Por Patricia Mejalelaty

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

“Allí, entre los anaqueles de su maestro

y el sosiego de sus clasificaciones,

Demetrio debió comprender por qué poseer libros

es un ejercicio de equilibrio sobre la cuerda floja.

Un esfuerzo por unir los pedazos dispersos

del universo hasta formar un conjunto

dotado de sentido. Una arquitectura armoniosa

frente al caos. Una escultura de arena.

La guarida donde protegemos todo aquello

que tememos olvidar. La memoria del mundo.

Un dique contra el tsunami del tiempo”.

Irene Vallejo

Debemos a los libros la supervivencia de las mejores ideas creadas por la humanidad. Los libros son fuente de memoria, inspiración y conexión con los demás, con quienes somos y con quienes hemos sido. Son la cuna de quienes queremos ser. Nos abren horizontes y nos ayudan a entendernos, a dar sentido al hoy y también al mañana. Quien tiene el don de la palabra domina el lenguaje, y el lenguaje da forma al pensamiento, a las ideas, a la creación. Quien sabe leer domina el presente, comprende el pasado y es capaz de adentrarse en el a veces incomprensible mañana.

Sin embargo, como el yin es incompleto sin el yang, el libro necesita del lector para que su existencia tenga sentido. Las ideas que el lector lee tienen la potencia de dejar una marca indeleble en su ser. Así como para crecer y evolucionar necesitamos un trabajo consciente sobre nuestra persona, para que las ideas que leemos alimenten nuestro crecimiento necesitamos un trabajo igual de arduo: la comprensión de lo que leemos y el pensamiento crítico, liberador. Solo el ser humano, de acuerdo con sus ideas y creencias, tras leer las letras del texto y decodificar sus palabras, entiende su mensaje, reflexiona críticamente en torno a su significado y lo internaliza, con una mirada propia, fruto de su propio trabajo intelectual. La experiencia lectora cambia su vida a partir de ese momento. El libro esconde el mensaje. Nuestra comprensión de lo leído es la herramienta que da sentido a las palabras, en un trabajo de construcción interior.

Comprender la palabra escrita es fuente de libertad. Algo tan básico para quienes leemos estas palabras en este periódico que lo damos por sentado, pero que hoy está muy lejos de ser la norma. En la República Argentina, tres de cada cuatro jóvenes no entienden lo que leen. La falta de comprensión lectora está en la raíz del fracaso escolar. Sin embargo, a veces caminamos anestesiados y nos acostumbramos a esta situación. Uno de los mayores logros de nuestro sistema educativo es la escolaridad universal. No nos engañemos: de nada sirve esta escolaridad si los chicos y las chicas en la escuela no logran aprender.

El impacto de la comprensión lectora no se reduce a la vida escolar. La habilidad para comprender textos y relacionarlos con problemáticas y conflictos que nos afectan proporciona estrategias para elevar la autoestima y desarrollar el poder interior para la toma de decisiones en el plano personal y social. Las personas que dominan la lectura están en condiciones de informarse, recurrir a diversos recursos para cuidar su salud e implementar prácticas saludables y de prevención de riesgos en diversos ámbitos de su vida cotidiana. Por el contrario, la investigación demuestra que personas analfabetas o analfabetas funcionales enfrentan limitaciones en los conocimientos y prácticas en torno al autocuidado, desencadenando problemas en la salud, higiene y nutrición de su hogar. Un joven que no entiende lo que lee no logrará hacerse un lugar en la sociedad, ni velar por su sustento, por el de su familia o por el bien común.

El libro es la herramienta que nos da la posibilidad de ser. La palabra forja realidades. Nunca bajemos los brazos hasta que todos los chicos y las chicas, hasta que todos los jóvenes quieran y puedan leer. No hacerlo es dejarlos en a la intemperie, en soledad, sin darnos cuenta de que el futuro de ellos está en juego y, con el de ellos, el del país.

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Patricia Mejalelaty - Directora ejecutiva de Fundación Leer.