La inmortalidad simbólica de alguien solo es posible mediante la transmisión perpetua de su recuerdo a través de las generaciones. Hoy en día, esa inmortalidad se encuentra en crisis, que seguramente se profundizará en el futuro. Esto se debe al crecimiento geométrico de la información, al aumento exponencial de famosos y celebridades, y a la dispersión mnémica en los individuos, relacionada con la infinidad de datos que la cultura consumista y del espectáculo demanda. La majestuosa espectacularidad de muchas presentaciones musicales internacionales no estaría solo vinculada a la desenfrenada competencia entre sus artífices (artistas, representantes, productores, etc.). Observando desde la distancia esos coloridos mega shows, con multitudes vibrando y aclamando a sus ídolos, y los artistas, aparentemente poseídos, respondiendo con toda la potencia de sus equipos, parece que están inmersos en una ardua competencia por obtener un lugar en el olimpo de los dioses. Así, el negocio de la fascinación masiva llegaría a niveles sin precedentes. Esta rivalidad fraterna entre los músicos internacionales, desplegada en esos megashows, se asemejaría, en lo profundo, a peleas feroces entre hermanos para dejar una huella, un grito desesperado de inmortalidad. Estos “semidioses” modernos braman en sus escenarios como la mitología antigua describía a los dioses. Con una mirada más tierna, también podrían ser vistos como un intento de no abandonar nunca el trono de “su majestad el bebé“, una expresión utilizada en psicoanálisis para describir la fantasía narcisista de haber sido “todo” para los padres. Aunque, probablemente, las abundantes celebridades, de esta era, solo obtengan unas migajas de trascendencia.

Jorge Ballario