Por Antonio Las Heras

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Admitido como uno de los grandes poetas del mundo hispano parlante, elogiado por Borges y llamado por Rubén Darío “la nota más vibrante de la poesía argentina”, Leopoldo Lugones es una figura de la literatura argentina sobre quien mucho se ha dicho y polemizado. Empero, hay un Lugones secreto y desconocido.

Pocos conocen que el autor de La Guerra Gaucha mostró gran interés por el espiritismo, el esoterismo, la radiestesia, la quirología, la homeopatía, y la incipiente Parapsicología también conocida entonces como Metapsíquica. Fruto de ello fue su libro Las Fuerzas Extrañas (1906), conjunto de escritos entre el cuento y el ensayo donde se centra en lo fantástico, lo oculto, lo misterioso.

Fue seguidor de la Teosofía, creada por Elena Petrovna Blavatsky (1831/1891), la mujer que llevó de la India a Londres a Jiddú Krishnamurti asignándole dotes de mesías. La Teosofía es un movimiento filosófico, religioso y esotérico a la vez, que afirma tener una inspiración especial de lo divino por medio del desarrollo espiritual. En la Argentina, la Teosofía estuvo relacionada con los miembros de las “logias del Derecho Humano” una orden masónica internacional creada en París a fines del siglo XIX y que desde su fundación aceptó la incorporación tanto de varones como de mujeres.

Al respecto, Ricardo Piglia afirma que el Espiritismo fue la única visión del mundo a la que Lugones fue fiel toda la vida. El Espiritismo es la creencia que afirma la posibilidad de comunicarse con los muertos a través de la mediumnidad.

El mundo de lo iniciático; esto es de la Tradición Hermética que aspira a que la persona obtenga los beneficios perdidos tras la Caída pero que le fueron comunes en los Tiempos Primordiales, fue otro de sus temas de interés.

“Entre los modernistas hispánicos, Rubén Darío aparte, es Leopoldo Lugones - explica Ricardo Guillén - quien más notable inspiración órfica acusa en su obra, especialmente en sus cuentos, donde la idea de que en todo lo existente - mineral, árbol, bestia... - late una fuerza que puede llamarse espiritual, da lugar a páginas notables. La convicción de que las cosas tienen alma, pues, y viven, y hasta matan (como mostró Darío alguna vez) es lo que permitió históricamente hechizos y conjuros, fetiches y amuletos. Idea órfica que empalma con la magia e incita a comunicar con los objetos, es decir con el espíritu que los habita, y esto tanto más cuanto se suponga, como Nerval suponía, que en las cosas hay una postulación hacia el reconocimiento, un deseo de ser reconocidas, una palabra que espera ser oída y podrá serlo cuando hacia ella se oriente una inquietud paralela”.

Relación con Einstein

En 1925 Albert Einstein visita la Argentina; uno de quienes estará todo el tiempo a su lado es Lugones. El autor de Lunario Sentimental era el delegado argentino ante la Comisión de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones (organismo anterior a las Naciones Unidas) presidida por el notable filósofo francés Henri Bergson. Einstein también formaba parte. Lugones, aprovechando esa personal relación con el físico, lo invitó a la Argentina. Entusiasmado con los resultados de la visita, el autor de Romances del Río Seco, advirtiendo los sucesos que estaban aconteciendo en Alemania, lanza un llamado para recaudar fondos y radicar al notable físico en nuestro país.

Las complejidades de la física teórica no eran ajenas al poeta. “En 1920 el Centro de Estudiantes de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires - escriben Miguel de Asúa y Diego Hurtado de Mendoza - invitó a este famoso escritor y personaje público a dictar una conferencia, la cual fue luego publicada como El tamaño del espacio. Ensayo de psicología matemática (Buenos Aires, El Ateneo, 1921), dedicada al Ing. Georges Duclout. Este trabajo es, en esencia, una larga discusión sobre el origen de los conceptos matemáticos. Lugones critica allí las posturas que considerarían válidos solo aquellos conceptos geométricos que pueden ser ‘intuidos’ - visualizados por la imaginación - y defiende una posición según la cual, en el caso de las nociones geométricas, el único criterio de validez es el puramente racional. Para discutir esta cuestión el autor utiliza como principal ejemplo el de la teoría de la relatividad”.

En 1935 escribe el prólogo al libro La mentira más grande de la historia: los protocolos de los sabios de Sion, de Benjamín W. Segel (Ediciones D.A.I.A., Buenos Aires, 1936). La obra denuncia como falsificación a este escrito antisemita conocido como Los Protocolos de los Sabios de Sion.

Masonería

El autor de Cuentos Fatales tuvo intensa actividad masónica. Fue iniciado en la Orden Masónica de la Argentina -la misma que tuvo por Gran Maestre a Domingo Faustino Sarmiento- el 13 de noviembre de 1899 en la Logia Libertad Rivadavia Nº 51. Obtuvo el grado de maestro el 10 de abril de 1900. En 1902 se incorporó a la Logia Confraternidad Argentina Nº 2. De 1905 a 1906 fue Gran Primer Vigilante; esto es, vicepresidente segundo de la Orden. De 1906 a 1907 fue Pro Gran Maestre. A partir de 1906 formó parte del Supremo Consejo del Grado 33 para la República Argentina. Tras el derrocamiento de Hipólito Irigoyen (apoyado por Lugones) quien también era Hermano Masón, el escritor se alejó de la Orden.

El 18 de febrero se cumplió un nuevo aniversario de su muerte por suicidio. Durante décadas su féretro permaneció en una tumba del cementerio de la Recoleta sin placa ni identificación alguna, tal como él lo había solicitado. Recién en 1994, por iniciativa del entonces Secretario de Cultura de la Nación José María Castiñeira de Dios en conjunto con la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) el catafalco fue retirado del anónimo reposo y llevado a Villa de María de Río Seco, su ciudad natal en la provincia de Córdoba.

Antes de su recorrido final, el ataúd pasó un día y una noche en la sede central de SADE que lleva su nombre: “Casa Leopoldo Lugones.” A pesar de que por su condición de Maestro Masón estaba excomulgado por la Iglesia Católica y que la misma ve pecado grave en el suicidio, un sacerdote católico aceptó dar una bendición aclarando que como no podía saberse qué fue lo que sintió, pensó y decidió el poeta antes de morir, siempre era preferible bendecir al muerto que no hacerlo.

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Antonio Las Heras - Doctor en Psicología Social, filósofo, historiador y escritor (www.antoniolasheras.com).