A la luz de la modernidad futbolera, hay episodios que parecen -sencillamente- imposibles. Por ejemplo, que una final se suspenda dos veces cuando los protagonistas se agarran a trompadas, y al cabo de un par de “cuartos intermedios” de poco menos de una hora, con los equipos refugiados en el vestuario, el juego se reanude. Y, en consecuencia, que el partido que había empezado a la tarde concluya a la madrugada. Pues bien, esa es la crónica del Argentina-Brasil que definió el Campeonato Sudamericano (así se llamaba entonces la Copa  América) de 1937. Fue victoria de la Selección por 2-0, con lo que se alzó con su quinta corona continental. Pero desde antes había tela para cortar.

Es que se trataba de una década convulsionada. El “blanqueo” del profesionalismo, concretado en 1931 en nuestro país, había derramado sus efectos sobre el resto de Sudamérica. Llevó tiempo depurar los conflictos dirigenciales, por lo que el torneo no se disputó durante seis años. Volvió en 1935, con éxito uruguayo. La edición siguiente le tocaba a la Argentina y contó con una particularidad: empezó a jugarse en diciembre de 1936 y terminó el 1 de febrero del año siguiente.

Participaron seis equipos en una liguilla por puntos, todos contra todos, que culminó con Argentina y Brasil empatados en el primer puesto. La derrota sufrida por la Selección a manos de Uruguay (2-3) la obligaba a vencer a los brasileños en la última fecha y lo consiguió por 1-0, con gol de Enrique “Chueco” García, gran figura de Racing. Los perdedores se sintieron perjudicados por el arbitraje del uruguayo Tejeda, pero ya era tarde. Ese resultado forzó el desempate/final.

Una vez más el “Gasómetro”, extinto templo sanlorencista, albergó una consagración argentina. Allí se disputó aquel escandaloso duelo decisivo ante el poderoso equipo de Brasil, que metía miedo con el trío goleador Fantoni-Tim-Patesko. Tras las golpizas y las interrupciones los 90’ terminaron en blanco, por lo que fueron al suplementario. Allí se hizo realidad una promesa de 19 años, el rosarino Vicente de la Mata, que había ingresado por Francisco Varallo. Él marco los dos goles y sentenció un triunfo teñido de épica, inolvidable para cracks del calibre de Bernabé Ferreyra, Antonio Sastre, Enrique Guaita y Alejandro Scopelli.