El próximo jueves, Argentina debutará en la Copa América ante Canadá, comenzando la defensa del título logrado en Brasil 2021. La sede del encuentro será Atlanta, una ciudad que no trae los mejores recuerdos para el combinado albiceleste: allí perdió la final de los Juegos Olímpicos en 1996. 

En rigor, el torneo, en general, no fue para nada negativo para el seleccionado argentino, que, desde Tokyo 1964, apenas había dicho presente en una edición de los Juegos (Seúl 1988), sin poder alcanzar el podio. En Atlanta, la ilusión de conseguir una medalla por segunda vez en la historia del evento (el seleccionado fue plata en Ámsterdam 1928), y de, por primera vez, poder subirse a lo más alto, estaba.

Una esperanza que no solo manejaba la comunidad del fútbol, sino del deporte en general. Claro, Argentina no obtenía un oro en los Juegos Olímpicos desde Helsinki 1952, y el seleccionado de fútbol, dirigido por Daniel Passarella, era una carta fuerte para cortar con la sequía.

El combinado albiceleste llegaba como claro candidato, con un equipo plagado de jugadores que, pese a su juventud (la mayoría eran Sub-23, como marca el reglamento), ya deslumbraban en Primera. Ariel Ortega, Hernán Crespo, Marcelo Gallardo, Javier Zanetti, Roberto Ayala, Claudio “Piojo” López… nombres más que destacados, a los que había que sumar a Diego Simeone, Roberto Sensini y José Chamot como “refuerzos” mayores de 23 años.

De todas formas, claro, había otros equipos fuertes en el torneo. Brasil llegaba con un plantel también de mucho renombre: Ronaldo, Rivaldo, Bebeto, Roberto Carlos, entre otros, bajo la conducción del histórico Mario Zagallo, soñaban también con el oro, que ya se le había negado a la “verdeamarela” en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988. La Italia de Gianluigi Buffon y Fabio Cannavaro, y la Francia de Robert Pires, Patrick Vieira y Claude Makelele también se erigían como candidatos. Y otros equipos, como México, España y Portugal, querían ser tenidos en cuenta.

La primera fase fue algo irregular para el seleccionado argentino. En el debut, logró un buen triunfo sobre Estados Unidos, por 3-1, con goles de Gustavo López, Crespo y Simeone. En el segundo partido, empató 1-1 con Portugal, con gol de Ortega, y la sorpresa llegó en la tercera fecha, cuando no pudo con Túnez: fue nuevamente 1-1, con otro gol del “Burrito”.

Pese a solo ganar un partido, Argentina terminó ganando su grupo por diferencia de gol, y en cuartos de final, se cruzó con España, que en la primera fase había ganado dos partidos, y empatado uno (ante Francia). Aunque se esperaba un duelo parejo, los dirigidos por Passarella tuvieron una actuación impecable, y se impusieron por 4-0, con un doblete de Crespo, un gol del “Piojo” López, y el restante de Agustín Aranzábal en contra. En semis, un nuevo duelo ante Portugal, esta vez con triunfo albiceleste por 2-0, con dos goles, de Crespo, para asegurar un lugar en el podio, y quedar a un paso de la gloria.

Aunque todos imaginaban un clásico con Brasil en la final, la “verdeamarela” sufrió una sorpresiva derrota en semifinales ante Nigeria, por 4-3. El seleccionado africano, que apenas había disputado tres Juegos Olímpicos antes, sin ganar ningún partido (dos empates y siete derrotas), ya había mostrado al mundo que podía ser un rival duro para cualquiera dos años antes, en el Mundial de Estados Unidos, donde quedó eliminado en octavos de final ante Italia, posterior subcampeón, en tiempo extra. Sin embargo, no llegaba como candidato, por lo que su irrupción en la final, tras dejar en el camino también a México en cuartos de final, y tras vencer a Japón y Hungría en fase de grupos, era totalmente inesperada.

En Argentina, con la derrota de Brasil, la esperanza creció. Sin subestimar al rival, que tenía a Nwankwo Kanu (le marcó dos goles a Brasil) y Jay Jay Okocha como grandes figuras, pero sabiendo que, en los papeles, el seleccionado albiceleste era superior.

La final, disputada el sábado 3 de agosto, comenzó de la mejor manera para Argentina. Cuando apenas iban tres minutos, el “Piojo” López, de cabeza, abrió el marcador. Sin embargo, el encuentro se iría al entretiempo con un 1-1 en el marcador, gracias al tanto, también de cabeza, de Celestine Babayaro.

En el arranque del complemento, Crespo, de penal, convirtió su sexto tanto en el torneo (terminaría siendo el goleador junto a Bebeto), para poner a Argentina, nuevamente, adelante en el marcador, ahora por 2-1. Los minutos corrían, y la medalla dorada se acercaba al combinado albiceleste. Pero nunca llegaría.

A los 29 minutos, en una jugada nacida en un lateral que fue directo al área, Daniel Amokachi, definiendo por arriba de Pablo Cavallero, puso el 2-2. Y cuando el partido se moría, ya en tiempo cumplido, llegaría el 3-2 para los africanos, en una jugada insólita: en un tiro libre desde el sector izquierdo del ataque, Argentina intentó jugar al offside, pero salió tarde; y el centro fue perfectamente empalmado por la zurda de Emmanuel Amunike, que puso la pelota abajo, contra el palo izquierdo de Cavallero, para desatar la locura de las “águilas verdes”, ante los infructuosos reclamos del seleccionado nacional.

Así, de manera inesperada e increíble, la medalla dorada se le escapaba de las manos a un seleccionado argentino plagado de estrellas, que terminó masticando bronca en Atlanta. Ocho años después, en Atenas, se daría, finalmente, la primera medalla dorada para el fútbol, pero la final perdida ante Nigeria quedó, lamentablemente para sus protagonistas, en la historia como uno de los tragos amargos más grandes del fútbol argentino.