NOVELA
EL EQUILIBRISTA
ALBERTO LUIS ZUPPI

El protagonista de la novela es el comisario Ugo Balesandri. Investiga un aparente suicidio, una red de corrupción y trata de menores. Todos los delitos están relacionados entre sí y ligados al partido de Mussolini. La Roma fascista configura el contexto social y cultural de la trama, en un período en el que se promulgan leyes raciales. El clima social obstaculiza la investigación, incluso con la muerte de algunos que pretenden llegar a la verdad de los hechos delictivos.

El autor crea con maestría un mundo teñido por el autoritarismo en todos los órdenes de la vida. Hace sentir al lector la sensación de riesgo de muerte que corre Balesandri. El comisario se atreve a buscar la verdad de los hechos que comprometen seriamente al partido, conviviendo con el peligro. Ese es el espíritu que se respira en cada línea. Un interesante recurso de escritura da sosiego al lector. Opone a la trama oscura, por cierto asfixiante, la presentación de una Roma espléndida que hace de escenario a las cuasi hazañas del policía. Zuppi lleva a los lectores a recorrer la ciudad  con una mirada poética.

El personaje se mueve con soltura en cada rincón de la que una vez más se presenta como “ciudad dorada”, al modo que lo hizo Woody Allen en A Roma con amor. La novela pone en evidencia a un autor apasionado por el conocimiento. Es rico y minucioso tanto en la información histórica como en los detalles de los acontecimientos que plantea, incluso en las ceremonias y en las intrigas de la política del Estado italiano y del Vaticano. Sin abrumar, invita a los lectores a aprender, pero sin ostentación. Este efecto se produce porque hay una carga de subjetividad y de emoción en todo el relato que incluye y envuelve a quien se asoma a ese, su mundo.

Zuppi juega con sensibilidad estética y creativa a la vez que abunda en detalles de la historia del tiempo de entreguerras, próximo a desatarse la Segunda Guerra, y de Roma, escenario vital de la narración. Es capaz de emocionarse con la luminosidad del sol de un atardecer durmiendo en las paredes, hasta el nacimiento del otro día, y contagia su sensibilidad y emoción.

El detective, un hombre simple hasta en su aspecto, con convicciones éticas claras, se ve en una encrucijada cuando debe actuar según su saber y entender o según le impone la realidad social, tensión vital que da el título y el carácter al personaje. El dilema existencial lo hace caminar por la cuerda floja permanentemente, se tambalea entre lo que quiere y lo que la sociedad espera que haga. Para compensar su estado de tensión escucha su cuerpo. La comida es su refugio. Cualquier interesado en las cuestiones gastronómicas bien puede hacer un menú con platos de la mejor cocina italiana al modo Balesandri, o Zuppi, para el caso. El lugar donde come el detective se convierte en lugar íntimo, aunque público. Un amigo lo atiende y en cada encuentro, con pocas palabras, crea un clima de familiaridad en el que reposa el guerrero.

Es interesante el método de investigación que utiliza Balesandri. Bien podría ser aplicado en otras disciplinas, sociales, históricas y artísticas. Tiene recursos en común con el método indiciario, con el psicoanálisis y con las técnicas que usa Conan Doyle a través de su personaje Sherlock Holmes. El personaje busca la verdad en los delitos que investiga. Es muy interesante seguir el camino de los indicios que percibe, rastrea y descubre ligados entre sí, muchos de los cuales se consideran nimios hasta que se devela su importancia. Seguir los indicios lleva justamente a la verdad de los hechos y a conocer la autoría de los delitos.

En la narración hay un camino de velar y develar la verdad. Por cierto, muy bien graduada la información. Así el autor se muestra diestro atrapa-lector desde la primera a la última página.

El título, El equilibrista, pesca al lector desprevenido. ¿Quién no se sintió alguna o la mayoría de las veces haciendo equilibrio entre tensiones opuestas en su vida? De allí en más, es decir desde el título, el lector será sujetado en las redes de la historia, sentirá ira, impotencia, sorpresa o la alegría de acompañar algunos hallazgos; gozará de la belleza de Roma hasta el final en la que hace foco en una escena puntual: un niño que atraviesa sutilmente toda la historia, juega. Esa escena cargada de ternura tiene el poder de remitirnos a la infancia de Balesandri, a la del autor, y a la nuestra.

Toda lectura es una recreación, desde la propia subjetividad, de ese mundo ficcional creado. En mí queda resonando la tensión entre el deseo del personaje y su deber. Si encontrara a “el equilibrista”, me sentaría con él, en ese café en la Via dell´Orso, me dejaría llevar por el sonido del río Tíber, pediría un cafecito y le preguntaría: -Balesandri, ¿qué hizo con su deseo? ¿Qué hizo con sus frustraciones? Balesandri, digno hijo de Zuppi, me hizo pensar, me quedé con muchas preguntas.

© LA GACETA

María Blanca Nuri