Leland Stanford (1824-1893) fue un empresario que trabajó en el tendido de las líneas férreas que unieron el este con el oeste de EEUU en el siglo XIX. Comerciante, abogado, llegó a ser gobernador del Estado de California y fue uno de los cuatro grandes del ferrocarril de ese país. Tuvo la desgracia de perder a su único hijo a causa de fiebre tifoidea cuando tenía este solo 15 años. Pero lejos de hundirse, él y su esposa Jane decidieron fundar una universidad “para recordar y honrar al hijo fallecido”. “Todos los chicos de California serán nuestros hijos”, dijeron. Y así fue como nació la Stanford University. Había adquirido Leland un gran predio de 650 hectáreas destinadas a que fueran una granja, pero pronto iba a transformar el lugar en una casa de altos estudios. Con el tiempo fue erigiéndose en una de las 10 mejores universidades del mundo. Universidad privada,  su lema fue “Sopla el viento de la libertad”, extraído del humanista alemán Ulrich Von Hutten, del 1400, que aludía y sintetizaba el sentimiento del americano. Quiero contar que hace unos años pude conocerla de cerca y palparla en su total dimensión. Mi jefe de servicio de cardiología de la ANM de Buenos Aires, el Dr. Jorge Glenny, le dirigió una carta al Dr. Richard Popp (entonces jefe del Ecodoppler Lab del Medical Center de la Stanford University) solicitándole mi rotación por su servicio. El médico americano accedió y tuve la fortuna de protagonizar una historia imborrable visitándola. Fueron jornadas de hospital cargadas de ateneos, clases, análisis de casos clínicos y concurrencia al servicio de Doppler, cuando este recién irrumpía en la imagenología médica y revolucionaba el manejo de nuestros pacientes. Debo decir que fue muy bueno y generoso el recibimiento que tuve. Un trato respetuoso y considerado, pudiendo apreciar cómo se respiraba en Stanford el amor por el conocimiento. Nadie vi que incursionara en política o siquiera panfleteara dentro de su ámbito, y sí pude percibir que permanentemente se generaban espacios y clima de estudio. De respeto por el otro y por su derecho a aprender. En el campus había un sector que se llamaba “El Jardín de las Esculturas de Rodin”. En él se podían apreciar innumerables esculturas del célebre artista e incluso caminar, pasear o meditar entre ellas, todas al alcance de la mano y a nadie vi que las vandalizara. En fin, en estos días, hemos leído en LA GACETA la triste noticia  de que robaron a “Remo” de la réplica de la célebre escultura de la loba, en pleno centro de nuestra ciudad. Se dijo que fueron: unos “jóvenes traviesos” (¡!). Autoridades: no se soluciona todo regalándoles tablets o repartiendo compus a los jóvenes. Por favor: ¡urge culturalizar y educar con todas las fuerzas ya sea desde la casa, la escuela y los medios! La única salida que tendremos como país, que se precie de dar vuelta esta historia de decadencia, será la de la auténtica educación y con ella generando condiciones para que nuestros hijos y nietos aprendan a amar el conocimiento, si es posible desde pequeños, y asimismo, amar la cultura, la creación artística, el saber científico y respetar desde la cuna a aquellos que utilizaron su corteza cerebral para que la humanidad progresara y tengamos hoy una mejor calidad de vida. La Universidad de Stanford supera, hoy, los 80 Premios Nobel: por favor, insto a seguir los buenos ejemplos que se nos muestran en el mundo, y que son muchos, tal como el de esta universidad, y no aquellos que buscan nivelar siempre hacia abajo.

Juan L. Marcotullio

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