Por Daniel Pozzi para LA GACETA

Como soy biólogo no les voy a hablar del Amor con tintes poéticos, sino desde la ciencia. Con la palabra Amor sufrimos las mismas carencias semánticas que con otras palabras trascendentes como Libertad, Felicidad, Dios, Conciencia, etc., por lo cual nos obliga a recurrir a los antiguos griegos que, parece ser, estaban interesados en estas cosas. Conocemos a Eros, Cupido para los romanos, como el dios del amor romántico y la atracción sexual. No obstante, los antiguos filósofos griegos sabían que había muchos otros tipos de amores: El Pragma, amor útil que nos sirve para estar mejor; Agape, amor de veneración muy usado en lo religioso; Filia, amor a los que pertenecen a nuestro grupo o amigos; y el Storge, amor hacia los lazos familiares.

Tipologías

Volviendo a la ciencia diríamos que el amor altamente biológico es el amor a los hijos. Al nacer, los humanos somos el ser más indefenso de la tierra, sin probabilidad alguna de sobrevivir si alguien no nos cuida. En base a esto desarrollamos la empatía que nos generan los bebés a fin de ser cuidados.

A esta altura podemos decir que lo correcto es hablar de amores, diversos tipos donde están involucradas distintas áreas cerebrales que producen diferentes sustancias. Son emociones sociales o estados emocionales debido a que perduran en el tiempo. Cumplen con una de las principales características de una emoción, el marcador somático, o sea, las sentimos en el cuerpo. Por eso hablamos de distintas emociones dado que las sentimos en distintas partes del cuerpo.

Todos los amores tienen algo en común, se produce una trascendencia del Ego en el que este se proyecta o amplía hacia otros. Al proyectar el Ego también se genera un compromiso ya que ambos son inseparables. Si en el amor prima un fin hedonista y la falta de compromiso, deja de ser amor. Zigmunt Bauman bautiza como Amor Líquido a este “No-amor” propio de la posmodernidad.

“Razones del corazón”

Un lugar en el que sentimos algunos tipos de amor es el corazón, que como pasa con otras emociones late con mayor fuerza. De este hecho surgió uno de los grandes errores de la historia, pensar que nuestros pensamientos y emociones yacen en el corazón. Este error viene de la influencia de Aristóteles en el pensamiento occidental; otros filósofos y médicos antiguos sabían que era en el cerebro donde residían y generaban tanto los pensamientos como las emociones.

Nos referimos entonces a un corazón metafórico, pero es curioso que sigamos aunque sea simbólicamente arrastrando esa idea. Si a la persona amada le envía un cerebro dibujado en lugar de un corazón resultaría confuso. Parecería que estuviéramos “sintiendo” a la persona con la razón más que con afecto.

Enamoramiento

El cerebro consta de muchas partes con diversas funciones. Tenemos el lóbulo frontal con el que podemos pensar en la conveniencia de estar con otra persona, evaluar los pro y contra mayormente orientados a un amor pragmático y, por otro lado, el sistema límbico que es el centro emocional y genera ese estado que llamamos enamoramiento. Un estado adictivo donde se segregan sustancias como la oxitocina -que favorece el vínculo-, la dopamina -asociada al deseo y el comportamiento adictivo y obsesivo-, la testosterona –que despierta el deseo sexual-. Este estado emocional no perdura para siempre, puede durar horas o años con altibajos. Es lo que nos lleva a hacer locuras propias del enamorado. Podemos decir que sufrimos un secuestro límbico que distorsiona nuestra razón, solemos fijar la atención en la persona amada maximizando lo positivo y minimizando lo negativo. Cuando esta fase termina vemos la realidad y solemos decir que no vimos ciertas cosas o que la persona cambió. Lo que cambió fue nuestro cerebro.

El amor o los amores, como toda emoción tiene fines sociales, somos seres sociales. Nuestra capacidad colaborativa ha sido esencial para nuestra supervivencia, se trata de capacidades características de nuestra especie. Esto sobresale cuando vemos por contraste cerebros que funcionan distinto. Por ejemplo en el autismo, donde la persona tiene dificultades para lograr vínculos sociales, o por el contrario las personas con Trastorno Límite de Personalidad (TLP), que necesitan vínculos intensos para cubrir un vacío emocional. Se percibe amor intenso aunque inestable, tendiendo a idealizar al otro hasta que la energía se acaba así como la pareja, instando a buscar otra relación para cubrir el vacío que deja la anterior. Con mal pronóstico, el circuito nunca se cierra.

