de los ejes del debate es la mirada profunda que tenemos los tucumanos sobre esa mole colosal que duerme el sueño de los justos allá arriba en el corazón del cerro, rodeada de construcciones y vestigios universitarios. “Nostalgia de lo que no pudo ser”, dijo el otro presentador, el docente Hernán Sosa. O, como se señala en el prólogo, es una conversación de dos personajes en la novela que “ambos ya saben que esa ciudad universitaria no terminará de construirse nunca”. Acaso en la ficción sea así. En la realidad, no se sabe.
Paradoja latente
Sometido a juicio oral por el manejo supuestamente irregular de las utilidades mineras que llegaron en cantidades alucinantes desde el ente Yacimientos Mineros Aguas de Dionisio (YMAD) a la Universidad en su mandato de 2006 a 2014, el ex rector Juan Alberto Cerisola fue contundente. Esa ciudad en el cerro no se va a hacer, por varios motivos. Han pasado 75 años desde el sueño del ex rector Horacio Descole de armar este proyecto colosal en la montaña; no existen los “planos aprobados” de los que habla el artículo 18 de la ley 14.771 (Cerisola dijo específicamente que él no los escondió) y además el cerro, hecho de piedras lajas y terreno inestable -dijo el ex rector-, no es compatible con una urbe de tal envergadura, que además de tener 30.000 estudiantes iba a generar un movimiento gigantesco de personas y servicios -iba a necesitar cloacas, agua, gas, electricidad- que al menos iban a cambiar la fisonomía del cerro y del gran pulmón protector de la biodiversidad que hoy es el Parque Sierra de San Javier. Precisamente por esa característica de salvaguarda medioambiental fue buscado como escenario para la ciudad universitaria en esos años. Paradoja de los pensadores de ese tiempo.
El lugar elegido
El asunto da para la discusión de los profesionales, como la conversación de los personajes del libro que -dice María Lobo en el prólogo- “para liberarnos… de todas las preguntas que no somos capaces de responder”. ¿Es apto el cerro para la construcción de este proyecto? Dada la índole de profesionales convocados en su momento por la universidad -entre otros, los arquitectos Eduardo Sacriste, Horacio Caminos y Héctor Vivanco- y dados los planos y croquis que quedaron, y las obras hechas, las inconclusas y las proyectadas -funicular, un nuevo camino por el lado norte del actual, otros edificios como el que corona el cerro y hasta un estadio de fútbol- es de suponer que los estudios fueron integrales y abarcaron el suelo, el agua, el movimiento futuro.
Muchos años después hubo quienes, como el ingeniero hidráulico José Domián (fallecido en 2017) plantearían que si se seguía construyendo en la ladera oriental del cerro, “algún día se va a derrumbar El Corte -dijo Domián en 2015- La gente construye casas y más casas. Y no se da cuenta de que ese corte geográfico -de ahí su nombre- se está viniendo abajo”. ¿Coincidencia con Cerisola? Puede ser. Pero también hay que decir que ya San Javier está siendo ocupado y apenas la singular protección de las poco más de 14.000 hectáreas del parque universitario impiden que el mundo de la construcción se haya volcado sobre la cumbre y la ladera del cerro. Y, ciertamente, las normas preventivas en las municipalidades de Yerba Buena y de Tafí Viejo.
Pero la avidez constructora avanza por los costados: por San Pablo (que permite que crezcan los countries en la punta del cerro, en Villa Nougués) y por Nueva Esperanza, al costado norte de Tafí Viejo. Hay un proyecto federal para cuidar a San Javier de la expansión metropolitana, pero no está clara su capacidad de comprometer a todas las municipalidades y comunas, asediadas por la fiebre constructora en el piedemonte. Además, la Universidad misma lucha contra las ocupaciones ilegales dentro del parque donde ya viven, según estima, unas 1.500 personas y donde un ocupante, Próspero Marcelo Sosa, está erigiendo su propio megabarrio, Las Pirámides, que ya tiene 70 construcciones y no parece que tenga intenciones de detenerse en algún momento.
Las utilidades mineras
La defensa de Cerisola ya planteó que el actual Rector de la UNT, Sergio Pagani, citado como uno de los primeros testigos para la reanudación del juicio, desde el 24 de julio, ha de aclarar que no se proyecta continuar con la obra en el cerro. Este es uno de los principales argumentos de Cerisola, acusado de haber cambiado la distribución de la ley 14.771, que dispuso que el 40% de las utilidades de la minería debían estar destinados a terminar la ciudad universitaria de la UNT. El ex rector firmó un acta con YMAD el 2 de enero de 2008 por la que se daba por concluida la ciudad universitaria y se empezaba a repartir el 20% de las utilidades para otras universidades y el 20% para la UNT, de libre disponibilidad.
Cerisola dice que él proyectó una ciudad universitaria del siglo XXI, que hizo 93 obras y que todo lo armó con conocimiento de los distintos estamentos universitarios. Por cierto, está acusado además de haber hecho un sistema paralelo e ilegal de obras por fuera de la ley nacional de obras públicas -él dice que fue legal lo que hizo-, de haber permitido presuntos sobreprecios -él lo niega- y por presuntas irregularidades en las colocaciones financieras, que también niega.
Los límites de la ley
Esta semana la defensa del ex rector debió afrontar una nueva situación, que fue la aprobación del Consejo Superior de un “acta interpretativa” para resolver el conflicto con YMAD, al cual la UNT le había iniciado juicio en 2021 para que declarase nula el acta de 2008, con lo cual se restituiría el derecho de la Universidad a cobrar el 40% de las utilidades de la minería. En el inminente acuerdo -gestado entre el Gobierno de Catamarca y la UNT, que son los dueños de YMAD- y con el que coinciden también las autoridades del ente minero- se va a tratar de resolver cómo superar los límites que establece la Ley 14.771 -destinar las utilidades para construir la Ciudad Universitaria “según los planos aprobados”- de modo que no se generen en el futuro ni querellas casi imposibles de resolver ni se tomen decisiones sobre los bienes universitarios sin las correspondientes autorizaciones del Consejo Superior.
La cuestión va a sobrevolar durante todo el juicio y la Ley 14.771 va a seguir marcando ejes del debate. ¿Dónde están los planos aprobados de los que habla? ¿Es creíble que en semejante proyecto monumental no haya habido previsión de guardar los planos? ¿Es posible que una empresa como YMAD, creada por esa Ley 14.771, no tenga esos planos guardados? ¿Se debió investigar por qué y cuándo desaparecieron? ¿Y por qué el año pasado aparecieron de repente esas cajas con cientos de croquis y láminas -y algunos planos- en el área de Planeamiento de la UNT? Y finalmente, ¿se terminará la discusión sobre si se deberá hacer la Ciudad Universitaria allá en el cerro, en el sitio donde los tucumanos la ubican desde hace siete décadas? Son algunas preguntas que por ahora -como dice María Lobo en el prólogo a su novela- no somos capaces de responder.