Por Marie Miy

El segundo libro de cuentos de Sebastián Maturano nos presenta diez narraciones singulares, donde el autor nos hunde en mundos que son raros y, a la vez, pueden ser espantosamente familiares. Y actuales. Por eso nos encontramos con niños menemistas, con roba-fiambres y con abre-puertas que se posicionan como paladines de un orden perdido, recuperado, y vuelto a perder. Humanos que viven en huecos y nos recuerdan la amenaza que significa para cualquiera un elemento extraterrestre (“El hueco”); o la pulsión de la violencia de mentes raras, que bordean lo idiota y lo paranoico (“Un día del año 2044”).

Las bestias son liberadas de a poco, cuento a cuento. ¿Son diez bestias distintas? A las ratas horribles, multiplicadas ad infinitum en el relato “La rata y la joroba” le siguen monstruos acaballados, agarompados, enfundados en caramelos ácidos y polvos de drogas nuevas, como sucede en “Los niños y el caballo” y en “Boro”. Sin embargo, la última droga, la mejor y la más conocida, sigue siendo la crueldad humana, porque una bestia extraña puede encontrarse en cualquier lado, parece decirnos Maturano, mientras despliega a trazos gruesos y finos esa pintura que condensa a sirvientes, a poetas y psicólogos yonkis, a mariscales y condesas (“Esa pálida luz que nos cubría”). Lo que los aúna es la narración como golpe seco y al hueso, el ritmo descarnado y divertido de quien cuenta sin detenerse a pensar en lo política-men-correcto ni en limitaciones de moralina; y que, de todas formas, nos está diciendo A L G O. Sobre hoy, sobre los ´90, sobre el 2044, inclusive.

Estos relatos nos permiten, tal vez, pensarnos desde otros ángulos, más salvajes, menos cuidados, con el riesgo de la lectura en ciernes y la atracción que provocan los seres narrados. Al final, lo bestial y lo antropomorfo parecen cruzarse, tensar los hilos y unirse nuevamente, porque en el fondo no parecen ser para Maturano más que las dos caras de una misma moneda deforme.

Colección del new weird (o de lo espeluznante), pero también en conexión, quizás, con otras líneas de la literatura argentina (Levrero, Colautti, Lamborghini, etc.), Bestia extraña se erige en ese racimo decenal que nos sacude, cuento a cuento, y nos enfrenta a relaciones de padres e hijos-niños y mascotas algo enfermizas. Nos ubica en la mirada de pares que se entregan a vocaciones filo homoeróticas (“Boro”) y en la de posibles asesinos de la inocencia, que es casi fantasmal. Un halo de nada que existe en niños jinetes-mozos y adolescentes haditas (“Un día del año 2044”), ambos grupos enmarcados en potreros donde son el centro del riesgo sacrificial latente.

Quizás, en ese giro de personajes que devoran a otros, en ritmo acuciante, Maturano hace un corte salvaje para demostrar, una vez más, que debajo de la carne es la crueldad y un malestar lo que puja por salir a la superficie, en forma de sangre negra o de somaxina, una de las sustancias que aparece en el libro.

Una tarde de otoño, en una plaza, un amigo mencionó una máxima de Carver que nunca encontré: El título de todo relato está adentro del mismo escrito, no hace falta buscarlo afuera. Sea o no cita apócrifa, en este libro se cumple esa máxima a rajatabla, entregándonos al mundo de seres bestiales, extraterrenos, salvajes, humanos y hasta simpáticos, por momentos.

Maturano nos abre la entrada a un largo callejón de tierra y nos invita a sentarnos ante un verdadero grupo de bestias extrañas.


Bestia Extraña

Sebastián Maturano

Editorial Paradiso, 2024

80 págs.