Falsa sensación

En las últimas décadas aparecieron aplicaciones que nos proponen casi infinitas posibilidades de elegir pareja, dando la falsa sensación de que existe una inmensa cantidad de posibilidades cuando en la práctica son muy pocas. Estimula nuestra dopamina generando un deseo de algo probable que termina siendo, por múltiples razones, difícil de concretar. Algunas usan Inteligencia Artificial para optimizar la formación de parejas. Podría ayudar, pero dada la cantidad de factores a tomar en cuenta, el análisis es incompleto. Hay factores de entendimiento que seguramente son importantes y fáciles de determinar: vivir cerca, intereses compartidos, ideas políticas, nivel socio cultural, gustos, etc. Lo que es difícil de establecer es lo complementario, las cosas que no son similares y que fortalecen el vínculo. Dos personas autoritarias difícilmente se lleven bien, una persona impulsiva es conveniente que esté con alguien controlado, una muy emocional con otra racional. Desde luego, como no existe la relación perfecta entre humanos siempre se requiere tolerancia.

¿Existe la química?

Hay estudios que demuestran que ciertas sustancias químicas afectan nuestra elección de pareja. Ello también sucede en muchos animales, a estas sustancias se las conoce como feromonas. En el caso humano su efecto no es determinante pues hay otros fuertes factores. Mucho de lo que llamamos química está dado por factores que actúan en forma inconsciente, que tienen que ver con experiencias pasadas, con condicionamientos innatos. La relación con los padres es trascendental, dependiendo el caso uno busca personas similares u opuestas. Los mandatos familiares y sociales también son fundamentales.

Longevidad y amor

¿Cuál es el futuro de las relaciones humanas? Podemos afirmar que la forma de relacionarnos ha entrado desde hace varias décadas en una crisis de características irreversibles cuyo fin es terminar con el esquema de relaciones que caracterizó al humano en los últimos milenios.

Las opciones tecnológicas futuras en relación con dispositivos que se comuniquen con humanos con intención de brindar asistencia, pero también emociones, serán decisivas en este cambio. A pesar de esta tendencia, las relaciones humanas de largo plazo, con vínculos íntegros y genuinos, siguen siendo hoy la mejor forma de relacionarse.

Las estadísticas indican que quienes mejores vínculos posean vivirán más y serán más felices. Esto se da en todas las culturas. Poseedores de un cerebro social, tenemos la necesidad de relacionarnos para que funcione bien. De igual forma, hay otro factor que tiene que ver con la ansiedad. Poseemos un sentido llamado Neurocepción que, como un radar, está atento al peligro. Cuando nos encontramos acompañados por alguien que nos merece confianza, este sentido disminuye; es como si uno delegase parte de esa responsabilidad en el otro, bajando la ansiedad y el estrés, generando un efecto positivo en nuestra fisiología y psiquis. Consciente o inconscientemente uno confía que esa persona nos va a auxiliar frente a un problema de salud, económico o de otro tipo. Estos factores unidos a otros explicarían porqué la soledad es un factor de riesgo comparable con fumar, la diabetes o la obesidad.

Efecto Her

¿Pueden las máquinas generar estos mismos efectos? ¿Podríamos enamorarnos de un ente inorgánico no humano como en la película HER (Ella)? ¿Es imprescindible que el objeto deseado tenga un correlato físico? Una voz afectiva nos dirige hacia una necesidad de contacto físico pero una voz que nos lleva hacia una trascendencia espiritual no necesitaría un cuerpo, aunque sí un símbolo dado que afecta otras áreas del cerebro.

La disyuntiva no sería si es mejor relacionarse con máquinas que con humanos ya que no son excluyentes. Seguramente lo ideal en un futuro próximo sea la combinación de ambos.

También podríamos modificar nuestra naturaleza humana para no necesitar de nuestros congéneres, algo que si hoy fuera técnicamente posible casi nadie desearía o se animaría a hacer. En esas condiciones dejaríamos de ser humanos.

Detrás de los avances tecnológicos hay un cambio cultural que revoluciona nuestras relaciones humanas. A la larga siempre prevalecieron los cambios que nos demandaron un menor esfuerzo. El esfuerzo de compatibilizar con otros en recursos y voluntades es muy alto por lo que, probablemente, nos lleve a buscar alternativas. Prevalecerá toda tecnología que nos aleje de la soledad a un costo más bajo que el que significa perder las supuestas libertades que significa relacionarse con el otro. El Amor romántico no perecerá solo que perderá sustancia. Si eso es bueno o malo solo el tiempo lo dirá.

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Daniel Pozzi – Doctor en Ciencias biológicas y Neuropsiquiatría. Autor de Humanidad 2.0.