Sara Facio llenó de matices el blanco y negro que dominó como nadie en sus imágenes. La cámara en sus manos era un instrumento que iba más allá del mero registro para transformarse en una herramienta productora de sentido y de significado, que le dieron a las fotos que ella tomó una entidad especial y única, atravesada de los claroscuros de la vida misma.
La fotógrafa argentina (pionera en muchos aspectos) falleció ayer a los 92 años y su legado está distribuido en colecciones de los principales museos e instituciones del mundo y del país y en manos privadas. Es que su arte alcanzó un nivel superlativo, con piezas icónicas donde la simpleza del retrato logrado permitía -al mismo tiempo- bucear en no dicho y sí mostrado al revelarse: Julio Cortázar fumando o con una lupa que le deformaba el rostro; Pablo Neruda y su pipa en su casa-refugio de Valparaíso; Jorge Luis Borges detrás de un gran escritorio ovalado; María Elena Walsh (el gran amor de su vida, con quien compartió más de tres décadas); Roberto Goyeneche con Ástor Piazzolla fuera de foco; Ernesto Sábato sentado en soledad en un banco de plaza; los escritores del boom latinoamericano Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa; la mirada atenta al micrófono de Magdalena Ruiz Guiñazú; Susana Rinaldi; Mercedes Sosa; Alejandra Pizarnik y una interminable lista de primeras figuras de la intelectualidad y el arte que posaron ante su máquina y para ella.
"Lo esencial es captar el instante", destaca Sara FacioPero junto a los rostros conocidos, se detuvo con igual dedicación y respeto a aquellos cuyos nombres no trascendieron, como las víctimas de la masacre de Ezeiza, un desconsolado muchacho leyendo el diario el día de la muerte de Juan Domingo Perón, el doloroso funeral del Presidente, la madre cruzando la calle con tres hijas de la mano, los militantes de la juventud justicialista de los 70 o los bares, recurrentes lugares en sus fotos donde todo podía pasar, una invitación a soñar encuentros y pasiones. Personas y espacios que contaban historias anónimas y fácilmente identificables, lo que redimensionó su trabajo y le permitió romper barreras de lo exclusivo para lograr ser popular.
Feminismo
Su irrupción en una profesión casi exclusivamente masculina hace siete décadas fue con Annemarie Heinrich, y luego abrió su propio estudio con Alicia D’Amico. Su vida fue una silenciosa declaración de principios, enrolada en un feminismo que defendió en los hechos y a través de su mirada plasmada en el papel impreso. Fundó la editorial La Azotea, el Consejo Argentino de Fotografía y la célebre Fotogalería del primer piso del Teatro San Martín de la Capital Federal; trabajó en Clarín y La Nación, entre otros medios; ganó el Premio Konex de Platino en 1992; fue nombrada Artista por la Fédération Internationale de l’Art Photographique, y en 2011 recibió la distinción de Ciudadana Ilustre de Buenos Aires.
“Una foto te tiene que contar una historia (...) Lo que yo vi está en mis fotos. Como si dijera: ‘Esta es mi ciudad, mi gente, la que admiro, la que me gusta’. Es mi canon”, dijo Sara Facio alguna vez. Y lo logró siempre.